martes, 31 de enero de 2012

El día que vi a los malabaristas. Héctor D'Alessandro

"Una vez, hace muchos años fui a una charla que brindaban dos malabaristas norteamericanos que intervenían en una actuación teatral, uno de ellos sólo tenía la función de deslizar a lo largo de su brazo en la oscuridad del escenario una bola que tenía luces dentro, ese bamboleo armónico de la bola, su ir y venir hipnótico, me hizo darme cuenta que estaba ante un relato, ante una historia, un ciclo esférico común de ida y vuelta, un ritmo cardíaco que me arrastraba a acompañarlo y cuando dejé de pensar todas estas cosas me sumergí en una ola inacabable de ternura, ternura, mucha ternura, ternura dulce y ternura triste, ternura algodonosa y ternura infantil, ternura limpia y recién planchada, cuando quise acordar me había ido en un viaje interior de recordación de lo mejor de mí y había estado sin darme cuenta en otros mundos. En ese instante,el otro actor rompió la oscuridad y dio un grito, una gran masa de sabiduria de las sensaciones se apelmazó en algún rincón dentro de mí y supe que yo quería comunicarme de ese modo".
Héctor D'Alessandro

Maestro Genarito. Héctor D'Alessandro

Cuando has soltado totalmente a la personalidad que se instaló en tí viene una oleada de lo que el mundo llama éxito y que no es otra cosa que el resultado de haber soltado, es en ese momento cuando puedes hablar de tí como si hablaras de otro y reconocer todo lo que hay en tí o en la personalidad y la multitud con la instalación foránea aún colocada hace apreciaciones de valor sobre tu personalidad o lo que suponen que ella es y no pueden ver más que sus propias percepciones. De ahí que halla tanto "ser espiritual" que se dedica al ritual, no a la evolución.
Por eso mi maestro decía que cuando el mundo habla mal de tí, sobre todo los más santurrones, es porque has atravesado la primera puerta de la percepción".
Del Maestro Genarito

Del Maestro Genarito. Héctor D'Alessandro

El Universo no sabe ni tiene idea de amor incondicional ni de miedo ni de ningún par de opuestos, el Universo está poseído de la energía de la intención que es unidireccional y multiforme, ¿piensas que el universo va a parar a lloriquear porque tú sufres a causa de una gripe? ¡Qué petulancia! Al universo le importas un comino, pero a la energía del universo le conviene que te alinees con ella y si no lo haces te forzará y tu sentirás que tu camino fue un vacío en vano y sin vida o un autoengaño prolongado y si estás poseído por energías emocionales de más baja calidad creerás incluso que estás atrapado por la baja autoestima o algún otro material de deshecho o baratija de esas. La única manera de superar la enfermedad y la confusión de las emociones es alinearte con la energía del vacío de la que está llena el universo.
Del Maestro Genarito

Cuándo venerar. Héctor D'Alessandro

Cuándo venerar.
-Entonces, maestro ¿qué debo hacer?
-Lavar los platos.
-Y ¿cuándo tendré tiempo para meditar y hacer honra a los budas?
-Cuando le hagas el amor a tu mujer y cuando camines y sobre todo cuando estés lavando los platos.
Héctor D'Alesssandro

lunes, 30 de enero de 2012

El colegio de Nuestra Sra. de los Idiotas. Héctor D'Alessandro

El colegio de Nuestra Sra. de los Idiotas.
     Cuando me anotaron en el colegio yo no quise concurrir. Preguntaba: ¿para qué voy si papá ya me enseñó a leer y a escribir? "Porque hay que ir", me respondían. ¿Para qué? "Para aprender". ¿Para aprender qué? "Las cuentas". Pero si yo las cuentas ya las sé hacer". Nada, no había manera. El último argumento de mi madre fue: "tu ve y haces como que aprendes y repites lo que ya sabes, y verás que te va muy bien". Le hice caso, y al tercer o cuarto día ví y oi con regocijo que se dedicaban a "golpear y rebotar conjuntos de consonantes y vocales entre sí". Así le llamaba yo a "rimar", y pensé que después de todo podía resultar divertido, la maestra decía y repetía "mamá me mima", "el oso es cariñoso" y a mime entró como un brío poético y sin poder aguantarme exclamé "¡cómo quema la cama!"
  La maestra puso cara de desconcierto y obligó a los niños a sentir lo mismo que ella con una mirada conminatoria, me dijo que yo era un maleducado. Y yo, que sabía cuál era la definición de esa palabra y qué tipo de acciones implicaba, le respondí: "No, no soy un maleducado, sería un maleducado si le dijera a usted que es una idiota, algo que no hice, ni pienso hacer".
  Y ella con un bofetón me confirmó que se lo dijera o no, mi juicio era correcto y en el colegio aquel me iba a volver un maleducado de verdad y un idiota, por lo que debí desarrollar unas fuertes defensas psíquicas para preservarme.
   Héctor D'Alessandro

El Cocodrilo Narrado e Interpretado por Héctor D'Alessandro.

jueves, 26 de enero de 2012

El Lenguaje Hipnótico de los Cuentos. Taller Intensivo. Héctor D'Alessandro

Descripción
CUENTOS CURATIVOS
Taller Intensivo
El Lenguaje Hipnótico de los Cuentos.
Lugar: Librería Arunachala
(Cerca de Plaza Catalunya )
Sábado, 11 de febrero
Horario: 17.00h – 20.00
Inversión: 60 euros

El propósito de este taller es aprender a crear CUENTOS CURATIVOS, que nos ayudan a encontrar nuevos recursos para superar situaciones de dolor físico, desánimo, confrontaciones y bloqueos.
Reescribe tu vida.


Una metáfora te permite entrar en tu propio corazón en condiciones de seguridad y conocerte para modificar aquellas áreas de tu vida que quieras transformar.

"Los cuentos que curan o metáforas nos permiten entrar en el corazón de la comunicación humana y resolver los temas que requieren sanación.
Cuando oyes un cuento, recuperas amigos que estaban escondidos en tu corazón".

Qué trabajamos en el taller:

• El lenguaje hipnótico de los cuentos.
• Lenguaje metafórico para hablar directamente con el inconsciente del cliente.
• Pensamiento simbólico y arquetípico. Cómo instalar la sanación.
• Comunicación no verbal.
• Claves para saber si el resultado se ha obtenido..
* Cada uno debe traer un tema para sanar (un conflicto, una relación, una enfermedad, etc.).



“Cuando oyes un cuento, recuperas amigos que estaban escondidos en tu corazón”.


Héctor D’Alessandro es escritor, narrador, coach y conferenciante de alto impacto.

De él han dicho:

“Seduce con relatos que dejan una sensación de agradecimiento hacia la vida y la literatura”.
Teresa Martin Taffarel, escritora argentina.

