Borges y yo. Héctor D'Alessandro
Murió mi madre y sufrí, pero no lloré, estaba dentro de lo posible y por motivos médicos, lo esperaba. Murió mi padre e hice un amago de llorar; mi mejor amigo, que aún vivía en aquella época, me dijo “no lo intentes porque parece falso”. Pero cuando murió Jorge Luis Borges lloré, lloré de verdad porque había muerto el escritor que más significado tenía dentro del contexto de mi vida. Mis padres, como todos los padres del planeta, con todo el amor que les tuve, sólo me trajeron a este mundo. Jorge Luis Borges me transportó a otros mundos donde vivir resulta más interesante que hacerlo en este lugar tan extraño que me ha tocado. La tarde de 1983 en que pude saludarle fugazmente, no salió ninguna palabra de mi boca, sólo un agradecimiento silencioso corría por mis venas; aún siento la suavidad de su palma ciega tocando la mía y la emoción, tan fuerte, que experimenté aquel día, al estrechar la mano del maestro más grande en siglos que la humanidad había dado. Sólo por eso la vida es brillante y colorida y se parece a la felicidad. Yo también soy feliz por haber conocido hombres sabios; las experiencias que viví leyendo sus libros y la felicidad de sus frases forman parte tan íntima y clara de mi memoria personal, que a veces creo ser un personaje de su mente fabuladora y cuando experimento esto, a modo de broma que me gasto a mí mismo, digo que ojalá fuera cierto.
1 comentario:
Se me han puesto los pelos de punta. Son las mismas emociones, temblores y sacudidas que yo misma tuve la suerte de vivir con otro autor, sólo que por aquel entonces yo contaba con 12 años y recibí en respuesta a mi carta (enviada en castellano, por cierto, y el autor era alemán) una postal dirigida a mí. A Mi. Sí, a veces pienso que yo también formo parte de todos esos libros, esos cuentos, ese mundo del que aún participo cuando todo lo demás se va a tomar por saco y yo me meto en mi iglú construido por años, por letras, en su mundo.
un beso desde las altas coordenadas, del país de IKEA.
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