domingo, 29 de septiembre de 2013

Doce años de terapia. Richard Bandler

Una vez recibí a un cliente de veinticuatro años de edad, que ingería Valium desde los doce. La única vez que salía de su casa era para ir al dentista, al doctor o al psiquiatra. Había pasado por cinco psiquiatras, pero lo más grave que yo detecté era que no había abandonado se casa en doce años. Ahora sus padres eran de la opinión que debía arreglarselas solo. Su padre, dueño de una gran empresa constructora, se quejaba ante mi,: "Ese muchacho... es tiempo de que se valga solo". Y pensé: "Cretino, te has atrasado doce años. ¿Qué vas a hacer? ¿Entregarle tu empresa para que te mantenga?" Esa empresa tendría una expectativa de vida de alrededor de dos días.
   Puesto que el muchacho había vivido doce años con Valium, no había tenido muchas experiencias, hasta que me lo enviaron. Lo obligue a visitar todo tipo de lugares y a efectuar una infinidad de rarezas:o eso o bien le daría la paliza del siglo.  
   Cuando dudó la primera vez y me dijo que no podía mover un dedo, le pegué fuerte y con eso comenzó a ganar experiencias. 
   Fue un método expeditivo, que no recomiendo en absoluto para la mayor parte de las personas.
   Pero hay veces en que una buena cachetada constituye el principio de la construcción de una buena estrategia de motivación. Algunos de ustedes recordarán como funciona eso, de los años de juventud. Yo sólo lo metí en una serie de situaciones en las que debería resolver dificultades y contactarse con otros seres humanos. Eso le dio una base experimental para vivir en la realidad sin el cojín de casa,las drogas y el psiquiatra. 
  Las experiencias que le proporcioné fueron un poco más útiles y relevantes que resumirle verbalmente su niñez a un psiquiatra.

Esta niña es una putita. Richard Bandler

Un padre literalmente arrastró a su hija a verme, torciéndole el brazo tras la espalda, la empujó a una silla y gruño: "Siéntate".
-¿Pasa algo?, pregunté.
-Esta niña es una putita.
-No necesito una, ¿para qué me la trae?
Esa sí que fue una interrupción inductora de trance. Esas primeras frases son mis favoritas; uno le puede freir los sesos a alguien con una réplica como esa. Formúlenle una pregunta similar después, y nunca podrá volver a donde estaba.
-No, no. Eso no es lo que estoy diciendo...
-¿Quién es esta chica?
-Mi hija.
-¿Usted convirtió a su hija en una puta?
-¡No, no! Usted no me entiende...
-¡Y usted me la está ofreciendo a mi1 ¡Qué asqueroso!
-¡No, no, no! Usted me ha entendido mal.
 Este hombre que llegó gritando y amenazando, ahora ruega que yo le entienda. Ha girado totalmente desde atacar a su hija a defenderse a sí mismo. Mientras, la hija casi reventaba de la risa. Pensó que era maravilloso.
-Bueno, explíquese entonces.
-Tan sólo creo que todas estas cosas horribles le van a suceder.
-Bueno, si le enseña usted esa profesión, seguramente le sucederán.
-No, no, mire, es que...
-Bueno, ¿qué es lo que quiere que yo haga? ¿Qué es lo que usted quiere?
Entonces comenzó a describir todas las cosas que él quería. Cuando terminó, le dije: "Usted la trajo acá torciéndole el brazo y la tiró al asiento. Así exactamente se trata a las prostitutas; usted la está entrenando profesionalmente para eso".
-Bueno, yo quería obligarla...
-¡Oh! Obligarla, enseárle que los hombres controlan a las mujeres empujándolas, mandándolas, torciéndoles los brazos tras la espada, forzándolas a aactuar contra su voluntad. Así operan los proxenetas. Lo único que le faltaes cobrar dinero por ello.
-No, eso no es lo que ha sucedido. Se ha acostado con su "novio".
-¿Le cobró? ¿Lo ama?
-Es demasiado joven para amar.
-¿No lo amaba ella a usted cuandro era una niñita? 
Proyecté la imagen de ella cuando niñita, sentada en las rodillas de papá. Casi siempre puede uno convencer a viejos gruñones con esa imagen.
-Déjeme preguntarle algo. Mire a su hija... ¿No desea usted que ella sea capaz de amar y de gozar del sexo? La moral del mundo ha cambiado yeso no tiene porqué gustarle a usted. Pero, ¿le gustaría que la única manera de interactuar con hombres que ella aprendiera fuese la manera como usted la trajo aca hace unos momentos? Y que ella esperara a cumplir lo ventiún años y se casara con alguien que le pegara, la empujara,abusara de ella y  la obligara a moverse contra su voluntad?
- Pero puede equivocarse, y eso la herirá.
-Es posible. En dos años más ese tipo puede botarla como a una piedra caliente y marcharse. Y cuando se sienta mal y sola...no tendrá donde ir, pues lo odiará a usted. Si llegase a volver a su casa, usted le diría: "Te lo advertí".
  Incluso si ella se las arrega por sí sola y encuentra a otra paersona y establece una verdadeera relación, cuando nazcan sus hijos -sus nietos- no vendrá a mostrárselos. Porque recordará lo que usted tramó y no querrá que sus hijos se enteren.
  A estas altura el padre no atina a nada, y así uno lo agarra. Lo mira directo a los ojos y le die: ¿No es más importante que ella aprenda a elacionarse con amor? ... ¿o debiera aprender a imitar la moral de cualquier hombre que pueda forazarla? Ese es el papel de los proxenetas.
   Prueben a sacarlo de ahí. No hay salida. No hay forma en que el cerebro pueda volver a hacer lo de antes. No podría actuar como un proxeneta. No importa que uno obligue a alguien a no hacer algo o a a hacerlo, o si uno lo obliga a hacer algo "bueno" o algo "malo". La manera como uno lo obliga le enseña a ser obligado de esa manera. 





