miércoles, 14 de mayo de 2008

Falero, el explorador amazónico. Héctor D’Alessandro

Falero, el explorador amazónico. Héctor D’Alessandro
1994.

Sueño con Falero solamente cuando estoy en Barcelona. En Génova no sueño con él, tampoco se me aparece en las noches de Caracas. Cuando esta extraña coincidencia comenzó a producirse, me sentí molesto; como si alguien me quisiera decir algo y yo no le entendiera.

Me di cuenta cabal de la coincidencia, la noche en que Falero mató una onza amazónica. Falero estaba herido y se arrastraba por el suelo húmedo, cierto salitre maltrataba, con punzadas, sus heridas y, de pronto, vio el animal. Un golpe de adrenalina lo dejó tieso. No sé de dónde sacó su energía; el caso es que por un momento pareció flotar y suspenderse en el aire y a continuación se lanzó con tal fuerza contra la bestia, que se sintió el crujir de un cartílago. Sintió el aroma animal, el aliento putrefacto, la humedad del pelaje, la infinitud de sus garras.

Después de aquella muerte, Falero llevaba siempre la piel del leopardo y un colmillo adornaba su cuello, el escozor de las heridas tardó mucho tiempo en desaparecer.

Le veía recorriendo largos, tupidos, insondables senderos amazónicos y pensaba ¿hacia dónde se dirige Falero?

En general, lo veía alejándose, contemplaba su fuerte espalda aguerrida y dura. Siempre alejándose. La noche de la onza fue muy impresionante pues fue la primera ocasión en que lo vi de lado y muy cerca, oí su respiración.

Una tarde oscura caminaba por Muntaner y sentí que alguien me perseguía. Sentí que al caminar yo, esa persona caminaba; que al detenerme, se detenía; sentí una mirada en la nuca. Me di la vuelta y mis pasos sonaron como en una catedral vacía. Nadie había en la calle.

Entré en un bar y pedí un café. Miraba la calle y buscaba algo; una vaga inquietud me agitaba.

Decidí ir a casa y soñar con Falero.

No se presentó.

Mal asunto; al día siguiente debía partir y durante unos meses no volvería a la ciudad.

Intenté soñarlo en Nueva York y fracasé. Terminaba el invierno y yo debía volver a la húmeda ciudad. El sólo pensar en volver me atraía al tiempo que me inquietaba.

La primera noche de estadía en Barcelona no me visitó en sueños. Pensé que quizás el hotel en que me encontraba no era propicio y decidí retornar al de la ocasión anterior.

Nada sucedió. Vislumbré la posibilidad de que las fechas o las estaciones o el estado del tiempo tuvieran algo que ver.

Picado en mi curiosidad, salí a caminar. Me encaminé hacia una librería y cafetería que permanece abierta hasta tarde en la noche. Busqué libros que pudieran hablar acerca de algo, aunque fuera vagamente, similar a lo que me estaba sucediendo. Observé que abundaban libros sobre los sueños. Libros que relataban la historia del análisis de los sueños. Libros acerca de los sueños proféticos, tan arbitrarios como vulgares. Distintas hermenéuticas y escatologías del sueño que nada podían aclararme. Libros sobre sueños presentados como auténticas enciclopedias gastronómicas. Libros sobre sueños y loterías varias. Libros que explicaban los sueños en función de su capacidad para hacernos ganar dinero, tener ideas geniales, ser más eficaces en el trabajo y otras simplezas. Opté por comprar "II Giornale della sera". Algo vulgar; sin grandes aspiraciones.

Me senté en una mesa frente a una ventana que daba a la calle y recorrí aquel periódico casi sin ganas. Barajé la posibilidad de irme de putas; conozco en Barcelona a una prostituta jamaicana que llega a divertirme. Siempre hacemos planes inconclusos. Me convertiré en su novio y la llevaré a viajar conmigo; ella podrá hacer lo que desee y saldrá de la vida que lleva. En sus próximas vacaciones coincidiremos en Jamaica. Proyectos por el estilo que se sostienen hasta que desaparecemos. Sé su nombre verdadero; no el de guerra. Eso es muy importante.