“Si fuera posible meter los genes de Chéjov, Borges, Cortázar y Roberto Arlt en una máquina clonadora saldría una criatura semejante a Héctor D’Alessandro.Un hombre seductor, erudito, sabio, agradable, con un talento fuera de toda proporción”.
Marco tulio Aguilera Garramuño, escritor colombiano.

Inscríbete en la librería llamando al
93 317 80 23

"Estoy de moda". El Cucaracho

"En USA bautizan a simpáticas cucarachitas con el nombre del llamado "ser amado" como moda.

El Cucaracho en sloveno. En Radio Student.

martes, 24 de enero de 2012

Cuento Chamánico. (Serie "Fronteras") Héctor D'Alessandro.

Héctor D'Alessandro autor de "El cucaracho".


Héctor D’Alessandro
Escritor, narrador oral, conferenciante de impacto, Coach de PNL, dinamizador cultural y facilitador en aprendizaje, especializado en escritura creativa y en lenguajes persuasivos.
Ha recibido importantes premios internacionales que lo han situado entre los autores considerados como líderes para las próximas décadas en la literatura en lengua española.


“Poseedor junto a otros integrantes de las antología “Voces con vida” de asombrosa plasticidad y capacidad imaginativa”.
Bernardo Ruiz, crítico mexicano.


“Si fuera posible meter los genes de Chéjov, Borges, Cortázar y Roberto Arlt en una máquina clonadora saldría una criatura semejante a Héctor D’Alessandro. Un hombre seductor, erudito, sabio, agradable, con un talento fuera de toda proporción”. 
 Marco Tulio Aguilera, escritor internacional nacido en Colombia, residente en varios países y actualmente en México.


“Miembro de una generación de dominadores de nuevos espacios (virtuales) de difusión donde ya se imponen”. 
 Víctor Jimenez Hernandez.


“Seduce con relatos que dejan una sensación de gratitud hacia la vida y la escritura”.
 Teresa Martin Tafarel, escritora argentina.


“H.D. no es un escritor es un creador de nuevos mundos”.
  Rolando Sanchez Mejías, escritor cubano.


Un autor que trata con mucho humor las grandes cuestiones filosóficas en las situaciones de la vida cotidiana. Su extraordinario cuento “El Cucaracho” puede hacernos pensar: “¿quién de nosotros se parece más a una incapaz cucaracha?” y es seguro que la respuesta despertaría asombro.
 Jurij Kunaver, escritor y traductor al esloveno de el cuento “El Cucaracho” de H.D. 


“H.D. es probablemente el tipo con el cerebro más veloz que he conocido en mi vida, su capacidad de percibir simultáneamente una inmensa masa de datos imposible para el común de los mortales denota un cerebro de enorme creatividad, esa es su marca y es el secreto de su facilidad para inducir estados de creatividad en sus clientes, algo tan necesario en este tiempo”.
  Fernando Santángelo, diseño de elevada calidad, NY, trabaja para grandes estrellas de Hollywood y es referencia en NY.

Christian Atanasiu

domingo, 22 de enero de 2012

La profecía maya del buen vivir II. Héctor D'Alessandro


Los que viven con el alma guardada con candado por temor, creen asustar a los vivos con la muerte, creen y queiren a la muerte, y provocan un dolor que queda en las familias, queda incluso guardado en las plantas y en los cuencos con el agua.
Los que viven con el alma en su sonrisa no creen en la muerte ni se asustan ante ella, se hacen por el contrario sus amigos, porque aceptan a la Vida. Sólo van con la Justicia y paran a los desalmados incluso con el golpe que mas temen. Cuando llegó el tiempo del cambio en el continente del medio, donde se guardan los secretos del buen vivir, (sean custodiados con amor por siempre) los amantes de la muerte emboscaron en el corazón del continente a a cuarenta indios (esto pasó en Pando en Bolivia, en el tiempo en que la madre tierra devolvió la decision a sus hijos amados) un perro carnicerlo de nombre Leopoldo Fernandez emboscó a los nativos y los mandó matar, y acabó entre rejas, donde los amantes de la muerte no se soñaron. Luego, entonces, no conformes, mandaron llamar a los carniceros de Europa (estos eran amigos del presidente Aznar) asesinos despellejadores a cuchillo de niños, violadores sanguinarios de niñas, gente que no recuerda su bombre, los mandaron a matar a Santa Cruz, y la justicia los cegó de un golpe., sus cabezas fueron cosechadas. Ellos, plenos de soberbia, los amantes de la muerte nunca piensan que les pasará lo mismos que ellos hacen.
Cuando les pasa y con nombre de Justicia, corren como perros a esconderse bajo la mesa del banquete y a temblar y a lloriquear y a verse como víctimas.
El tiempo llegó, el más grande del continente central (custodio de la vida) murió diciendo: "¡Matarme, no importa, volveré y seré millones!
La Profecía del Buen Vivir avanza con Amor del Grande y mucho cariño de las viejas lindas prodigado con sus manos centenarias. Aunque el perro no lo quiera, el niño vendrá con su látigo y el Amor será inevitable.
Así dice la Profecía del Buen vivir, mientras los cantantes consechan melocotones.
La Profecía del Buen Vivir. Héctor D'Alessandro 

La profecía maya del buen vivir. Héctor D'Alessandro

La profecía maya del buen vivir. Héctor D'Alessandro

La profecía Maya dice que los hombres y mujeres de corazón abierto buscarán refugio en el continente protegido. El tiempo verá y dejará mostrar la extendida muerte de las gentes pálidas y sin risa que quieren monedas y productos y no ven el alma cuando te hablan. Las naves enteramente llenas viajarán hacia el continente central (que se identifica con Latino América, único no tocado por la crisis económica, sino por la prosperidad) donde los muertos en vida serán rechazados y los que tengan procesos pendientes del alma comenzarán entonces a ver sus manchas y el desfile de sus horrores y los horrores de la memoria de su raza pasar ante su aterrada mirada.
   El continente que guarda los secretos del buen vivir ("cuna del cero y el inifinito") será preservado.

La Profecía del Buen vivir. Héctor D'Alessandro

miércoles, 18 de enero de 2012

Entrevista a Ricardo Moreno Botello en La Jornada de Oriente.