lunes, 10 de junio de 2013

Temblores. Héctor D'Alessandro

Cal & arena Héctor D'Alessandro

El Amante de las desgraciadas. Héctor D'Alessandro

Arda ya. Héctor D'Alessandro

Sexo a muerte. Héctor D’Alessandro

Sexo a muerte.
Héctor D’Alessandro
Cada vez que alguien murió en mi familia o entre mis allegados más queridos, me entregué al sexo.
Cuando murió mi madre me fui a una fiesta y me entregué a una actividad sexual obsesiva. Cuando murió mi padre lo mismo. Cuando murió mi hermano, igual. Cuando se suicidó mi mejor amigo, otra vez los mismo. Cuando se murió una amiga en mi nuevo país, otra vez igual.
No mucha gente lo sabe y son pocos los que lo confiesan. Algunas personas hemos encontrado como respuesta biológica ante la muerte incrementar de manera compulsiva la actividad sexual. Los seres humanos tenemos varias respuestas automáticas ante el fenómeno de la muerte. Sobre todo cuando se trata de la muerte de personas cercanas y queridas. El proceso de duelo posee diferentes etapas en las cuales puede uno quedarse atascado interrumpiendo el duelo. Un fenómeno que tratan las constelaciones familiares, y que la Biodescodificación llama fenómeno de “la cripta” o “fiestamanía”, y que James G. Ballard toca en su libro “La bondad de las mujeres”, es el de la interrupción del duelo entregándose al placer sexual. (Quienes viven esta experiencia no la comentan por el peso de la culpa social.) 
Antes dije que no todos lo confiesan y me refiero en concreto a una de las posibles respuestas humanas ante el fenómeno de la muerte; entendiendo “muerte” como un proceso más amplio que la mera perdida física; puede abarcar incluso el abandono de una relación, el fin de un trabajo, un cambio radical de domicilio o de país; todas esas muertes implican en mayor o menor grado un cierto duelo y las personas los enfocan de diferente manera.
En mi caso la respuesta, igual que la de Ballard, fue zambullirme y ahogarme en sexo. Me pasé así veinte años de mi vida teniendo sexo casi a diario de manera compulsiva. (Lo que no quiere decir que no disfrutara, en ese caso seria un idiota. ni quiere decir tampoco que siempre sufriera, seria doblemente idiota; pero el resultado general de mi actividad y con las personas con que tuve relación que mas "activaban" mi caso era este que más adelante describo como de "vacío" desesperante.)
Mi pensamiento secreto e inconfesable era que si no tenía sexo moriría.  
Con algunas parejas, esto era más acucioso, algunas realmente vivían la misma experiencia que yo. Estuve con una chica que acababa de tener pérdidas muy dolorosas en su familia, de hecho, aunque parezca irónico, nos conocimos en un cementerio.
Con ella este pensamiento y esta sensación fueron mucho más allá.
No sólo imaginaba que si no tenía sexo, moriría, sino que con ella tenía la convicción de que durante la relación íntima ella me mataría; y lo más fuerte es que ese pensamiento me excitaba.
 A ella sí que pude confesarle que tenía la convicción de que haciendo el amor con ella un día me mataría y que este pensamiento me excitaba mucho, ella se enfadó y se volvió sombría durante unos días, pero luego me confesó que a ella le estaba pasando lo mismo. Que pensaba que yo acabaría matándola y que esto la excitaba.
Recuerdo una de las muertes que más de cerca viví en mi familia; al día siguiente me fui a una fiesta orgiástica que duró tres días.
En esos días vi un documental que parecía venir a darme la razón, en ese video se decía que las especies animales a veces durante periodos de muerte como la guerra se activa el instinto de supervivencia y tienen más hijos que nunca; la conciencia de la especie toma el mando por encima de la conciencia del individuo.
Lo que no sabía es que como afirma la experiencia recogida por la Biodescodificación de ese modo se bloquea el duelo, desviando el sentimiento doloroso que se está experimentando hacia un sentimiento placentero digamos sustitutivo, de ese modo y esto no lo dice la biodescodificación, se establece una impronta que hace que cada vez que te vuelvas a encontrar ante el dolor optes por el sexo; pero no por el sexo como placer sino como placer sustitutivo.
  ¿Cómo supe que era un placer sustitutivo o bloqueador de un dolor escondido?
   Porque experimenté un vacío suicida luego del amor sexual; un vacío tan desesperante que me producía una sensación y el deseo de arrancarme la piel a tiras para poder sentir algo dentro de mí, no lograba sentir. Esa es la imagen que mejor ilustra la sensación: uno tiene ganas de arrancarse la piel, darse un golpe, golpear algo, gritar y eso que está allí dentro desespera más incluso porque no puede salir; y nunca podrá salir porque en realidad no se trata de algo que deba salir sino de algo que debe entrar y hay en medio una pared que debe suavizarse para que entre el amor, la calidez del cariño.
Esto explica el porqué de que aquella chica con quien tanto terror nos hicimos pasar mutuamente fuera al tiempo el comienzo de mi sanación; y comenzó el día en que ella me dijo:
  Ojalá sintieras mi amor como yo siento el tuyo.


lunes, 20 de mayo de 2013

El chupaconchas, Héctor D'Alessandro (Fragmento)

El chupaconchas, de Héctor D’Alessandro  (Fragmento)

  ¡Oh! ¡Dioses de la normalidad y el juego nocturno! Gracias porque luego pondrían en mi camino a la enfermera Irma, que se teñía el pelo y hablaba palabras vulgares que yo no escuchaba y que eliminaba de mi visión nocturna. Enfermera que cumplió un destino informativo en el “dramatis personae” de Héctor, suerte de bruja simpática apostada a un lado de mi personal movie road para decirme que ella había trabajado muchos años como ayudante de quirófano, al lado mismo de ríos de sangre, y que muchos años antes, al comienzo de su carrera como enfermera, había tenido durante una operación de oído  –¡préstenme su oído durante un modélico ratito, ejemplo y númen de todos los momentos de escucha de elevada refinación!– le había sobrevenido durante aquella dicha operación un orgasmo de vasto alcance neurofisiológico, el riñón de losa donde se recogía cualquier líquido o sólido procedente del oído operado tembló de un modo que hizo girar fugazmente la mirada a la casi totalidad del equipo médico interviniente para observar el estado laboral de la enfermera Irma. Enfermera que declara a este escritor una vivencia cumbre que a decir verdad el propio William James la habría incluido dentro de la gama de experiencias cumbres de carácter religioso. ¿Qué digo, James? El mismísimo Gopi Krisnha la habría llamado a la enfermera Irma, jubilada del benévolo estado uruguayo con buenas cifras, para que brindara testimonio de su sabiduría orgásmica en su centro de la India.  Dice la enfermera Irma de pelo teñido de rubio de la marca Loreal que tuvo un orgasmo que le nació en las propias meninges al mismo tiempo que en el propio centro del cuerpo en la zona pélvica a la altura del chakra dos y que desatándose como terremoto de uso local confluyó al mismo tiempo en varias zonas de su cuerpo induciéndole un estado de confusión física con diferentes epicentros de placer así como diferentes zonas corporales donde el placer adoptando la forma de un vibrante cosquilleo barrió espacios donde indudablemente según declara la enfermera Irma tenía algún tipo de bloqueo o tensión que, aligerados por el orgasmo cosmológico al que estaba sometida en aquel trance, se disolvieron como por un ensalmo y ya nunca volvieron a molestarle o agriarle la vida y en un instante fue como si el propio arcángel acupuntor la lanceara con sus herramientas de limpieza espiritual y barriera de su vida años y años de tensión física y desuso corporal, volviéndola a la vida con un espasmo y un grito de alegría que muy por el contrario al famoso “no li me tangere” crístico, se vio sustituido por un “touch me, touch me” que brotaba directamente de su mirada algo descentrada pero babeante y dulce.
   “Si, querido Héctor, la sangre, su presencia, su cercanía, su aroma, su visión puede transportarte a océanos infinitos de visión interna guardada divinamente en la memoria celular y puede asimismo activar las más escondidas fuerzas adormecidas. Nunca he vuelto a tener un orgasmo como aquel pero aquel fue el padre de todos mis futuros orgasmos”.
   “La sangre evoca el dolor, el placer, la muerte, el orgasmo, la visión y la vida continua y eterna”.
   ¡Oh Dioses del dolor y del placer, de la sangre, de la muerte y el orgasmo, de la visión y de la vida contínua y eterna! ¡Oh Dioses del Olor!


domingo, 19 de mayo de 2013

Matanza en la sede del Banco Popular de las Ramblas de Barcelona. "El terrorista líquido" por Héctor d'Alessandro



El terrorista líquido.
Héctor D’Alessandro.