Esa noche le propuse irnos juntos a Brasil, al Amazonas.

–¿A qué iríamos, Knoppfler? –me preguntó–.

–A perseguir algo.

–¿Sombras selváticas?

–¿Qué es eso?

–Una leyenda de mi país. Un viajero busca su sombra para apoderarse de ella.

–Y ¿luego?

–No sé como sigue. Supongo que vivirá feliz y comerá perdices.

–Joanna, es importante. ¿Cómo sigue?

–No sé; si quieres le escribo a mi familia y se lo pregunto.

–No. Tienes que recordar. ¿Cuándo lo aplicabas? A qué tipo de personas se lo solían decir?

–Hum. A personas preocupadas por algo desconocido. Por Dios y cosas así.

Quedamos en que le escribiría o le telefonearía para que me lo confirmara.

Cuando salí del prostíbulo, sentí que me hallaba muy próximo a un gran descubrimiento y recordé a mi hermana, años antes en la granja en que nos criamos diciéndome que era un vanidoso que me inventaba cosas para darme aires de importancia. Ese pensamiento me desalentó; sentí que era un veterano imbécil e inútil, estaba cruzando la calle Casanovas y en ese instante, por la esquina vi pasar, raudo, a Falero.

Corrí a la esquina, agitado, miré a un lado y otro y había desaparecido. Tuve la horrible sensación de que ninguna de las pocas personas que había en la calle le había visto. Vestía de una manera bastante civilizada; la velocidad de sus andares le ocultaría a los otros. No entró en ningún portal; lo corroboré lo más rápido que pude. Quizás me confundí. Busqué una explicación; quizás mi imaginación me estaba jugando malas pasadas.

Fui al hotel y me acosté a dormir.

Falero avanzaba, cauteloso, por el bosque y yo le seguía unos pasos detrás. Era su colaborador y en un momento dado, avanzaba la noche, hicimos un alto para encender una hoguera; el aire, los olores, la naturaleza eran hirientes. Todo era intenso. En silencio nos dispusimos a comer. Entonces, por primera vez, me miró directamente a los ojos y me habló.

–¿Qué, Knoppfler, preparado?

Creo que contesté afirmativamente. Yo estaba muy seguro de aquello que me preguntaba y también de mi respuesta; pero no podría explicar de qué se trataba.

Al amanecer llegamos a un paraje desolado y tenebroso, lleno de acechanzas inexplicables, comimos unas galletas extrañas y sentí pavor pero no se lo comuniqué a Falero. No necesitábamos hablar para entendernos. Caminamos toda la jornada y llegamos al borde de un abismo. Del otro lado brillaban muchos soles calcinantes y algo nos aprisionaba. Falero reía y por entre sus dientes se escurría un asqueroso hilo de baba repugnante. Me dijo, mirándome por segunda vez, fijamente, a los ojos: "No nos queda otra salida".

Y saltamos al abismo.

La caída fue infinita y mil eras transcurrieron en mi mente.

Desperté profiriendo un agudo alarido de horror, pánico o furia.

Al día siguiente volví a Nueva York.

Desde allí escribí a Joanna y le comuniqué que pensaba permanecer muchos meses, que podía escribirme.

Meses más tarde leí en el "Giornale" que un explorador italiano apellidado Falero necesitaba, para continuar sus investigaciones amazónicas la ayuda económica de alguna institución o de algún mecenas privado. Su fotografía era borrosa pero se le veía, por encima de los hombros, una piel de onza a modo de abrigo o decorado exótico. Sólo por tentar a la suerte pensé en escribirle y apoyarle económicamente.

Lo estaba meditando cuando llegó comunicación de Joanna:

Querido Knoppfler:

Espero que te encuentres bien. Ojalá nos veamos pronto y podamos cumplir aunque sea uno sólo de nuestros deseos tejidos en común.

Le he preguntado a mi madre lo de las sombras selváticas y ella se lo preguntó a mi abuela. Es una leyenda muy interesante.