Entrevista al editor Ricardo Moreno Botello donde se menciona entre muy importantes elementos, la salida del libro "El Cucaracho" de Héctor D'Alessandro, en el contexto de un amplio proyecto de Ediciones de Educación y Cultura.










martes, 17 de enero de 2012

Recital de Cuentos Curativos en Librería Arunachala. Héctor D'Alessandro

Cuentos Curativos, también conocidos como cuentos que curan o Metáforas.
Cada jueves a las 19 y 30 y hasta las 20 y 30, a partir del 9 de febrero de 2012.
Una herramienta muy poderosa de comunicación humana.
"Una vez, hace muchos años fui a una charla que brindaban dos malabaristas norteamericanos que intervenían en una actuación teatral, uno de ellos sólo tenía la función de deslizar a lo largo de su brazo en la oscuridad del escenario una bola que tenía luces dentro, ese bamboleo armónico de la bola, su ir y venir hipnótico, me hizo darme cuenta que estaba ante un relato, ante una historia, un ciclo esférico, común, de ida y vuelta, un ritmo cardíaco que me arrastraba a acompañarlo y cuando dejé de pensar todas estas cosas me sumergí en una ola inacabable de ternura, ternura, mucha ternura, ternura dulce y ternura triste, ternura algodonosa y ternura infantil, ternura limpia y recién planchada, cuando quise acordar me había ido en un viaje interior derecordación de lomejor de mí y había estado sin darme cuenta en otros mundos. en ese instante,el otro actor rompió la oscuridad y dio un grito, una gran masa de sabiduria de las sensaciones se epelmazó en algún rincón dentro de mí y supe que yo quería comunicarme de ese modo".
Héctor D'Alessandro 


Héctor D'Alessandro ha desarrollado potentes recursos comunicacionales, bebiendo en las fuentes de las que se ha nutrido: actor, coach, dinamizador cultural, escritor y narrador oral.
"En este momento tan interesante y tan rico de mi vida he logrado hacer una integrada síntesis de los recursos que estuve afinando estos años".
En este ciclo que se inicia en Librería Arunachala, el primer lugar en que pude desarrollar esta actividad desde hace un año y medio, brindando talleres, se desarrollan cinco "recitales" que son auténticas performances teatrales con un inevitable elemento catártico y terapéutico debido al trabajo de muchos años como renacedor y como coach.
Estos ciclos comprendes las etapas de Fronteras", "Límites", "Desafío", "Transformación" y "Esfera".
En todos ellos está priorizado el uso del lenguaje y de la voz y la actuación no verbal por encima del contenido anecdótico de los relatos.
Y poseen un efecto transformador y auténticamente curativo en quien presencia la acción performativa. Se retoma así de verdad y no imaginariamente el carácter catártico que se le pide a la acción representacional. Los cuentos proceden de las fuentes tradicionales, de los cuentos de hadas, de los cuentistas latinoamericanos, los hay de orígen chamánico y de autores como Robert Graves o Milan Kundera, lomás interesante no es el cuento sino el relato hecho sobre el cuento y sobre la consecuencia del cuento en la vida del autor. De este modo todo relato es autobiográfico. Se construye con toda minucia un narrador que trasciende al clásico narrador y se elevan como auténticas construcciones autónomas,casi voces canalizadas.
Cada jueves a partir del 9 de febrero en Librería Arunachala.
El ticket es de 6 €. Reserva ahora.
"Cuando oyes un cuento están sucediendo muchas cosas más que la mera escucha del contenido a nivel neurológico, estás volviendo a abrir las puertas a recursos que estaban en tí y estaban durmiendo. A veces un relato es mas eficaz que beso, deja que esa parte de tí despierte, arriésgate a la aventura de sentir".
Héctor D'Alessandro
"El amor será al fin inevitable".

jueves, 5 de enero de 2012

Yo sí que fui feliz en todo tiempo. Héctor D'Alessandro

Yo sí que he sido feliz en todo tiempo
y lugar, en cada momento que me bebí
como un viento de buenas nuevas.
Siempre fui amigo del viento y le dejé
contarme historias por la noche en la ventana.
Si algo he sido es feliz y durante un tiempo
de mierda no me dí cuenta o lo olvidé 
de tan rápido que iba.
Eso, fui feliz y lo celebro, y soy rápido, 
sobre todo, para reconocerlo,
y soy rápido para agradecerlo.

Pacto secreto. Héctor D'Alessandro


           Mis amigas eran las reinas de las pelotudas,
no iban a clase para leer a Nietzsche o jugar al bowling.
Tenían conmigo un pacto secreto, despreciaban 
las costumbres aceptadas, bostezaban en sociedad
para la foto, no comulgaban en las fiestas marciales 
de la patria de mentiras. 
   Se masturbaban a oscuras de noche 
en los parques y fingían llamar al gatito perdido 
cuando les venía el orgasmo.
   Siempre estaban ahí, en la cofradía secreta, no 
sabíamos exactamente qué era la patria pero
si sabíamos que fuere lo que fuere no era la tele,
 Que la tele era para memos, atormentados, bufones
baratos, putas deshonestas y retrasados mentales.
  Sabíamos eso, y era como un juramento.
  Cuando nos mirábamos a los ojos tal vez no nos
contáramos todo, pero nunca nos mentíamos.

Cántale odiosa al colirio del pélida Aquiles. Héctor D'Alessandro

 Cántale escamosa sirena al Colirio de Aquiles
que no ve bien el virrey de los campos marciales y se va
 a romper un tobillo.

  No ves que se va romper el cuello, la crisma y lo que le quede.
No seas mala pescada, mujer del mar, dale aviso, que el hombre
lucha bien y nunca de costado ni con intenciones muy profundas.
   Es gran héroe, iletrado, directo y claro. 
    Inaugurador de géneros en la lucha,
sus ecos atraviesan los siglos,
   Dale cuerda al tipo, amiga, avisándole dónde está el fresco
líquido que le hará encontrar los besos de su amado y todos
los agujeros de los cuerpos que ama y posee.
  Avísale dónde dejó el colirio, no ves que así tendremos más
aventura por el mismo precio.
   Es un hombre en el fondo bueno y cegato, como todos los 
que hacen la guerra y no se acuerdan de comer caliente, en casa
de materiales, y no en agitadas tiendas siempre batidas por el 
puto ponto. 
  Déjate ya de melindres y bobadas y dile donde 
dejó el colirio que en el fondo es macho y si pasa un rato más 
padeciendo va a empezar a pensar que la vida es injusta, que 
sufre demasiado, va a inventar el existencialismo y nosotros 
nos quedaremos sin luchas ni trompadas.
   Que si no lo haces tú, lo haré yo.
  ¡Cántale, jodida, odiosa sirena y cuéntale donde dejó el Colirio,
a ese tal Aquiles!! 

Hillary es siempre novedosa en sexo y guerra. Héctor D'Alessandro

Hillary no mama vergas, pero mata muy bien
gobernantes lejanos con aviones de OTAN.
Los acusa con el cuento de que no los votan,
los recusa y también despotrica cuando recién

informadita de que el dictador está también 
de capa caida y floja , dice: "¡A ese me lo botan!"
Novedad en muchas cosas, no importa el capitán.
Famosa por un vestido azul manchado recién

sacado de la lucha, conservaba su semen.
Simiente rara ajena a todas las contorsiones
del sexo activo, agraciado como todo un parabien. 