Bernaldo Cassen, natural de Barcelona y terrorista líquido, llegó a la sucursal bancaria del Banco Popular a una hora en la que había sólo dos clientes, y estos, además, estaban en la parte externa de la oficina, donde está el cajero; dado que lo conocían desde hacía años y tratándose del famoso filósofo, lo recibieron, como casi siempre, media docena de simpáticas sonrisas. Contaba con esto. Nada más entrar se dirigió al asiento libre en el escritorio de su empleado favorito, aquel que siempre le había hecho la pelota cada vez que necesitaba de él que gastara más en algún nuevo “servicio financiero” y había fingido una calibrada simpatía lo más parecida a la amistad pero sin que llegara a realizarse como tal –nunca habían quedado para cenar juntos o con sus familias ni se habían invitado a la casa de la playa.
  Y eso que Bernaldo había planteado la posibilidad de que esta amistad se desarrollara por buenos andariveles, invitando al empleado —“al puto empleado de mierda”— del banco a tomar una copa y pasarse por su despacho, pero éste no había querido; en lenguaje sólido “había declinado la invitación”. Bernaldo era nacido en Barcelona pero se había criado en las Antillas  y tras un posgrado en estructuralismo filosófico en la ciudad, había decidido al fin quedarse, había decidido incluso sentirse muy posmoderno. Pero la sólida y chabacana ciudad le había respondido, luego de treinta y cinco años viviendo en ella, con una cepillada de sus ahorros del plan de pensiones — ¡60 mil euros!—. Maldita la hora en que escuchó a aquel puto sirviente bancario que lo había llamado a una hora lo suficientemente temprana como para encontrarlo por completo desprevenido. (“Seguro que eso también lo tienen estudiado, hasta la hora a la cual llamar al pringado de cliente, para engancharlo con mayor sutileza y profundidad en la estocada”.) Había en aquel banco una enano asqueante que caminaba muy erguido y lo habían puesto allí para que hiciera de verdugo de los empleados antiguos. Venía a enseñarles como se hace una venta (“Cómo se le “encoloma” un producto a un cliente, “joder”, así hablaban esos gusanos, “porque en definitiva si el cliente estuviera en tu sitio también te lo haría, te jodería”, éste era el discurso de entrenamiento en ventas que les daba ese banco y otros bancos, comprobado, a sus empleados.)
  El caso es que el muy cabrón me llamó temprano en la mañana y me dijo que teníamos que ver algo del plan de pensiones, y dado cómo está el tema, fui a verlo, como confiaba en él, entendí que mi fondo de 60 mil acumulados de los últimos 35 años corría riesgos tal y como estaba y que lo mejor que podía hacer era cambiarlo a otro sistema o plan, y confiando en él, así lo hice.
   Con la triste y exasperante consecuencia de que empecé a perder miles de euros por semana, hasta quedarme sin nada de esos ahorros tan preciados. Fui a verlo y a hablar seriamente y me miró con esa cara de gilipollas que ponen los estafadores españoles que sólo te dejan la oportunidad de meterles una trompada o de volarles la cabeza con un rifle. Me miraba con cara “lo siento mucho pero yo no puedo hacer nada”, y fue en ese momento que en mi mente, pensó Bernaldo, lo ví muerto, definitivamente muerto, con la cabeza volada en mil pedazos de un buen tiro en la cabeza, la sociedad del espectáculo, Guy Debord, Deleuze, Derrida, Fuocault y Bauman pasaron por mi mente en un instante y dado mi prestigio en la ciudad en varias universidades americanas, así como mi amistad personal con diversos gobiernos a lo largo y ancho del mundo a los que había asesorado, fue que pensé, nada, un atentado líquido, un atentado de intelectual, amparado además en mi edad ya cercana a la inimputabilidad, de los que la sociedad bien pensante perdonará ipso facto y me buscarán la manera de darme pasaporte a un sitio lejano de España y de las rejas.
 Así fue que Bernaldo comenzó a organizarse su discurso, no fue un discurso reivindicativo, género más bien propio de la era sólida, éste era un discurso autoanalítico, es decir autodiluyente.
  Por definición, se decía a sí mismo, un atentado de la era líquida procedente de un conspicuo integrante de la “inteligentsia”, y sobre todo en un país de imbéciles como España, tenía que ser algo no sólo evanescente sino además very fast y, por encima de todo, no una suerte de venganza personal sino lo más impersonal que pudiera darse. Sí, ahí estaba el quid de la cuestión, podía imaginarlo: “en la era líquida el terrorista lleva la impersonalidad de su acto casi a un grado de accesis, pero más que accesis, un estado propio de la literatura de la era sólida, una canalización, una canalización de las voces procedentes del mismo destino de la especie. Un acto de terrorismo sistémico, de causalidad circular, yo tiro porque me toca. No pongo en juego mi personalidad en la que no creo sino que participo en mi momento en un proceso energético.   
  La prensa para marujonas asustadizas y analfabetos de toda clase, como "El Periódico", lo presentaría a pesar de los pesares como la acción de un loco, quizás salieran con aquello de “locura momentánea” y seguro que la prensa conservadora aprovecharía para intentar darle carpetazo a los movimientos de indignación. Eso es fácil: ven a dónde conducen los excesos, se comienza dando una calada y se acaba yonqui, algo así. Para cerebros esclerosados.
   Estos aspectos los pensó y los barajó de muchísimas maneras y una vez los hubo dilucidado en su mente, ya no volvieron a  estorbar, menos aún delante del empleado gordo. Lo saludó, le dio los buenos días, sacó una de las armas que había podido entrar al banco gracias a la vieja amistad que ahora los iba a separar para siempre cuando el mundo conocería al primer terrorista líquido, le dijo más o  menos “mira chico podría explicártelo pero creo que tu cerebro lleno de gases intestinales jamás podría comprenderlo, así que solo pasarás un fugaz terror: este”, y le metió el primer balazo en el punto del tercer ojo, eso podría ser tomado por la prensa como una suerte de simbolismo, él había ido al ashram de Osho en la India junto con Peter Sloterdij. El puto gordo inútil la palmó (vaya, pensó, cómo ha regresado a mi vida y mi cerebro este lenguaje despectivo y de clase media baja española en estas horas de intensidad) se cayó de culo, de espaldas, con una cara de pasmo que le quedó grabada para el más allá. A continuación apuntó a la puerta y le disparó a una vendedor repugnante que ya se acercaba para huir, corriendo, y gritó, el siguiente que se acerque ya lo sabe. Todos al suelo. Se giró y voló la oficina con aspecto de incubadora donde yacía aterrado, por no decir, cagado de miedo, el joven tirapedos de gerente de la sucursal, le apuntó al hombro y de un tiro se lo arrancó literalmente, lo que le hacía proferir gritos desgarradores al gerente. Se le acercó. ¿Qué, hijo de puta, duele verdad? Pues te voy a dejar vivo bastante rato, todo lo que pueda entretener a la policía con el cuento de que quiero negociar alguna gilipollez así te mueres lentamente y yo me quedaré con unas imágenes guardadas deliciosas y muy potentes que me acompañarán cada uno de los días de mi vida, podré poner en un marco en mi despacho en Bahamas, a donde tarde o temprano me iré, y así recordar que en el día de hoy alcancé mi grado superior de excelencia. ¿Nunca hiciste ningún curso de excelencia? ¿No? Pues tendrías que haberlo hecho, uno de caminar sobre el fuego y de comer vidrio porque así podrías estar ahora más digno a la hora de morir y no preguntarías mamonadas aprendidas en las malas películas. ¿Qué quiere señor Cassen? ¡Imbécil! ¡Nada quiero, nada! En la posthistoria no se quiere nada. ¿No leíste una novela postmoderna? No, ¿qué vas a leer tú, infeliz proyecto de insecto? Tú debes leer revistas de economía que no entiendes y con el pechito tieso así como ibas te debes ir follando a las vecinas y a las amigas de tu hermanita ¿Verdad que acierto? Ves que eres un vulgar subhumano, un puto proyecto de cacho de mierda, eso es lo que eres, y no chilles que te meto otro balazo en el