Cuando una persona recorre materialmente el mundo sembrando proyectos y planes por aquí y por allá, siempre según mi abuela, va dejando una estela inmaterial de todos los deseos fuertemente creados en la imaginación pero no cumplidos en la realidad. Tampoco se necesitaba de una gran movilidad geográfica para producir esto; baste para demostrarlo el caso de mi abuelo, que tuvo que viajar a capturar su sombra antes de casarse porque de otro modo mi abuela no hubiera accedido a la boda, alegando que de no hacerlo sería siempre una persona con un culo de mal asiento, que no encontraría acomodo ni paz en ningún sitio, con las consecuencias nefastas que esto ocasionaría en su papel de marido. Según dice mi abuela, alcanza con que en una intensa noche de insomnio y preocupación se piense con intensidad en cosas maravillosas o terribles para que de inmediato se cree un mundo al lado del nuestro en el que toda esa fantasía de un día comienza a desarrollarse de un modo incontenible. Al cabo de mucho tiempo viviendo de este modo y teniendo este género de imaginaciones poderosas creamos algo así como a una persona que comienza a realizar todo eso inacabado, pero como no es consciente de lo que hace nos ocasiona problemas y nos trae más de un dolor de cabeza. Hay un momento en que esta situación se vuelve insostenible tanto para nosotros como para esa persona, que es la "sombra selvática" y que se llama de ese modo porque es un ser inmaterial que se mueve en un medio agreste y lleno de complicaciones. Llegados a éste punto comienza a hacer notar su presencia. Se nos aparece en sueños o en la misma realidad, adopta nombres y características de personas que aún no conocemos pero que pronto vamos a conocer. Esta manera de pedir auxilio, es también una manera de auxilio que nos demandamos a nosotros mismos. Estas sombras son muy puñeteras y, si bien se muestran y nos deslizan hasta el borde de su realidad, nos asustan tanto que retrocedemos cuando estábamos a punto de librarnos de ellas. Nos invitan, por ejemplo, a cometer actos imprudentes. Se nos aparecen en sueños bajo aspectos aterrorizantes y nos arrastran a situaciones incomprensibles y temerarias. El día que logramos mirarle a los ojos en sueños o vigilia damos un gran paso hacia la victoria. Hay que resistir hasta el final sus pruebas sin horror y siendo muy conscientes. En los momentos en que estamos por conquistarles se producen a nuestro alrededor toda una serie de hechos que parecen casualidades pero que en realidad no lo son. Debajo esconden la clave, pero al igual que el objeto escondido en una mano cerrada, hay que saber dar con el puño correcto. También hay sitios o momentos en que se aparecen; indican que en ese lugar o instante se comenzó a crear ese mundo paralelo del cual la sombra se ha apropiado. El lugar puede ser una habitación de tu casa, un paraje, una ciudad; el momento puede ser una hora concreta del día, la hora en que realizas determinada actividad o cuando sientes un estado de ánimo muy concreto, especial y distinto por completo a todos tus otros estados anímicos.

Las gentes de la generación de mi abuelo tenían un modo muy material de realizar la captura de la sombra. Iban a la selva a buscarla; allí contaban con muchos aliados de la propia naturaleza que les ayudaban a hacer brotar sus propias capacidades internas. Dentro del bosque pasaban días de hambre y búsqueda hasta lograr dar con la sombra agobiada de cansancio y consciente de su irrealidad. Una vez atrapada volvían con una gran alegría en el alma.

Querido amigo Knoppfler, piensa muy bien estas cosas, si alguna de ellas la has vivido. Piensa dónde y cuando deseaste algo bueno o malo con tal intensidad como para crear toda una maraña de este género.

Si no es así me alegraré y siempre estoy aquí pronta a satisfacer tu curiosidad y otras cosas.

Espero verte pronto y que algún día se cumpla alguno de los maravillosos planes que tejimos junto aquí, en la cama, después del retozo.

Tu amiga, que te quiere.

Joanna

No hay comentarios:

Comparte, citando la fuente, todo aquello que te guste, recomienda estos contenidos, comunícate

Todos los derechos están protegidos mediante Safe Creative.

Excelencia creativa en Coaching para Escribir.

o al
2281 78 07 00 (de México)