Inauguró nuevas fronteras: seres que se amen
pero no tengan tecnicamente relaciones, 
incluso aunque se de el caso aquel en que eyaculen.

Soy mi propio amigo. Héctor D'Alessandro

Yo vengo de todas partes a la vez; soy un río
grande, soy un mar, todo cabe en mí, voy cargando
sin sentirlo un archivo infinito, voy amando
figuras, sueños y de los pájaros su pío pío. 

Yo vengo de todas partes a la vez no soy mío
soy lo último que me pertenece, zarandeando
voy, a mi persona a la que tantas veces mirando
acabé desconociendo, no soy eso, no me fío 

de ese ser tan amado por los otros, prefiero
amarme yo y conocerme , saber el límite
y caminar seguro detrás de lo que quiero.

Llegar a la frontera, saltar, sentirme fiero.
deslumbrado por la luz del nuevo dinamite
al que me someto, como amigo,  compañero

Aquí puedes leer "El perro que fuma", Ediciones Ellago. Premio Kosmopolis.


“El perro que fuma”.
Héctor D’Alessandro

I
Peter salió, aquella calurosa mañana, asegurándose una y otra vez que llevaba las llaves de Laia en el bolsillo. Laia le había dicho que si quería volver a verla tenía que ir hasta allá abajo, hasta el puerto y darle las llaves; que sólo después de este acto de confianza podrían comenzar a hablar. Por ese motivo salió a la mañana temprano, bajo el sofocante calor, con las llaves en el bolsillo. Las movía una y otra vez, como queriendo confirmar alguna cosa, como atándose a algo mientras esperaba a los turistas del “paseo por la  antigua Barcelona”. Al mediodía, a la hora de la comida, si aún le quedaba algo de energía luego del paseo bajo el cielo candente,  pensaba hacerle una llamada.
   Peter era un guía turístico abierto a lo inesperado, luego de veinte años en Barcelona, continuaba sorprendiéndole que, en menos que canta un gallo, se planta una procesión en medio de la calle Hospital, una cabalgata por las Ramblas o una tamborinada en conmemoración de no se sabe qué. Se resistía a llevar un calendario con las fechas principales. Los turistas, esa parte infantil y alegre, dispuesta a maravillarse y sobre todo muy preguntona, que las personas llevan alojada en alguna parte de su corazón no se hacían esperar. ¿De qué trata esto? ¿Qué se celebra? ¿Es esto típico?  ¿Típico catalán o típico español? ¿Usted, Peter, prefiere que le digamos “buen día” o “bon día” o le da igual?
   Peter, con esa parte profesional que había logrado desarrollar, enérgica e informativa, contestaba que le daba igual porque esa mañana sólo pensaba en Laia y movía las llaves del reino dentro del bolsillo. Al final haría lo que ella pidió, iría hasta el World Trade Center, atravesaría las puertas del moderno cancerbero automatizado, se identificaría, explicaría el motivo de su visita, y le darían una tarjeta de visitante para llegar hasta la oficina definitiva. El calor en la cabeza lo confundía. ¿Cómo le pide que le lleve las llaves si sabe que allí sólo podrán intercambiar cuatro palabras públicas? A lo sumo ella pedirá salir un minuto para fumarse un cigarro y allí podrían intercambiar palabras privadas más cargadas de emotividad.
   Mister Peter, ¿porqué esta gente compra tantas rosas? ¿Qué se celebra señor Peter? ¿Qué hacen con las rosas dentro de la iglesia?
   Santa Rita, señora, la de los imposibles.
   Santa Rita, a quien un enamorado debería poder pedirle bajar hasta lo hondo del Raval y más allá, hasta el puerto, hasta el infierno de la frialdad y la indiferencia, y poder acceder a ella con las llaves y obtener el regalo de verla antes de regresar. Volver a verla y registrar en sus ojos el amor que aún sentía. Dejarla atrás con una nueva mirada que no le petrificara, que no la hiciera volver a las computerizadas cámaras heladas de acero de cristal de cemento.
   En la ciudad, igual que en las novelas, ya no caben las emociones toscas, cíclicas, barriales.
   “La iglesia de San Agustín es una iglesia del siglo XIX y está consagrada a San Agustín y a Santa Rita de Cassia...
  
II

Peter conoció a Laia en el bar “El perro que fuma” en la época en que había dejado de concurrir a bares vagamente ingleses y abandonó la compañía de los tres ingleses que conoció en el Raval.  “El perro que fuma”, ubicado en esa esquina tierra de nadie donde acaba la calle del Carmen, evoca de un modo inconsistente la presencia del mar. Ese mar que no huele como el de Liverpool. Ese mar ausente, sospechado, escondido dentro de nubes de contaminación y sopor. Recuerda que en la época en que conoció a Laia y frecuentaba el bar, había, en Barcelona, una nueva frase publicitaria acerca de la ciudad –otra más; y cuántas iban...- “Barcelona se abre al mar”. Recuerda, asimismo, que Germán, irónico como siempre dijo “Sí, los barcos atracarán en plena Rambla y a los pescados en la Boquería les echarán ambientador marino”. Germán también venía de un puerto, lejano, en América del Sur; del país de los sarcásticos, decía. Bueno, el caso es que excepto algún ataque de alergia por semillas de soja descargadas en el puerto, el mar no pautó su presencia con alguna señal cíclica como el rumor de las olas o los vientos marinos. Nada de eso sucedió.
   “El perro que fuma” evoca la presencia del mar de un modo fallido. Nudos marineros, pequeñas anclas, gorras de capitán, camisetas marineras enmarcadas, un timón. Todo envuelto por los gases tóxicos de la ciudad encajonada entre un mar quieto y unas montañas inmutables que sirven de parapeto al viento. Y el olor del mar que nunca llega. Como mucho alguna gaviota aterriza en medio de la rambla para comerse un trozo de pan o para atacar a una paloma moribunda.
       –El romanticismo –dice Germán– no podría vivir sin su cuota de ignorancia. Sos un pelotudo, ¿cómo va a soplar viento en una ciudad portuaria mediterránea? El mediterráneo no se mueve y si la ciudad es un puerto es porque la eligieron, justamente, por su falta de vientos. El viento y las antiguas embarcaciones de madera no se llevaban bien o qué pensás que el mundo se hizo anteayer monitoreado desde un teclado informático. Lo que tendrías que hacer, vos que sos ecologista, es montar una ONG para derribar el Tibidabo. Entonces sí que habría viento aquí, ya verías que vientos.
   Germán siempre hablaba así, como si hubiera nacido sabiéndolo todo. Como si todo fuera evidente. Sin embargo era una persona sensible y su mejor amigo.
   Ojalá pudiera hablar con él otra vez, como ayer, antes de bajar a verla al puerto.