otro hombro, o en la polla, mejor, sí, en la polla, así le damos qué pensar a los analistas de la prensa, cosas truculentas sobre mi cerebro, o mejor sobre nuestra posible “relación”. ¡Come mierda! Eso es lo que eres, un comemierda. Un subhumano comemierda con pretensiones de salirse del planeta al final de la vida con tu plan de pensiones y con cara de yo sí que fui muy listo. Pues, no, aquí, por un azar total, te ha tocado que un terrorista líquido te joda la marrana, se te va a joder todo el plan. Ya sé que no entiendes nada porque has sido creado por alguna gorda sebosa con el culo gordo preocupada por su niño, ay mi niño, ay mi niño que lleva el lacito de la corbata mal anudado, acomódate bien la corbatita, pajero, para que parezcas un lindo cadáver. ¿Sabes qué te digo, gerentito de los huevos, que vas a ser famoso durante quince minutos, pero cadáver. Yo miraré, el día de mi juicio, del que me saldré, a tu mamá y con la misma indiferencia con que practico estos fútiles insultos contigo, le diré, le pido perdón señora porque no puedo olvidar el momento final en que me dijo “dígale si todavía tiene corazón, a mi mamá, que la quiero mucho” Con una frases de estas quedarás muy bien, chaval. Y creo incluso que la gorda culona de tu vieja pedirá mi absolución, dirá: “al hombre se le nota arrepentimiento”. Ay qué penita. Y además le diré, dado que nuestro sistema judicial basado en la culpa y la causa, cosas de las cuales tú, cabeza de chorlito, no debes saber absolutamente nada, su hijo señora además de mandarle este saludo me dijo que le dijera “mamá, no caigas en el odio, este hombre tenía un plan de pensiones de 60 mil euros y yo mismo le hice una estafa legal, no digo que este bien lo que está haciendo pero piensa en sus hijos, mamá”.
  ¡¡Ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja!!
   Lo que me voy a reir, pandilla de subnormales. Ja ja ja
   Bueno, ya llegó la poli, vamos a mostrarle la reivindicación. Puerta bloqueada con barra de hierro, paquete sospechoso instalado en medio del paso de la puerta, posiblemente explosivo. Dos empleados muertos en el suelo, dos putillas y un gilipollas más dispersos por ahí arrastrándose como lo han hecho durante toda su vida pero ahora con caca en el trasero o sea que oliendo muy mal. Y un gerente de camisa blanca de 250 euros, con el hombro izquierdo literalmente arrancado, con muy mal aspecto. Un auténtico asco, pronóstico reservado, el terrorista despliega una pancarta de papel escrita en catalán y en castellano, que un periodista no autorizado capta con la cámara de video y logra extraer una instantánea. Ahí dice: “si entran volamos todos, no lo hagan, saldré con las manos en alto si se portan bien. Comando líquido Zigmunt Bauman”. El terrorista coge un bolígrafo y lo entierra muy profundamente en la herida del gerente, mientras lo hace, piensa, esto es saña y van a decir que son quince años más. Da igual, yo me defenderé por mi cuenta y todo el juicio será la gran propaganda sobre la inutilidad de nuestra era y la futilidad absoluta de le existencia de los empleados de banco. Lo que más terror les dará será una oleada de atentados contra bancos. Ahí, ahí es donde tengo mi pasaje a Bahamas bajo el sol, y seguramente será con la excusa de que estoy totalmente pirado y así me voy para nunca volver.
   En horas de esta mañana, el conocido filósofo barcelonés, Bernaldo Cassen, famoso por su tratado sobre “La razón sometida a inmersión”. Se presentó en la sucursal del banco Popular de las Ramblas armado hasta los dientes y desplegó una pancarta reivindicativa de un supuesto comando líquido Zygmunt Bauman y mató a… mató ¡¿a seis empleados?!
   Este cóctel no logra montarlo ni el más avezado de los periodistas. ¿Qué hizo qué? ¡Está loco!
  ¿Loco? ¡Loco un huevo, ve a mirarlo declarando a las cámaras al salir del banco con las manos en alto, ese tío es un vivo de los que no se tiene noticia a lo largo de toda la historia.  
  Pero, ¿cuál es el móvil?
¿Móvil? Eso es una cascarria conceptual contra la cual parece haber ganado la batalla con este gesto de aburrimiento total de matar a seis currantes.
    Sí, así hablan esos desconsiderados vulgares. El resentimiento democrático. Norman Brown.
  ¿Sabes una cosa, currante? Le dice Bernaldo al gerente acercándole mucho la boca a la oreja para hablarle. Siempre tuve ganas de darle una paliza a un tipo como tú. Te lo digo porque supongo que en tu mundo y a esta hora se piensan cosas como llevarse un buen recuerdo al otro plano, y etcéteras de esos; por eso te lo cuento, para que te lleves además una explicación, de esas que les gusta tanto a los adultos masculinos alfabetizados de las zonas urbanas. Ja.  
  Eres un asco y quizás no te lo hayan dicho pero a pesar de tu crema after shave hueles mal, hueles a ente postindustrial nacido y criado con una carencia total de vitamina E y F en tu dieta de mierda que es lo que habrás comido toda tu vida, mierda enlatada, conservada, edulcorada, estabilizada. Pues jódete, porque debido a esa carencia incluso disfrutarás menos de tu propio dolor, la pobreza constituyente de tu cuerpo cortará los circuitos que te abastecen de sensaciones, muy pronto. Pero no te preocupes que antes te meteré el revolver este en la boca y te haré estallar la cabeza de un tiro, y si no abres la boquita no te preocupes porque la bala entrará igualmente rompiéndote toda tu maravillosa sonrisita. O quieres que te lo meta mejor por el culo. Eso es más de barrio, como tú, a qué mete miedo ¿eh? Me van a mandar para el otro lado de una follada metálica caliente, uau! ¡Qué flipe tío! Como el entretenimiento de fin de semana con tu colección de juegos. Eso te gusta más. Pues no, no te lo voy a meter por el culo, te voy a hacer estallar los dientes. Eso es lo que yo quería desde pequeño, cuando los tíos bobos como tú se llevaban mis novias. Oooooohhh una explicación, qué fuerte. Bueno, qué ¿ya estas tranquilo con una explicación, mariquita de mierda? Pues te vas a joder, toma, y le voló el cráneo en mil pedazos, cogió con la mano muchos sesos (bueno, muchos, se dijo, no tenía) y portándolos como un platillo exquisito partió en busca de los otros que andaban arrastrándose por ahí. Cuando los encontró, les dijo para tranquilizarlos, no se preocupen chicos que ustedes se van a salvar, con ustedes saldré a la calle como rehenes y los liberaré, entonces ellos respiraron aliviados, pero sólo si antes se comen estos sesos. Como dirían vuestros putos padres “Es lo que hay, ¿qué se va a hacer? Es lo que hay, chaval!” Los dos chavales se iban a mirar entre ellos y con la chica, pero él les advirtió, “el que consulta con otro, me demostrará que no posee recursos decisorios propios, morirá primero. ¿Me oís?” No le oían, entonces le voló la cabeza a uno y los otros dos de pronto despertaron. Sí, oían todo. La policía afuera seguía sin actuar, parecía todo muy lento pero en realidad habían pasado desde el primer muerto casi treinta minutos. Joder el tío se los va a cargar a todos, estarían diciendo, y ¿por qué no entramos? Hay que esperar a los artificieros. Los artificieros serán el fin; entonces el terrorista líquido gritó “voy a salir”. Se acercó a los dos que comían sesos y le descerrajó un balazo en la cabeza a cada uno. ¡Seis! Un número tántrico adecuado. Con el arma en alto se dirigió a la puerta, la deposito en el suelo, y con un papel que decía “Sigue el ejemplo mata un banquero”, salió a la calle para ser aplastado literalmente por unos diez policías vestidos como robo cops que lo tundieron y se lo llevaron a una furgoneta enorme y rectangular que parecía en sí misma una caja de seguridad para guardar dentro hombres peligrosos y extraños.
   Los terroristas líquidos son así, no tienen reivindicación, posan un momento ante los fotógrafos de las agencias y sonríen con un gesto incomprensible para los habitantes urbanos domados con el objetivo de  interpretar casi todo lo que sucede en clave de culebrón.
   Los asesinos líquidos dejan en la epidermis una sensación extraña, como de asesino on the rocks, frío, mucho frío.

