Lo que una frase le hace a la otra.
Héctor D’Alessandro
Un día dos frases se encontraron en un cruce de palabras de esos que están señalizados con un crucero que venera los espíritus de los caminos encontrados. Los celtas hacían esas cosas...
En fin, volviendo al tema que nos ocupa, una frase, larga y detallada, venía reptando en dirección norte, haciendo cada tanto un pequeño desvío similar a un cojear, como un paso al costado cada determinada cantidad de pasos al frente. Venía distraída, mirándose el ombligo. No atinó a ver que en dirección oeste se desplazaba, muy veloz, una frase corta, con el acelerador a fondo, toda lanzada detrás de su predicado. Sin predicamento alguno. Punto y palante. Se lanzó.
Bom.
O algo así.
La pobre frase corta, atontada, se quedó sin palabras. Todas sus letras desparramadas por aquí y por allá, encima del chasis de la bien aceitada y larga frase. A un lado del camino, una letra “o” quedó colgando en el crucero, como una corona de flores que recordara por siempre la colisión de frases.
La frase larga estuvo largo rato quitándose de encima letras que no sabía si eran suyas, una coma le quedó encasquillada en algún sector de su extensa ortografía, pero en definitiva, todo vino a salir más o menos bien, dado que el atontamiento, a pesar de los pesares, dio lugar, es verdad, a alguna que otra frase hecha de disculpas, pero, por suerte, no dio paso a aquel tan manido juego de una palabra que lleva a la otra y todo eso.
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