III
   Cuando conoció a Germán en “El perro que fuma” no le creyó que fuera dibujante de tiras cómicas. Con algo de ingenuidad o simplicidad siempre había imaginado, en los pocos momentos que dedicó a ello, que los humoristas eran igualmente humoristas en su vida privada. El caso es que Germán no era un humorista en su vida privada sino un amargado con un humor extremadamente cruel; o así le pareció. Con el tiempo y el desarrollo de su amistad llegó a darse cuenta del inmenso fondo de dolor que había detrás de cada uno de los sarcasmos de su amigo sudamericano. Recuerda el día en que, al volver a verlo, con esfuerzo aplicado y buena memoria le dijo “Germán...” indicándole que recordaba su nombre y luego el apellido y luego de qué país era y luego, ya en un dechado de sapiencia y esfuerzo le dijo la capital de su país. Y recuerda también que Germán se lo quedó mirando y le dijo que se equivocaba que él era de otro país con nombre parecido. Esto lo dejó tremendamente abochornado. Y lo mantuvo sometido a ese bochorno varios meses hasta que un día en una conversación se deslizó la verdad. Resulta que Peter sí le había dicho el país y la capital correctos. ¿Por qué le había mentido?  La respuesta de Germán era abrumadora. Porque como buen guiri tenés que equivocarte. No tenés que saber de dónde soy ni cual es la capital del país en que nací ni qué carajo produce para la exportación. ¿A quién coño le importa eso? Vos, para ser mi amigo, tenés que ignorar de dónde soy, tenés que seguir siendo el mismo inconsecuente y hacerte el bobo y no demostrar ningún interés que no tengas. Acaso a mí me importa qué hacen en Liverpool; lo único que sé es que en lo que vos llamás “mi país”, hay un equipo de fútbol con ese nombre y que lo fundó un gremio de operarios ingleses de las vías férreas. Aparte de eso, creo que los Beatles nacieron allí. Nada más.
   Peter solía pasar por bobo, experimentaba con frecuencia cierta inadecuación o al menos estos latinos incomprensibles le hacían sentir de ese modo. Pero aún así sabía o entendía que Germán no hablaba de corazón que todo era una especie de pose intelectual; en el fondo entendía que Germán era o había sido una persona de intensas o arrebatadoras emociones  y que por algún motivo ahora se resguardaba tras esta máscara de ironía. 

IV
Sí, hoy es día de paella, típica, clásica paella. Sí  es muy buena y “delicious”. Sí, señora, sí. Quién coño le manda a él a meterse a comer, en un tipico restaurante español, con los turistas en un día como hoy. La pesadez insoportable de la humedad, el calor mortal, el sentimiento de angustia que le sacude las tripas, la inquietud por saber qué va a pasar cuando vea a Laia y se le ocurre comer paella de bodegón, servida en raciones como parar la hambruna. Solo un gilipollas podría hacer esto. El arroz le sabe a arena las gambas a plástico los escamarlanes a tubos de poliuretano y con la misma dificultad que la arena el plástico o los tubos intenta tragarlos. Cree que va a vomitar en cualquier momento. Qué nudo en la garganta. Qué ganas de abandonarse, llorar o algún otro acto extremo. Con la frente sudorosa, el rostro de un tono verdoso, pide permiso y va al lavabo. Debería haber ido a algún restaurante de “design food”; esa comida virtual, rastro, pincelada o muestra de comida en dosis para navegantes intergalácticos. Pero no, tuvo que satisfacer ese gusto que a veces invade a los turistas de mezclarse “with the people”; comer como los camioneros o al menos de acuerdo a la idea que ellos, los turistas, tienen de los camioneros.  Encima en un restaurante de la calle San Pablo en el que no puede evitar hacer inhumanos revoloteos con los ojos a un lado y otro pensando que en cualquier momento alguien va a robarle la cartera a un integrante de su grupo de turistas. Con lo que eso implica en cuanto a información suplementaria, acompañamiento hasta la comisaría, soportar las quejas, a veces racistas, del perjudicado, que lo ve todo mal a partir de aquel momento, los restaurantes, los paseos “the people”, los polis, el viaje, todo. En fin, una pérdida de tiempo. Como si la actividad de los delincuentes se circunscribiera a este barrio y a esta ciudad.  
   –Usted ya se sentiría mal de antemano señor Peter, le dice Manolo, el dueño del bar que, viéndolo bastante congestionado, por propia iniciativa se acercó al lavabo a verlo vomitar.
  –Sí, señor Manolo, no se preocupe, no le voy a poner una denuncia en higiene.
  –Oiga, señor Peter, yo le disculpo sus palabras porque se encuentra usted en muy mal estado pero sepa que...
   –De verdad, que yo me sentía mal de antemano, discúlpeme por lo mal pensado.
   – No, si yo decía nomás... ¿Quiere que le sirva una manzanilla?

   Acepta la infusión para que Manolo no le dedique sus pensamientos durante todo el día; no quiere sentir en su cuerpo ese peso agregado. Pero le indica que la sirva luego a la hora de los postres; para que el grupo no se de cuenta de la movida. ¿Usted me entiende? Cómo no le va a entender Manolo, que lleva mas de cuarenta años al frente de su establecimiento. Incluso le agradece el detalle.