lunes, 15 de abril de 2013

Modesta proposición para salir de la crisis. Héctor D'Alessandro


Modesta proposición para salir de la crisis.
Héctor D’Alessandro

Venía caminando para mi casa, y me detuve a observar a un grupo de visitantes urbanos de las ruinas arquitectónicas en que están convertidos algunos de los malolientes edificios del Raval. Miraban un edificio bastante mediocre, a medio camino entre construcción provisional y refugio de guerra, ante cuya visión, aquellos turistas catalanes hacían todo tipo de bromas obscenas cuyo origen radicaba en el número 69 que la puerta del inmueble ostentaba. Miren, miren, exclamaba uno, la casa del Jordi; este tipo de comentarios en los que suelen entretener el tiempo mientras llega la muerte los nativos de esta península obsesionados al parecer, aunque sólo verbalmente, con el sexo pero más que todo con los genitales. Me puse a observar y escuchar las indicaciones de la chica que ejercía de guía turística, quien con su sonrisa daba la aquiescencia a los comentarios ambientales; que dicho sea de paso están socialmente aprobados por la tradición. Sus comentarios hacían referencia a algún artista que al parecer había vivido en aquella covacha en forma de paralelepípedo, pero no en todo el solar sino en uno de sus cubículos.
   No tengo la menor idea acerca de cuánto cobraría esa chica por hora, tiempo que utilizaría mayormente, supongo, en escuchar todas aquellas sandeces a las que el público nos tiene acostumbrados. El caso es que como en un rapto iluminativo acudió a mí la solución inmediata para todos los males que aquejan a estos reinos —a esta altura no me atrevo a llamarlos de ningún otro modo— donde parece que casi todos roban; y digo roban aunque sé que lo políticamente adecuado sería decir “robamos”. Esa modalidad de dicción falsamente heroica que hace que la culpa personal se disuelva en la culpa colectiva y la culpa colectiva, por el mismo hecho de ser colectiva, parece ser menos culposa si usted se manda la parte de que la asume. Aunque en el fondo, y también en la superficie, usted y yo sabemos que somos unos hipócritas y que nadie quiere asumir nada. La laxitud moral es lo más similar que pueda existir a una casa de muchas puertas o, para hacer uso de una mayor exactitud: una casa con muchas salidas. Es algo así como si la gente dijera “uno nunca sabe que puede uno en determinadas circunstancias llegar a hacer”, por lo tanto, lo mejor será que las leyes sean laxas porque no otra cosa querré si a mí se me pone a tiro uno montón de dinero fácil y de dudosa legalidad.
  Esta necesaria introducción hace referencia o lo pretende al clima general que vivimos actualmente en este país al que siendo extranjero he llegado a amar aunque la administración y las diferentes corrientes sociales intenten confundir el objeto de mi amor. La verdad es que uno acaba no sabiendo exactamente en dónde está, pero puesto a justificarme diré, acudiendo a las palabras de un gran político traicionado en estas tierras por todos, lo cual, en estas tierras, habla muy bien de su persona política, que amo el lugar en que estoy, con independencia de que en el día de mañana o de pasado mañana, viva en otro sitio. Uno es de donde está, es lo que dice esta banal sentencia, y con ella doy por zanjado provisionalmente este importante tema que trae a muchas personas bien y mal pensantes de cabeza o al menos lo dicen; al menos los que cobran por fingir una honda preocupación ante los hechos sociales o políticos.
   Yo no diré tamaña bobada; me refiero a la preocupación, honda o de superficie, puesto que soy de los que se ocupan de verdad y con sinceridad por los objetos de su pasión.
  Paso entonces a exponer el objeto de mi iluminación y el plan que en consecuencia podría aplicarse. El caso es que me detuve ante aquel grupo absurdo de personas absolutamente banales que realizaba aquella inocua actividad que contribuye al objetivo de rellenar los espacios vacíos entre el nacimiento y la muerte y que a ellos le procura satisfacciones sin límite que expresan profiriendo grititos de bienestar y alegría o de franco disfrute y a la economía general un aumento en los números que los popes del área presentan una vez al año con ceremonia y boato necesarios. Y al detenerme ante ellos acudió a mí una suerte de torrente ígneo de intensas ideas alumbrativas; al sentirme alumbrado tomó posesión de mi persona y de mi cuerpo una suerte de euforia explosiva que de no explayarme a mis anchas en este documento que mañana sin falta comunico a las autoridades y a las organizaciones que estén más a la moda para convertir este tipo de ideas en realidades concretas.
   Al verlos así, tan interesados mirando a lo alto del edificio y al parecer disfrutando del panorama acudieron a mí de modo inmediato las cifras estadísticas de accidentes, de películas y sobre todo de géneros, como suele decirse, “taquilleros”, y todo tipo de datos que confluían en un sentido. Nuestro país, ya me siento de aquí y sé que esto le procurará algún tipo de orgasmo a ciertos tipos de personas, vive históricamente del turismo y de un cierto grado de “diferencia” convertida en acuciosa llamada publicitaria. Aquí hay que ser diferente. Entonces pensé que podemos aprovechar al máximo la oleada de suicidios y de diferentes tipos de actos inusuales en el panorama social que dejando librado a la imaginación de las personas, y aquí la prensa nunca para de decir que originalidad e imaginación sobran, por lo cual se me ocurrió que podríamos organizar una suerte de servicio donde los futuros suicidas, por el motivo que sea, desahucio, depresión, esnobismo, comuniquen su intención y los datos concretos donde tal actividad se llevará a cabo, para que acompañados del conjunto necesario y adecuado de turistas y con un servicio más esmerado de guías turísticos debidamente preparados para la ocasión, y pactando (evidentemente, esta palabrita tenía que colocarla en alguna parte del documento) unos mínimos con las autoridades, arreglarlo todo de tal manera que esos actos originales y distintos que se están dando de un modo frecuente —lo cual vendría a demostrar el grado de desarrollo de la imaginación de los ciudadanos en nuestra nación o estado— no se vean interrumpidos en su desarrollo estrictamente voluntario por una nonada de prurito legalista.
  Las perspectivas resultan formidables, actualmente las autoridades niegan y los grupos indignados indican que cada 8 minutos se expulsa a una familia de su hogar. Esto nos otorga posibilidades inmensas de desarrollo turístico y una vida social animada y llena de variedad. Imaginen una publicidad debidamente orquestada, aquí tenemos grandes magos de la comunicación y relacionistas públicos con vínculos en reinos caníbales como Qatar u otras zonas oscuras del planeta rebosantes de dinero y para qué lo vamos a negar, el atractivo de venir a un reino a presencia muertes violentas de seres humanos —evitando claro está que un cuerpo de esos te caiga encima, dado que algunos de estos seres creativos se lanza por los balcones, una cuestión que bien podría resolver el departamento de tráfico que siempre está ávido de actividad— es algo mucho más interesante que presenciar la sangría repugnante y lenta de ganado bovino, como hasta hace poco se practicaba por estas zonas. (Yo sé que alguien me va a salir con alguna bobadita psicológica por la cual me intentará explicar que la sociedad se deshacía de nada menos que la “part maudite” por la vía del ganado bovino y que ahora en cambio por una suerte de transmutación libidinal y energética ese parte maldita está siendo desvinculada del cuerpo social de este otro modo. A todo esto le digo que teóricos de la paranoia y del absurdo los hay de sobra pero ante la posibilidad de recuperarnos del paro e incrementar los números de nuestra productividad nada hay que pueda oponerse; es mi juicio y creo que el de la mayoría de los ciudadanos sensatos; iba a decir “bien nacidos” pero me pareció excesivamente demagógico.)
   Nos convertiríamos de este modo no sólo en el soñado ideal de país “diferente” sino también en una suerte de ciudad Gótica donde los buenos ciudadanos mirarían con anhelo e ilusión bondadosa a lo alto; porque sabrán que cuando el aire silba en lo alto, un cuerpo está cayendo y nuestra economía estará subiendo y con ella el orgullo de haber sabido salir de esta situación juntos y codo con codo y apoyando siempre el mayor anhelo de cada cual y mostrando asimismo un inmaculado respeto por la sagrada decisión libre e individual. Al fin y al cabo, somos la patria de Mar adentro, ese canto a la muerte respetada del otro que viene a ilustrarnos en nuestra vida con un montón de valores y bla bla bla.
