“Portal Dimensional”
Héctor D’Alessandro
1.
El día que llegué a Barcelona estaba nublado, recuerdo que en plena primavera el tiempo cambió y derivó a tormentas con vientos huracanados. Yo vine porque me habían dicho que en la ciudad había un Portal Dimensional, un agujero en el tiempo por donde se cuelan hechos y percepciones, a veces seres humanos completos, en cualquier caso, historias tremendas de riesgo temerario y alucinadas visiones.
La primera vez que oí hablar de los Portales Dimensionales, no presté más que una superficial e intermitente atención, me pareció un tipo de datos de volátil credibilidad y de interés, mas que todo, adolescente. Era el fondo apropiado a cualquier tarde gris e inútil, un motivo legendario y vagamente científico, lo suficiente misterioso como para apuntar el horror. La información elemental hablaba de unas determinadas zonas del planeta donde se “conecta” (así decía esa jerga) fácilmente con vibraciones procedentes de otras dimensiones espaciotemporales y en extraordinarios casos se puede acceder de modo directo a esos otros mundos. Yo ya estaba acostumbrado a escuchar historias estrafalarias, de hecho conocía dos insuperables. En la primera, dos científicos con sus aparatos de captación de ondas registraron, mientras descansaban, lo que vendría a resultar el “quejido de la hamburguesa”. Ambos están tumbados en el suelo dispuestos a comer, el mantel está extendido, los vasos colmados y de pronto se oye el aparato de captación que comienza a registrar una secuencia articulada de una queja en cualquier lenguaje codificable. Dejan de comer y escuchan, el quejido se detiene, vuelven a comer y recomienza el lamentable aullido de la onda, vuelven a observar sus meticulosos aparatos, nada, vuelven a comer y se lanza otra vez a andar el registrador, se detienen, revisan sus propios pasos y comprueban que cada vez que le hincan el diente a las hamburguesas y mientras dura la masticación de la carne, se produce una onda sonora de procedencia animal descodificable como “queja” en cualquier alfabeto del dolor y de esto derivan que la carne de ternera conserva aún la memoria de la vida. Lo que es lo mismo que decir que en el estado de carbonización a que lo sometieron en la barbacoa no implica la cesación de la vida, al menos si esta se entiende como capacidad de emitir mensajes codificados. La segunda anécdota científica (si es que así puede llamársele) que yo había escuchado, era pasmosa pero parecía más verosímil. También en este caso, dos científicos (parece que siempre llevan un testigo) se encontraban en un monte de observación intergaláctica y tenían las redes de sus aparatos cósmicos extendidas hacia el fondo del cielo y la galaxia, en un momento dado, registran una secuencia, la secuencia se repite y sigue una pauta. Graban varias horas de la vibración. La pasan por diferentes programas, de conversión de los impulsos sonoros a notas musicales, a fonemas de las diferentes lenguas conocidas, le atribuyen valores numéricos, y siempre obtienen lo mismo. Preparados para la sorpresa pero no para el ridículo, deben reconocer a su pesar que aquella secuencia decía siempre lo mismo. “Estamos llegando y pronto estableceremos contacto. Estar preparados”. En tanto música no producía un resultado agradable, se dejaba oír una suerte de sinfonía estrepitosa resultante de la deformación de algo que podía pasar por Beethoven.
El escepticismo y el cansancio, el necesario olvido, la necesidad primaria de comenzar algo nuevo unida a cierto aventurerismo que siempre me caracterizó, me impulsaron a la hora de la duda, a tomar el barco que me conduciría, mochila al hombro y gorra de béisbol nueva (hacía calor), un tomo de la “Anatomía de la melancolía” en mano para combatir le pereza mental y la libreta de notas, al puerto de Barcelona, donde comenzaría mi búsqueda del famoso “Portal dimensional”.
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