V
A la hora de la merienda ya tiene pensado desde qué cabina la llamará. Fijar su pensamiento en la imagen que tiene de aquel teléfono, mientras revuelve las llaves en su bolsillo, le sirve a los efectos de no inquietarse. Liberado, por efecto del tosco vómito, se encuentra más ligero, casi sin pensamientos, extenuado, ha dejado partir todas las ideas oscuras y una suave placidez vacía de horrores e inquietudes le mece pasado el mediodía y el acuciante sol. Ahora es coser y cantar. Los meterá en la Casa Güell, visita guiada previo ticket en la puerta, ya conocen el camino de regreso al hotel, saludará a la Sonia, su amiga azafata y así acabará su tarea, adiós, adeu, bye bye. 
   Un escozor u hormigueo en el culo lo conduce en volandas hasta la cabina. Por un momento quisiera volver atrás y unirse nuevamente al grupo, no separarse, ser sólo ojos para ver todo lo nuevo que había que ver, ser sólo una mirada, ser sólo lo que entra por los ojos y ganar la atención sólo para los datos objetivos. Desamparado frente al tono de voz de Laia. Acompañado de sus múltiples interpretaciones sobre lo que sucede al otro lado de la línea marca el número.
   –Sí, he de salir hacia las cinco; pero nomás por unos veinte minutos. Podemos quedar a la puerta. No, no, más allá de la puerta. Mejor cerca de donde está Hacienda. ¿De acuerdo? Ok.
   Sigue herida; la indiferencia administrativa con que despachó la llamada se lo indica. Habitualmente, detrás del “ok” solía decir “un besito” o “cariño”. Y él hubiera respondido “Un altre per tu, I love you”. Además ¿qué era eso de nada mas veinte minutos? Y ¿por qué lejos de la puerta? Eran imaginaciones suyas. Si se serenaba, algo que quería hacer, recordaría que Laia siempre disponía de veinte minutos y lo de la puerta era por una especie de reserva. No quería que la vieran haciendo otra cosa que no se tratara de algo de tipo “profesional”. Si salía era porque “tenía” que hacer algo relacionado con su trabajo. Esa especie de reverencia laboral Peter la encontraba extremadamente latina y no alcanzaba a comprenderla; él siempre se había considerado libre en todo momento respecto de las instituciones, incluso las laborales, más allá de su horario o del recinto y nadie le rectificaría; ni siquiera Germán, quien decía que eso que él llamaba “libertad” era su manera de contarse a sí mismo la indiferencia y la desprotección en su mundo laboral de Liverpool. Bien mirado ninguno podía opinar porque, ambos “free lance”, nada sabían desde hacía muchos años de las largas permanencias en el marco de un lugar y un horario laborales; nada podían saber de los ritos y los dioses a los que rendía pleitesía Laia.
   En estas disquisiciones se le iba el pensamiento mientras esperaba, removiendo el manojo de llaves, inquieto y resoplando como queriendo quitarse los últimos resquicios de calor de la tarde.
    Ahora ya no deseaba que estuviera Germán aquí, ahora ya no deseaba más que pasar el momento, atravesar ese puente, experimentar la sensación de que entiende algo de corazón, la única certeza, mirarla y confirmar el amor, pero sin dudas; no sentirse como una persona inadecuada en el lugar y momento imperfectos, sino entero y presente allí.
   Adelantándose a los acontecimientos imaginó qué le diría al verla, imaginó que le preguntaría algo así como ¿dónde vamos? Y la respuesta era obvia, ¿dónde vamos a ir para veinte minutos que tenemos? Estas eran las cosas que hacían que se sintiera afuera de lugar siempre. Como pedir vientos en Barcelona.

VI
El lugar de los imposibles. “El perro que fuma” era un lugar de imposibles. Aunque claro, nunca pidas lo imposible, porque corres el riesgo de que se te cumpla. Bañado de alcohol podía continuar horas así. Una alegría líquida que le bajaba por la espalda y le hacía trastabillar entre carcajadas. Risas por lo que decía y por lo que pensaba sin llegar a decir. Y Germán, al otro lado del espeso cristal de la borrachera, creía entender. Más risas por lo que se le había ocurrido decir y no dijo. Algo acabó provocándole un ataque de risa y de tos que casi lo hace colapsar allí mismo. Debatiéndose en la duda sobre si reía por lo dicho o reía porque se había dado cuenta que creía haber dicho algo que no dijo y supuso una respuesta en Germán que jamás existió. Pero que para ambos eran extremadamente real. “El perro que fuma” propicia estas situaciones. Allí iban cuando necesitaban estar un rato juntos pero como a solas. Allí iban cuando necesitaban aclararse ante una situación confusa. Allí iban cuando tenían algo que celebrar.
    Dídac, el dueño del bar, envuelto en una sonrisa comprensiva, estaba revestido de todas las características de los personajes llenos de misterio y un intenso pasado, una persona sabia que retirándose de los terrenos devastados de una vida llena de sufrimiento e intensas pasiones se refugiaba detrás de una barra de bar. Mas de una vez, cuando los alcanzaba borrachos hasta la puerta de un taxi o hasta la puerta de casa, Peter o Laia o German le habían dicho “Dídac, tu no nos estarás engañando y en realidad serás un idiota del tres al cuarto que no se entera de nada de lo que decimos. Tu no nos harías esta putada, ¿verdad?” O, en noches más gloriosas aun, “Didac, tu en realidad no serás un extraterrestre que está escribiendo por las noches una manual de uso de la humanidad y lo envías en la madrugada a otra galaxia. Verdad que no serías tal fill de puta como para no enrollarte y contarnos un poco cómo es la vida por allá arriba.” Y cuando no estaba la cosa para pachanga, Laia cerraba cualquier comentario sobre Didac declarando “él también tiene lo suyo”. Esto los arrebataba; cómo que “tè lo seu” qué carajo quiere decir eso, quiere decir que Laia sabe más que ellos sobre Didac y ahora se las da de que como es mujer tiene acceso a zonas del corazón humano que a ellos, par de huérfanos planetarios, les están vedadas o acaso Laia tiene una de esas tardes estereotipadas  en que uno se dedica a hablar mediante frases hechas y partiendo de una suposición personal emite un veredicto vacío totalmente de contenido. ¿Eh?  
    –¡Laia es una Maruja!  ¡Laia es una Maruja!
   Cantan.  Laia ríe. Cuando ríe es que paran. Tiene una risa profunda. Con la mano izquierda apoyada en el vientre y la derecha en la frente se lanza hacia delante como si fuera a zambullirse, como si se preparara para arrancar, como si no pudiera aguantar la intensa presión de la risa desatada. Risa preciosa, dice Peter. Risa vaginal, dice Germán.
  –¿Volls dir com collons és que aguantes aquest parell de tarats?
  –Perquè els estimo Didac, perquè els estimo.
   –¡Laia nos quiere! ¡Laia nos quiere!
 