   Creo que contamos además con toda una tradición cultural, como se mencionaba en el anterior párrafo, que permite tomar la delantera en este ámbito del desempeño turístico. Basta de ir a la cola de todos y que nos estén ayudando y rescatando. Ciudadano, quiere matarse, mátese, pero hágalo de un modo enteramente altruista, llame ahora a la oficina de turismo más cercana.
   Creo que a poco de comenzar y en cuanto  nuestra gente que es tan espabilada y “echada palante” y que siempre sabe dónde hay una ganancia sabrá ver los beneficios de la autoinmolación. Pero ya no será una inmolación inútil, no, de ninguna manera, será una inmolación en aras de una causa mayor, de la gran causa mayor, la mayor de las mayores. Ya estoy viendo las calles cubiertas con posters “Compatriota mátate.” Y la cola de gente anotándose en las filas de los candidatos a morir; pero claro, no de un modo enteramente inútil, que la familia se lleve un beneficio pecuniario. Yo creo que con la demanda que todo esto tendrá pronto el mercado se autorregulará e incluso ese sector prosperará sin igual. Luego además ya mi mente se lanzó en picado y comencé a elucubrar las otras posibilidades necesarias y evidentes. Surgirán como setas luego de la lluvia un montón de eufóricos que harán innovaciones, surgirán evidentemente de entre los sectores de la población más exaltada alguno que quiera realizar algún tipo de atentado con carácter reivindicativo y esto también habría que fomentarlo, no caer en la tontería histórica de reprimirlo, que produce el efecto absolutamente contrario, como decía el sabio Nietzsche, un penado por la ley se vuelve inteligente, y eso no conviene porque si se vuelve inteligente se le dará por cometer algún tipo de delito sin resolución, que es el tipo de delito considerado perfecto por los delincuentes y perfectamente estúpido desde el punto de vista estético, puesto que no se puede gozar de elementos cruciales en la construcción de una buena trama pública y transparente —signos referentes icónicos de nuestra época—, elementos de un carácter tan gravitante como la identidad del ejecutante: ¿quién es, qué hace, qué come, en dónde vive, cómo vive, cuáles son sus pensamientos, qué canta en la ducha, canta en la ducha o no lo hace, estaría dispuesto a vender los derechos para hacer de su vida privada una superproducción o permitir el acceso a su vida con una web cam?
   Todo esto, hoy día, señores  y señoras, permítanme que les diga que son elementos sustanciales en la planificación de cualquier estrategia que vaya a producir un mínimo de éxito.
   Piensen que en el momento en que un grupo pequeño de ciudadanos se decida a abrazarse con alguno de nuestros amados gobernantes munido de un salvavidas rellenito de dinamita o cualquier otro tipo de explosivo, esto también producirá una corriente imparable de optimismo, puesto que el paro se verá reducido en varios puntos, y sólo debido al área de la seguridad de personas y bienes. Imaginen una sociedad en la cual la mitad de la población esté intentando asesinar mediante algun medio a la otra mitad y en el medio una barrera humana de empleados de seguridad — ¡lo cual estará hablando de un paro tendiente al cero!— protegiendo las vidas de unos frente a los ataques de los otros. En fin, un orgásmico paraíso de bienestar e intensidad vital sin límites acorde a nuestras más caras tradiciones sangrantes, ¿quién quiere toros? ¡Vaya paparrucha!
   Sólo hace falta, para rentabilizar todo este tipo de acciones explosivas, darle a todo este conjunto de eventos un nuevo significado productivista; no tenemos porqué caer en los calificativos de hombre bomba y otros apelativos estruendosos que nos vincularían a tradiciones más cerriles como los hombres bomba de la derecha estadounidense o los islámicos de tan mala fama. No, en nuestro caso, se trataría de “colaboradores”. ¿No estamos acaso en el país propiamente de la “colaboración”? Yo lo he escuchado esto toda la vida que llevo aquí. Estás en una empresa con una contrato de dudosa legalidad o al menos el contrato es legal pero tu actividad nada tiene que ver con lo que dice el contrato. Pues tú eres un “colaborador”. Tú te dejas la sangre para otro pero lo haces como autónomo, de otro modo ese otro no te acepta, tú eres un “colaborador”. Tú trabajas hace años para tu familia y lo mismo hacen todos tus parientes y no se registra estatalmente esa actividad porque tú eres de la familia y te riges por unos principios solidarios, tú eres un “colaborador”. Nosotros aquí no somos talibanes ni ningún otro tipo de animal, somos gente colaboradora. Yo fue lo primero que aprendí: a colaborar. Además colaborar forma y tonifica el carácter porque a veces te asaltan deseos asesinos contra la persona que te permite tu actividad colaborativa; y eso, quieras que no, te aporta una formación y también te tonifica. Y forma y tonifica mucho, lo sé por experiencia propia.
   Pues este tipo de colaboradores que cada poco tiempo cumplirán con una actividad debidamente legalizada en aras del bienestar general se podrán inscribir a tal efecto en una oficina que no sólo tome nota de cara a mejorar el carácter general del evento sino que además puede ejercer algún tipo de apoyo o auspicio técnico que le dé una cierta rimbombancia al hecho que sea y evidentemente la necesaria cobertura identitaria para que la sorpresa sea real; que el político, banquero, juez o funcionario genérico que sea que vaya a morir por medio de un atentado o cualquier otro tipo de ingenio o artilugio goce de la sorpresa verdadera que permite además de la espontaneidad, la obtención de unas grabaciones audiovisuales que pueden resultar muy interesantes si estamos pensando en nuestra sociedad vinculada en red.
   A tal efecto se podría incluso requerir de la asesoría profesional de tantos y tantos antiguos colaboradores de distintos tipos de bandas u organizaciones que llevaban adelante asquerosas actividades delictivas sin ningún tipo de provecho general.
   Por otro lado, tampoco se debe descartar la posibilidad de que algún personaje impredecible se salga del cauce y quiera realizar actividades de este tipo que además poseen una interesante dimensión de autorregulación demográfica que no se debe descartar, puesto que en definitiva, seamos serios, esto también cuenta y, aunque a los devoradores de periódicos no se les haya informado en su día, ya sabemos que hay sociedades enteras que quieren morir a mayor o menor velocidad y no debemos dejar de trabajar con ese vibrante y nuclear aspecto del asunto.
  Estas salidas de tono se producirán necesariamente y la pena será que se tratarán justamente de acciones desperdiciadas de todo punto de vista; por lo cual convendría además de tomar nota, proveer en cuanto haya atisbos o se produzca uno de esos lamentables hechos la solución para que no vuelvan a suceder. La sangre, toda dentro del marco de la ley y el bienestar general.
   En fin, que se abren grandes perspectivas ante nuestra asombrada mirada. Grandes cambios se avecinan y no podemos siquiera imaginar los niveles que llegaremos a alcanzar de desarrollo en el área de la muerte pública y otro tipo de acciones de sangre que se puedan contener en el marco de una acción empresarial y turística concertada. Muchos elementos culturales contribuyen a sustentar la seguridad del éxito en nuestro proyecto, el deseo general de la gente de presenciar muertes y en el caso concreto de nuestro país, las películas más tristes y bochornosas en torno al fenómeno de la muerte, películas además de un tenor depresivo que a las personas parece gustarles con delectación, hablan a las claras de un vibrante interés por la muerte y todo lo que la rodea.
   No caeré en vivas a la muerte porque esa frase está demasiado vinculada ideológicamente a unos hechos que nada tienen que ver con este promisorio futuro que tenemos ante nuestros ojos y que ahora, gracias al contexto histórico y al desarrollo tecnológico, no sólo podemos verlo con claridad sino también explorarlo y desarrollarlo para que alcance su máximo rendimiento.
   En tiempos de crisis algunos saben ver las oportunidades. Sé tú uno de ellos, deja a tu familia con una mejor situación, si te preguntabas qué podías hacer por tú país, esta es la respuesta, ponte en contacto con nosotros para que podamos darle el mayor rendimiento a tu gesto, y no lo dudes: mátate ya.

