Parte 3. Personajes planos y redondos; movidos por principios o por metas.
Aplicación de la rejilla Forster-Weber de Héctor D’Alessandro.
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Para mostrar el funcionamiento de este instrumento conceptual (la rejilla Forster-Weber) me serviré de una novela occidental que constituye en sí misma un monumento a la habilidad narrativa. “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson y de 1886.
Resultará útil e ilustrativa gracias a una característica que pocas novelas poseen. La característica es que un personaje es dos personajes. En una misma personalidad hay dos caracteres bien diferenciados.
El Dr. Jekyll es al mismo tiempo el Sr. Hyde.
Y mientras el Dr. Jekyll es un personaje redondo el Sr. Hyde es un personaje plano.
Pero además el Dr. Jekyll actúa movido por metas en tanto el Sr. Hyde actúa motivado por principios.
Los personajes planos, según Forster son aquellos personajes que antiguamente eran llamados “humores”, dado que representaban distintos tipo de humor concreto. Dice asimismo que su construcción está hecha en torno a una sola idea o cualidad. Y que el conjunto de su actividad narrativa puede representarse con alguna frase emblemática. Dice Forster, asimismo que al personaje plano se le reconoce fácilmente cuando aparece, que es el “ojo emocional” del lector quien lo reconoce y que son muy útiles dado que nunca necesitan ser introducidos, nunca escapan, no es necesario observar su desarrollo y están provistos de su propio ambiente. Son, además fáciles de recordar dado que permanecen inalterables, las circunstancias no los cambian y esta suerte de fuerza inercial los mantiene en vilo cuando el libro parece decaer.
En la novela que nos ocupa, el Sr. Hyde tiene un nombre parecido a “hide” (esconderse) e incluso el narrador testigo, que es Mr. Utterson, se llama a sí mismo en función de Hyde “seek" (buscar) y estas serán sus funciones en la novela. Uno buscará hasta encontrar el secreto de la totalidad de la trama.
La habilidad pasmosa de Stevenson radica en que mientras crea un personaje con algunos elementos que indicarían, en palabras de Forster, “un comienzo de redondez” lo mantiene atado a su elemento o principio central y este es que “produce repugnancia y desagradado su presencia”. En concreto Utterson dice que le despertó un “grado hasta entonces nunca experimentado de disgusto, repugnancia y miedo” Este personaje poco a poco producirá más desagrado y horror en todos los que llegan a verlo A medida que la novela avanza se convertirá en un despojo oscurecido y progresivamente enano y también se vuelve mudo narrativamente. No se lo oye más; no dice nada.
Representa aquello que nos produce horror, un horror difuso cuyas causas desconocemos y cuyo origen nos aterra a la par que permanece oculto. Producir horror y repugnancia ante algo desconocido es una hazaña literaria digna. (Lovecraft, en relatos que huelen, según B. Porcel, a pescado, la repitió hasta el agotamiento. Cerca de nosotros, la ha repetido de un modo magnífico Albert Sánchez Piñol con su Aneris y los “inmunds granotots” en “La pell freda”.)
Representa, Hyde, aquello “escondido” que surgirá de lo desconocido para desgarrarnos (en esa época aún no se utilizaba el concepto de “inconsciente” de Freud que tantas cosas vino a salvar narrativamente), aquello que surgirá de nuestras zonas oscuras para herirnos, para golpearnos con su daño y su maldad. Su principio es el del mal que yace agazapado dentro del alma humana. Y su actuación es una modalidad de la mecánica inercial. Hace el mal-hace el mal-hace el mal. El mal era visto en la época como una fuerza que podía convocarse involuntariamente o mediante métodos científicos, como es el caso de esta novela. El mal no había adquirido aún su carácter de función de status o de situación, características que adquirirá en la novela sofisticada del siglo XX, en Proust. No así en las sagas bíblicas de Faulkner donde el mal sigue siendo una fuerza, escondida en su caso en el árbol genealógico. El mal que representa Hyde ,es el mismo tipo de representación que posee la gente de nuestra época que un poco ingenuamente se pregunta si el diablo existe.