    
VII
–¿Has visto a Germán?
–Sí, ayer estuve con él.
–¿Cómo está?
–Triste.
–¿Te ha dicho cómo me encuentro?
–Sí, triste.
–Triste y vacía Pete; triste y vacía.
–...
–Y rara. Ahora no puedo sentir nada. Aunque me ponga ante el espejo y diga Laia siente algo, alguna cosa. A ver pon cara de esto o lo otro. Nada. Y desconcertada y culpable porque a veces pienso que estoy exagerando todo por algún motivo que ni yo misma conozco.
–...
–Sí, ya sé que me quieres. Y yo también te quiero pero ahora no sé ni qué debo sentir.
–Yo...quiero decir..Laia que lo siento por lo que he dicho estos días y por mi actitud y te pido que no me lo tomes en cuenta. Quiero decirte también que deseo continuar, que quiero saber qué quieres hacer y que yo reconsideraré todo.
–Entonces va ella y te abraza. Y si te abraza qué vas a hacer pelotudo, ponerte a filosofar, no. Abrazarla y vaciarte de esa mierda de pensamientos que habitualmente llevamos a todas partes y aguantarte. Es eso lo único que habría que hacer, rendirse a un abrazo.
   Desde aquel momento hacia cuatro años, en “El perro que fuma”, cuando Germán le instruía en los extravagantes laberintos de la pasión, hasta ahora había logrado una avance exactamente de un paso: decir lo que quería decir: “reconsideraré todo”
   Laia se acerca, el tiempo se ahonda, ya no existen veinte minutos, le abraza. Su cuerpo frágil y vibrante está lleno de un calor agradable. Peter saca la mano del bolsillo, duda un momento sobre si sacar el llavero que ha apretado todo el día o no hacerlo. Laia, como si adivinara sus pensamientos, le envuelve el oído en su hálito, lo llama al silencio. “Sshhh. Sshhh”.
   “Claro que le quiere. Cómo no saberlo después de este abrazo. Claro que le quiere”.
   –Claro que te quiere –le había dicho Germán el día anterior en “El perro...”–. Cómo no te va a querer. Lo que pasa que la cagaste al hablar y ahora está enfadada, dolida, pero es cuestión de horas o de días. Lo que tenés que hacer es olvidarte de hacer suposiciones, vos vas y la abrazás y le decís lo que tengas que decirle pero sin pedir nada ni dar nada que no sea cariño y vas a ver cómo se allana todo. Nadie es perfecto, yo también la cago a veces y vos lo sabés, sólo hay que reconocerlo y disculparse y relajarse. Además, como dicen en los culebrones “lleva un hijo tuyo en las entrañas”, bueno, tuyo o de quien sea.
–...
–Ves como yo también la cago al hablar. Disculpame.
–¿Qué dice Germán de todo esto?
–Mejor pregúntaselo a él.
–Tanto se ríe ese cabrón que no quieres decírmelo.
–No, no cariño, no es que se ría, es que...
–No necesitas explicármelo, nos conocemos.
   Peter no quiere traicionar a su amigo, no quiere hablar de otra cosa que no sean ellos en ese momento, no quiere desviarse, pero el comentario introduce tensión y se lleva inconscientemente la mano al bolsillo y aprieta el llavero.
  –Vas a ver, si hasta te va a decir que te quedes las llaves, si te las pidió fue en un arranque de rabia.
   Ahora están sentados en un muro en las Drassanes. Ella apoya la cabeza en las manos y lo mira de costado. Como si dijera ¿cómo hemos llegado a esto?
   Peter suelta en el bolsillo las llaves y apoya sus manos a los lados, sobre el muro.
  –Cuando estás así –decía German- dándole vueltas en la mano a un mechero o a un llavero o a un bolígrafo o cualquier otra cosa es que estás pensando, y cuando lo soltás es que has llegado a una conclusión: un circuito de pensamientos, sensaciones o emociones se ha cerrado dentro de ti y estás cercano a la paz.
   Al comienzo, cuando nada era claro en la relación se quedaba largos ratos envuelto en un silencio incomprensible, mirando al techo o corría a sentarse a un sofá frente a una ventana.
  Cuando entraba en ese estado Germán lo dejaba y se ponía a dibujar. Laia en cambio se inquietaba, entraba en un estado de tensión y la apagaba fumando.
   Con el paso de los meses Germán había entendido que podía hablarle porque estaba presente y podía contestar con serena lucidez. “Hasta parecés humano en este estado”, le decía. Con el paso del tiempo Laia había entendido que podía acercársele, que no estaba crispado ni nada por el estilo, que podía acariciarlo y besarlo infinitamente en esos momentos de extraña calma hipnótica.
  Con el paso del tiempo había aprendido a soltar a un animal retozón que llevaba dentro, animal que le permitía saltar sobre Germán y sellarle la boca con cinta adhesiva de embalar paquetes y putearlo durante un rato, impidiéndole hablar y soltándole a su vez frases, como él decía, “para la posteridad”. Con el paso de los años había aprendido a girarse envuelto en la cortina de caricias de Laia y atraparla entre sus brazos y acercarla y acariciarla él con idéntica energía magnética y dormir entre sus brazos eso salvaje que ella levaba dentro.
   Algunas tardes, en ese estado, pensó que eso que llamaban madurar o convertirse en uno mismo o alguna de esas cosas de las que Germán se burlaba aunque las cumplía con fervor curricular, era lo que le estaba sucediendo ahora junto a ellos. Pensó con los músculos más que con el cerebro, como si soltara una antigua tensión, que Liverpool le era desconocido, que su pasado parecía el de un extraño, que convertirse en uno mismo quizás era estar tranquilo como cuando uno tiene la sensación del trabajo bien hecho y el pasado se baña de una aureola extraña y agradable de vacío; un dulce vacío donde un niño corre sin objetivo, alguien exclama desde un ventana hacia un jardín unas palabras llenas de sensación pero sin significado y otras imágenes corren por encima de esa película dulce, sólo dulce, como si estar en paz fuera tumbarse en la cama frente a la ventana que es algo que los músculos pueden comprender.
–No quiero que me devuelvas las llaves. Estaba tonta cuando lo dije. Eso sí, estos días no me hagas caso a nada de lo que diga, si vienes por casa y te digo que quiero estar sola no te preocupes que es la crisis mientras me voy recomponiendo.
–Tenés que entenderla, pasó los treinta, pasó los treinta y cinco, lleva igual que nosotros, cuatro años en la luna y de golpe se queda embarazada. A mí no me va a engañar y a vos tampoco; a ella misma ya dejó de hacerlo. Quiere un hijo; pues qué le vas a hacer, quiere un hijo. Tampoco se va a acabar el mundo por tener un hijo Peter, eso lo piensan los traumatizados como vos y yo que nos criamos escuchando “Leaves the kids alone”. Que pensamos que los adultos son un fiasco envuelto para regalo destinado a maltratar las cabezas de los niños. Quién te dice, igual los niños no tienen cabeza; yo no me acuerdo de haberla tenido. Igual hasta es una experiencia civilizada que nos conviene vivir a todos; ya me estoy viendo comprándole chucherías y llevándolo al parque. Relajate un poco hermano.
   Eso fue lo que indujo el cambio. En ese momento soltó el vaso que tenía en las manos. Cuando vio la imagen. El niño. (“Perdon, aclaró German, y/o la niña”) Las chucherías. El parque.