jueves, 4 de abril de 2013

Alejo Carpentier, Coaching para escribir


Edward Albee, coaching para escriir


Juan José Arreola, Coaching para escribir


José Lezama Lima, Lo que mas admiro en un escritor, Coaching para escribir


Luis Alberto Spinetta, Coaching para escribir


John Gardner, Coaching para escribir


John Gardner, Coaching para escribir


William Faulkner, Coaching para Escribir


William Faulkner, Coaching para escribir


William Faulkner, Coaching para escribir


William Faulkner, Coaching para escribir


William Faulkner, Coaching para escribir


Susan Sontag. Coaching para escribir


Susan Sontag. Coaching para escribir


Susan Sontag. Coaching para escribir


Susan Sontag. Coaching para escribir


Susan Sontag. Coaching para escribir


Bohumil Hrabal. Coaching para escribir


Susan Sontag. Coaching para escribir.


martes, 26 de febrero de 2013

Esta historia no se la van a creer pero es totalmente verdadera. Héctor D'Alessandro


Esta historia no se la van a creer pero es totalmente verdadera.

Yo tenía las paredes de mi habitación cubierta desde el suelo hasta el techo de papeles manuscritos, papeles impresos, cartulinas con esquemas y estadísticas, frases destacadas en grandes letras, fotos, y recortes tanto de periódicos como de revistas. Todo aquello contribuía a formar algo que podríamos llamar “el esquema general de mi desarrollo profesional” y preveía un desarrollo estratégico de tres años. Había escogido a diferentes personalidades a las cuales yo admiraba y había rastreado cual era el camino que ellos había seguido para tener éxito en la sociedad uruguaya y sobre todo qué “temas” tocaban que hacía que su éxito fuera muy rápido sino que además estudié cómo lo hacían para que su consolidación fuera consistente y cuál era el enfoque utilizado más acorde a mi propio carácter, intereses y preferencias. Así, pude determinar que un “opinador” profesional con formación sociológica o antropológica que dominara el discurso hablado con pericia y que supiera formular una hipótesis interesante y atractiva para cada ocasión en que se le interrogara acerca de algún fenómeno cultural o social, tenía amplias posibilidades de que se le escuchara y de que además se tuviera en cuenta su opinión. Medía el grado de avance de esos “opinadores” por el volumen de centímetros cuadrados que ocupaban en la prensa diaria y de este modo pude determinar que cualquier persona que se lo propusiera y desarrollara a conciencia estrategias de comunicación adecuadas y se esmerara en formarse en el discurso hablado no tardaba en ningún caso más de tres años en implantarse en la sociedad como una referencia obligada. Evidentemente, descubrí, lo cual es un decir, que la aparición frecuencia en la radio apoyaba ese crecimiento y una aparición en la televisión potenciaba toda la estrategia de modo exponencial.
 Cuando conocí a Alejandra, ella se quedó pasmada al ver aquel plan de trabajo y cuando se lo expliqué, asombrosamente, se anotó a la carrera, recuerdo que mientras la desnudaba le dije: si todo sale como lo he previsto, en febrero de 1987 estaré en ese sitial. Ella me gustaba y al tiempo la admiraba porque jamás se planteaba obstáculos ante nada, se anotaba a todo. Recorrimos juntos el último año que me quedaba para alcanzar aquella meta. Y cuando nos despedimos y cada uno marchó por su camino, lo hicimos con una sensación de afecto incondicional y de apoyo mutuo para el futuro realmente admirable. Ambos nos queríamos, ambos nos deseábamos sexualmente, ambos nos deseábamos lo mejor para el futuro y ambos sabíamos que no estábamos enamorados el uno del otro, éramos más amigos que amantes, cada tanto nos reuníamos para hablar sobre cómo nos iba la vida.
  El caso es que durante aquel año y pico que estuvimos juntos vino con frecuencia a nuestra casa, que era la mía, a estudiar un compañero de facultad que era funcionario público y llevaba casado como diez años con la misma mujer, lo cual a nosotros nos parecía asombroso y aburrido. Aquel hombre tenía un aspecto algo rancio y su cabello descuidado estaba peinado según unos criterios de moda de hacía lo menos veinte años. Su ropa opaca le impedía destacar y más bien parecía un adecuado camuflaje en la ciudad gris. Cuando le preguntaba algo, miraba al suelo y se acomodaba los lentes, unos lentes muy gruesos y color verde oscuro en los cuales parecía buscar sus recuerdos cuando le hablabas. A todas luces, una persona gris, opaca, tímida, introvertido y con un tono de voz extraño y grave con el cual se daba unos aires de seguridad que seguramente no poseía; un niño grande sin desarrollarse lleno de una voz engolada con la que se las daba de hombre tremendamente maduro. Yo ya era un interrogador casi profesional y cualquier persona acababa respondiéndome quién era y qué hacía y qué pensamientos poblaban su intimidad. Información que me dejaba igualmente insatisfecho; no creía yo que allí “estuviera” la persona, me daba la sensación de que las personas no estaban realmente en ningún lado y que eran como un río siempre en movimiento que se desplaza y cambia de forma de acuerdo al cauce que atraviesa, con el agregado de que su paso va modificando el propio cauce. Un lío bien grande que yo tenía en mi mente y del cual no sabía cómo salir, algunas noches me abismaba dándole vueltas en mi cabeza como a un caramelo en la boca a una frase de Alan Watts que decía “el ego es una tensión neuromuscular crónica”. Esta afirmación tan asombrosa y que despertaba en mi muchas visiones de nuevas posibilidades, no me permitía sin embargo, por sí misma, ver cómo era esa salida hacia la ausencia de tensión y consecuente disolución del ego. La conclusión era que ante cualquier persona yo me sentía en un estado continuo de disolución que me impedía afirmarme de ninguna manera sólida y al tiempo me impedía ver a nadie delante de mí con una solidez que me resultara creíble. Yo sabía que detrás de cada supuesta “personalidad” había un mar sin fondo y sin forma o al menos con formas temporales que sólo se debían a unas circunstancias pero que por lo demás podían ser devueltas a la ausencia total de forma. Ya se pueden imaginar que mi vida era lo suficientemente divertida, viendo a las personas y a mí mismo de este modo, como para no aburrirme jamás. Están en lo cierto, era así. El caso es sin embargo que con aquel hombre lo mismo que con muchas otras personas yo rápidamente determinaba sus posibilidades y las características de su personalidad “actual” y me quedaba tranquilo con ese juicio que me formaba como si fuera lo más parecido a la verdad que yo conociera. A mi manera yo tenía unos prejuicios importantes. Rápidamente despachaba juicios sobre las personas y no volvía a pensar más en el asunto.
 Así fue que aquel hombre que realmente no me movía el corazón y que en cierto modo me aburría fue haciendo un despliegue de su vida ante mí bastante previsible. Casado desde hacía tiempo con la misma mujer, de vida normal y burocrática, había encontrado, al volver a estudiar luego de muchos años, unos alicientes en la juventud y en nuestro espíritu creativo que no pensaba que pudiera encontrar dentro de sí; todo muy bonito, pero el tipo obtuso que había dentro de mí seguramente decía algo como “Bah, un mediocre que finge cambiar, pero no va a cambiar nada. Un puto deprimido de mierda; como tantos otros en este país de mierda.” Mi petulancia no tenía límites.
  La verdad es que como a tantos otros lo veía arrastrar su depresión larvada ante mí con un tono vital de convaleciente y con una voz cavernosa, triste y pesimista que decía más o menos que cada día era peor que al anterior. Yo había decidido en algún momento que no me interesaba la gente sin vida; y en ese sentido pensaba que Cristo había querido hacer referencia a esto al pronunciarse con aquella famosa sentencia que decía: “Que los muertos entierren a sus muertos”.
 Pasó entonces, sin pena ni gloria, aquel hombre por mi vida y realmente lo olvidé, además de evitarlo una y otra vez cuando por casualidad me lo encontraba.
  Y nunca más le hubiera dedicado ni un solo pensamiento si no fuera porque casi cuatro años luego, Alejandra me llamó un día y me pidió que quedáramos para vernos.
   Estaba preciosa y fuerte como siempre, una mujer espléndida que muchas veces me preguntaba yo qué hacía conmigo cuando éramos pareja puesto que ella disfrutaba de una suerte de integridad emocional y de carácter que la hacían no solo una mujer muy deseada sino sólida para realizar con ella cualquier cosa con la seguridad de que se llegaría seguro a buen puerto.
  Pues ella fue, con toda su solidez, quien de un modo raro vino a resultar testigo del capítulo final de aquel hombre en mi vida.