Bien, para resumir, Hyde encarna el principio del mal y es plano además, produce repugnancia. Como personaje plano con principios es casi absolutamente mecánico en su accionar. Y debe su carácter sombrío a que encarna un principio de acción sombrío. Si fuera un personaje plano que encarnara un principio de ingenuidad o tontería, de alegría o tozudez, puede que causara risa o su lobreguez se atenuara, no sería esta novela claramente. Raramente los planos alcanzan el grado de dramatismo que alcanza Hyde; lo que sucede es que habitualmente los personajes planos tienen, antes un objetivo que un principio detrás de su accionar. El ejemplo característico es Dickens, Mr. Pip o David Copperfield son personajes planos que no obstante mantienen el eje central en la trama de importantes y extensas novelas. ¿Cómo lo logra? Se pregunta Forster. Y se responde, sin responder, que se debe a “la genialidad de Dickens” y también a que Dickens “logra efectos que no son mecánicos y tiene una visión de la humanidad que no es superficial”.
Forster recurre aquí a la retórica porque no tiene argumentos, carece de una herramienta conceptual. Dickens logra infundirles vida a sus personajes planos protagonistas porque estos tienen siempre y en todo momento objetivos, metas, y esto los mantiene en movimiento; un movimiento que les insufla vida. Todos sus personajes quieren una vida mejor, lograr el amor y una situación. El título de la novela del gran Pip es nada menos que “Great expectations” ("Grandes esperanzas”.) La perspectiva de logro o meta vitaliza al personaje, vivifica al lector y dota a la novela de un ímpetu torrencial.
Como contraste al personaje plano protagonista con objetivos, observar lo que pasa cuando está dotado de redondez y basado en principios, siendo igualmente protagonista. Es el caso de “El guardián entre el centeno”. Su objetivo es difuso, lo tiene, pasar un fin de semana divertido antes de volver a su casa. Principios tiene de sobra, posee muchas características que lo definen y lo dibujan de un modo complejo sin llegar a difuminarlo. Lo más interesante es que comienza por tomar agresiva distancia respecto de Dickens, desde la primera frase: “puñetas estilo David Cooperfield”.
La diferencia entre ambos es clara, mientras a Pip o Cooperfield pueden sucederles autenticas tragedias, ellos avanzan con claridad y sortean los obstáculos. Holden, en cambio se enreda de continuo en un mar de dificultades que surgen como emanaciones víricas de la más nimia y trillada de las escenas. Es la distancia existente entre el optimismo y el pesimismo.
Imaginen un Holden con objetivos claros y vigorizantes: probablemente rompiera varios objetos antes de llegar a destino y parecería alcanzar el éxito aun a su pesar, eso si lo alcanza y no se convierte en una madame Bovary.
Bien, volviendo a Stevenson. El Dr. Jekyll es un personaje redondo. Es trágico, una función adecuada a un personaje redondo, y cumple con la que quizás sea la norma central establecida por Forster para comprobar la "redondez" del personaje redondo. Es “imprevisible” pero “convincente”. Forster dice que un personaje “imprevisible” que no resulte “convincente” es, en realidad, un personaje “redondo” fallido; el autor pretende colarlo como “redondo” pero en realidad es “plano”.
Y yo agrego que es convincente porque tiene un objetivo. En su caso es la famosa “investigación científica” que lo conducirá como a tantos otros personajes de novela a la disolución y la desgracia más absolutas. Si sólo poseyera principios continuaría sentado ante la lumbre del hogar fumando sus pipas hasta el fin de sus días y nada lo movería de allí, quizás resultara agradable pero no parecería gozar de vida. El tipo de vida que según Forster se da “en las páginas de un libro”.
Una posdata. El narrador de esta extraordinaria novela, sobre la que seguro que volveré en sucesivos artículos (sus prodigios son varios) es el Sr. Utterson, un narrador testigo, –el mismo tipo de narrador preferido de Herman Melville y el mejor de los planteados por Fitzgerald o Pavese, traductor de ambos a la lengua italiana. El narrador testigo tiene la peculiaridad de vigorizar cualquier novela, dado que nos permite descubrir los elementos de la trama a medida que él los descubre. Es un narrador con un objetivo claro: quiere descubrir el secreto central de la trama. Es un buen acompañante; no sabe dónde va con exactitud, pero se ha propuesto llegar y tiene buenos mapas.
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