   En ese momento la idea se hizo real para él; real de un modo agradable.
   Germán, entorpecido por sus propias palabras, en su afán de volverle agradable la situación no se dio cuenta que había soltado el vaso. Sólo vio el efecto. Que Peter se levantó, como urgido y se fue al lavabo del bar. “¿Y a este ahora que coño le pasa? Yo le hablo a la pared o ¿qué?
   –Mañana, después de llevar a ese grupo al paseo. Me voy a verla al Worl Trade. Ya verás. Lo arreglo todo Germán.  Ya verás.
   Germán no sabía exactamente qué de todo lo que había dicho lo había motivado pero estaba tranquilo debido al resultado. Su amigo había vuelto a la tierra después de un periodo horrible por el purgatorio. Qué pesados, solía decir Germán, y cuánto esfuerzo implican los amigos que se van al purgatorio.
–¿Te puedo contar una cosa?
–...
–Ayer me lo imaginé, paseándolo por el parque y comprándole chucherías.
   Laia sonríe y dice algo así como “bah bah, anda, tira”; su sonrisa es complaciente.
 Lo mira como si al fin lo reconociera, ya no es esa cosa tensa y llena de dudas en que a veces se convierte; una ola de energía la sacude por dentro como el redoble de un tambor.
–Vos tenés la sensibilidad de un hierro aunque claro también hay que reconocer que Laia es mucha Laia, si te digo la verdad al comienzo a mí me confundía. Es como una fuerza de la naturaleza y si vos dudás ella también duda. Ahora imaginate a una fuerza de la naturaleza dudando. Imaginá un viento que viene a toda pastilla por esta calle y nosotros decimos ¡ojo que viene el huracán! Y sólo deseamos que pase de un vez y en lugar de eso al huracán le entra una duda, justo en esta esquina; cómo nos dejaría, te puedo asegurar que el menos con tres minutos de duda nos despeinaría. Pues imaginate a Laia con una semana de duda huracanada.
  Peter piensa que sí, que es verdad, recuerda cuando al comienzo en “El perro que fuma” habían conocido a Laia y todas las noches se le echaban a suertes y pensaban y apostaban con quién finalmente se iba a ir a la cama; bueno a la cama y algo más porque Laia no iba a permitir que le echaras un polvo y adiós muy buenas. Eso seguro. O eso pensaban.
   En esa época Laia, además de fumar, se mesaba el largo cabello negro continuamente, se comía las uñas, cambiaba de sitio las cosas sobre la mesa a cada momento y en todo momento te miraba con esos enormes ojos negros intensos con aquel puntito de luz como un lámpara que se acerca poco a poco en la oscuridad de un camino nocturno. Laia te escuchaba con intensidad, agitando su cabeza arriba y abajo, afirmando que te escuchaba. Y cuando contabas algo que parecía afectarte enseguida extendía sus dos manos juntas y te cogía la tuya con fimeza mientras te miraba fijamente a los ojos y seguía asintiendo.
   –Es un pedazo de hembra con mayúsculas, dijo una noche Germán. Creo que me voy a abrir. Me parece que va a por ti Peter. La verdad es que si te llevás esa mujer te voy a envidiar aunque sea un poquito. Pero también me voy a reir porque va a acabar de sacudirte la adolescencia de los mofletes a tetazos y te hará sufrir. Pero bueno, aquí siempre tendrás un amigo analista del ajedrez humano que te apoyará en los malos momentos.
–No creo que sea algo tan sencillo, dijo Peter en aquella ocasión.
–¿A qué te referís a que esa chica es una persona compleja y llena de traumas como vos? ¿Y que luego de conocerla en la intimidad se va a revelar como una persona débil que llora por cosas incomprensibles o algo así?
–No, me refiero a que ella quiere otra cosa, algo mas profundo o más fuerte.
–Entonces te equivocás, porque en ese caso me hubiera elegido a mí y no se da el caso.
–El tiempo lo dirá.
–Sí, cuando el bosque avance.
–No aquí los bosques no avanzan porque no hay viento y no pueden simular el movimiento. No, aquí los bosques hablan. Si te fijas los árboles ahí arriba en Montjuic o en el Tibidabo, están quietos y parece que hablaran.
–Vale Macbeth.
– Ya verás. ¿Tu no dices acaso que ella es una fuerza de la naturaleza?
–Y que habla. Con cada gesto.
   Como ahora, que lo miraba llena de intensa dulzura. Cómo si él hubiera dicho las palabras que abren la cueva; y realmente las había dicho. Ella sabía que si él había logrado imaginar e ese niño o a esa niña quería decir que algo se había abierto en su corazón que ahora ya no se cerraría. Esa confianza la hacía estar de pie allí frente al puerto mirándolo antes de despedirse y sus piernas fuertes como pilares parecían hundirse en el suelo y llegar al centro de la tierra, centro con el que ella mantenía un diálogo secreto del cual revelaba a veces extraños diálogos sueltos. Apenas comenzaba a sospechar algo acerca de los ritos y los dioses a los que rendía pleitesía Laia.
   Al principio Peter suponía que si una chica se dejaba acariciar es porque quería algo con él, pero ella tenía un modo de dejarse acariciar que parecía demandar el mundo entero. Quedaba agotado. A Germán debía sucederle algo similar porque se negaba a acariciarla y no era, no podía ser porque no quería estar en ese eterno flirteo a ver por quién se decidía. German alejaba sus manos de ella como con respeto; como si al tocarla ingiriera un suero de la verdad que le hiciera vomitar su verdad y sus pequeños dolores secretos.
   Cuando al comienzo de la relación acababa de hacer el amor con Nuria se quedaba tumbado mirando al techo absorto o a la pared o corría a sentarse en un sofá frente a la ventana o se levantaba y salía corriendo hacia el lavabo.
   Nuria permanecía impertérrita; a lo sumo se deslizaba en la cama buscando el abrazo de Germán.
   –¿Qué le pasa? ¿Porqué se va al baño de esa manera?
–No lo sé –dice Germán- Quizás en Liverpool se rindan al amor de ese modo. Aunque también puede ser porque llevamos muchas cervezas encima.
–Bien, mientras se rinda lo demás me da igual y mi otro esclavo sexual sudamericano ¿cómo me va a mostrar su rendición?
   El caso es que cuando anunció que estaba embarazada, aunque Peter no lo dijo, lo que le pasó por la cabeza, además del compromiso insoportable que esto le significaba, fue “¿de quién es?”. Por eso aquellas palabras.
–Si te hubieras escuchado te hubieras tronchado de risa. “No estoy preparado para esto. Hay que buscar una solución”.
–No seas cabrón, tampoco te esmeres en reírte de mi.
–Bueno, me voy que ya deben estar preguntándose si me marché para siempre.
–Esta noche...
–Sí, nos veremos. Anda, ve a decirle a Germán y preparen una cena espléndida que esta reina tiene el doble de hambre. Va, no pierdas tiempo.
–Laia, una última cosa
–...
–Si yo me hubiera largado y ...
–Qué pesado. Siempre hubieras tenido la puerta de casa abierta. Además – y se toca la barriga- él hubiera sabido siempre que tiene dos padres.
FIN

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