   ¿Te acordás de aquel tipo gris de barba y gafas tan gruesas que venía a estudiar con nosotros? ¿No? No me extraña, vos no le dabas bola a nadie que no estimulara tu imaginación; eso decías. Y aquel hombre parecía aburrido y la verdad se puede entender tu pensamiento, cualquier otra persona, yo incluida, pensaría de ese modo. Yo sin embargo, como hacía muchas veces, sí que fui a tomar un café con él y a escucharlo y la verdad es que aquel tipo estaba en aquella época cambiando y no sabía cómo acabar de hacer ese cambio; estaba como atorado o algo así. Yo no sabía realmente como ayudarlo porque no estaba preparada en aquella época, y ahora tampoco, para estimular a alguien a que haga cambios o cosas parecidas y vos más bien eras un entomólogo antes que un ser humanos; vos observabas bichos y los clavabas en su caja e vidrio con una aguja. Pues agárrate porque te voy a contar probablemente la historia más asombrosa que te puedas imaginar. Muchas veces aquel hombre nos compró a mí y a ti aquellos libros tan buenos con los que yo aparecía y que vos me preguntabas de dónde los sacaba. Vos me decías “me gustaría leer tal obra de Max Weber” y un día yo le había dicho a aquel hombre que estaba juntando dinero para regalarte aquel libro y él va y me dice que se lo muestre al libro, que vayamos a una librería y se lo muestre. Y fuimos y el tipo compra dos ejemplares, uno para él y otro para nosotros; “no le digas nada”, me dijo. Y así fue que en tantas ocasiones me aparecí por casa con aquellos libros tan caros; él me decía vos pásame toda la bibliografía que “el Maestro” quiera leer y yo la compro; te llamaba “el Maestro” y no era irónico ni babosamente lameculos cuando lo pronunciaba, era todo lo contrario, era un admirador sincero y directo de ti, pero no te lo confesaba porque le daba vergüenza hacer el ridículo y al mismo tiempo le daba también miedo de que lo echaras de tu lado; prefería seguir viniendo a casa así medio como a escondidas, calladito y sonso que pasarse de listo y que le dieras una patada en el culo por despedida. No era sólo un hombre con la autoestima baja, decir eso sería poca cosa y sería decir nada, era un hombre que admiraba el conocimiento y la sabiduría y quería apoyar en secreto, algunas veces me dijo que quería hablar como vos, que te imitaba y que le encantaba hacerlo pero que no lograba captar cual era el método para razonar que usabas. Yo le expliqué en esa época algunos rudimentos de ordenamiento de los pensamientos que había aprendido contigo para que el pudiera organizar sus discursos y sus exposiciones cuando hiciera exámenes u otras actividades. Todo esto estaba comprendido dentro de las posibilidades del cariño y la admiración. Así lo entendí.
  Luego dejé de verlo cuando nosotros nos separamos y la verdad es que no pensaba verlo más porque en definitiva era un tipo al que había conocido por ti y no frecuentaba ni tu círculo ni el suyo. Tú te hiciste famoso según tu plan y empezaste a vender muchos libros y a aparecer en la tele y todo. Y como un año y medio más tarde un día me llamó por teléfono, no sé cómo había encontrado mi número, pero me quería invitar a tomar un café. Fuimos y acabamos tomando café y luego de mucha charla cenamos, para ese entonces me había contado tantas cosas que yo sólo sentía curiosidad. Estaba tremendamente cambiado, usaba ropa de colores más vivos y alegres, se había cambiado los lentes y se había rapado la cabeza. Lo que intentaba sacar pecho y caminar de un modo que era totalmente artificial y parecía ridículo. Estaba contento y me dijo también que lo había pasado muy mal y que había sufrido mucho. A mí me pareció que el tipo realmente se había renovado por completo y lo acompañé a su casa porque me quería mostrar no sé qué libro y un cierto museo que había hecho a su pasado, como me inspiraba gran confianza, concurrí. Su casa era como la de un adolescente, llena de posters, se había divorciado al fin de aquella mujer a la que al parecer aturdió durante un buen par de  años hablándole de ti y de mí. Imaginate, éramos sus héroes y él quería tener una relación con su mujer como la que teníamos según él nosotros. No alcancé a entender a cabalidad cómo se imaginaba nuestra relación, pero sí comprendí que la idealizaba lo suficiente como para tenerla de aliciente. Esto quizás para ti sea normal, lo digo por la cara que ponés, pero para mí era totalmente nuevo y asombroso y algo extraño y por momentos perturbador; una persona a la que conoces te toma como su ejemplo, como su modelo de vida, te imaginás qué responsabilidad. Y si hacés una cagada y el tipo se suicida o algo así, ¿dónde empieza tu responsabilidad? Sí, ya sé que me vas a decir que no tenés nada que ver con lo que un tarado pueda hacer, que el tipo era grande y sabía lo que hacía o al menos debería haberlo sabido. Pero aun así, vos lo tuviste delante muchas veces y creías saber quién era o al menos qué hacía y cuál era el alcance de sus ilusiones personales y cuales eran algunos de sus pensamientos más íntimos; pero no, todo eso es una imaginación absurda, nada más, es imposible llegar  a suponer lo que el que está a nuestro lado llega a imaginar o a ilusionarse, quizás nunca lo sabremos, vos mismo me lo has dicho más de una vez que cuando te dicen “aquella vez que me dijiste tal o cual cosa no sabés el efecto que aquello tuvo en mi vida, me la cambió”. Vos sos un boca floja y a la vez un tipo de palabras duras y decías cualquier cosa sin que te importe nada y después la gente se va con el ala quebrada por las heridas de tus palabras y hace su evolución y luego se da cuenta de que le hiciste un favor y eso está súper, pero con este tipo es diferente. Y sí, tenés razón, que le den por el culo, si es tarado que se espabile solo, pero ahora sí que va a alucinar. Porque aquel tipo no sólo tenía los libros que había comprado parejos a los que te compraba a ti. Es que además tenía casi todos o todos los libros que él había visto en tu casa y en una estantería separada los que vos más mencionabas: Sobre héroes y tumbas, El tambor de hojalata, Luz de agosto, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Las palabras y las cosas, El astillero, Confesiones de una máscara, Ideología y utopía, La imaginación sociológica, La dádiva, Música para camaleones, y de todos los libros tenía un pasaje para decir en voz alta y una opinión que alguna vez te había oído a ti. Ese tipo estaba loco, como enamorado de admiración por ti. Tenía una carpeta llena de recortes de todo lo que tu habías hecho en los últimos años; los recortes de prensa, todos. Todo lo que habías escrito guardado y archivado por fecha, por medio y por temas. Los cuatro libros que publicaste, autografiados por ti y puestos en una estantería exclusiva. Y ahora viene lo más fuerte. Abrió un armario de ropa y tenía toda la ropa que tu tenías, una copia exacta de tu vestuario hecho a su medida, se había comparado una copia de cada chaqueta, de cada campera, de cada camisa, de cada camiseta y se había hecho un agujero en el lóbulo de la oreja para colocarse un pendiente igual al que tu llevabas en esa época cuando estabas haciéndote conocido. Me mostro una foto, una foto de un año más tarde luego de que yo había dejado de verlo, y tenía el pelo largo por la mitad de la espalda, como tú. Él quería ser tú, y su mujer se cansó, empezó a discutir con sus jefes en el ministerio en el que trabajaba y les contestaba cosas en la misma onda que te había oído hablar o discutir a ti. Les decía a sus jefes del ministerio en que trabajaba que eran unos mediocres. Y dice que los tipos lo miraban como diciendo: “Eso ya lo sabemos y ¿Qué carajo importa?” Y que entonces le entraban ganas de matarlos a todos, de despertarlos a todos. Eso mismo yo te lo había oído a ti decir cuando eras un adolescente. Él estaba encarnando toda tu vida en un desorden raro pero certero. Le despertaste toda la rebeldía que ese tipo a los quince ni a los veinte había podido desarrollar, sólo siendo tú y estando cerca de él lo suficiente como para que él aprendiera un poquito de ti. ¿Te das cuenta qué fuerte? Al final la mujer no lo aguantó más, dice que lo llamaba por tu nombre queriendo ser irónica y que en cambio de poder disfrutar del resultado de su ironía acababa aterrada por su respuesta, sí, soy él.
Se moría de risa cuando me contaba esto, y me decía “¡qué locura que medio, por dios!” Dice que le dijo a su mujer “andate a la mierda, vejiga mediocre”. Y que ella se marchó segura de que acababa de librarse de un loco que acabaría matándola. Para entonces, el tipo se vestía igual que vos, hablaba como vos, de hecho me hizo una demostración bastante convincente. Y me contó que empezó a salir por las noches en busca de mujeres y que tenía mucho éxito actuando como él imaginaba que actuarías tú. Así fue que determinó que se haría el loco en el trabajo para que le dieran la baja psiquiátrica, con todas las cagadas que se había mandado en el último año y con la cantidad de testigos que tenía, seguro se la daban. Se la dieron, con lo cual ahora estaba liberado para entregarse a fondo a sus fantasías. Y en eso dice que una noche en que llevaba ya más de seis meses de juerga corrida y teniendo unas comprensiones poco menos que iluminativas de los libros que leía, dice que vio un  reportaje que acababan de hacerte en un periódico y vio que te habías puesto traje y corbata y que te habías cortado el pelo.
   Dice que en ese momento le dieron nauseas, se sintió mareado y que se cayó al suelo desmayado y que estuvo así no sabe cuántas horas y que al levantarse se sentía tremendamente débil y se fue al médico, que le dieron una inyección porque lo encontraron muy descompensado y que se volvió a la casa caminando por la rambla y que tenía ideas suicidas y que te odiaba, como si lo hubieras traicionado. Dice que estuvo tres días acusándote de traidor y de hijo de puta sin alma. Y que al fin salió de ese bucle mental no sabe cómo pero que de pronto comprendió que vos eras vos y él era él y los últimos años le parecieron como un túnel largo y oscuro por el que había estado atravesando y que ahora había vuelto a la luz. No sé cómo lo hice ni que click se hizo dentro de mí, Alejandra, me decía, pero de pronto comprendí que yo era yo, no sé decírtelo de otra manera. Me contó que antes de esa ocasión, muchas veces había tenido ganas de llamarme y proponerme iniciar una relación, pero que no se atrevió, y que le parecía que cuando habíamos dejado eras tú el que te empezabas a traicionar a ti mismo. Que cuando dejamos él no pensó que dejábamos sino que tú me dejabas y que al hacerlo perdías realmente mucho y que no te lo perdonó. Y que para subsanarlo muchas veces quería proponerme salir juntos y más cuando dejó a su mujer. El caso es que cuando se dio cuenta, como él dice, que él era él, dice que salió a pasear y que sentía que respiraba hondo por primera vez en la vida. Y sintió aún más amor por ti, pero que sintió también vergüenza de la locura en la que había estado inmerso todos estos años. Entonces decidió tirar todo a la basura y comenzar de cero otra vez, pero antes de hacerlo, cuando ya iba a empezar a  acomodar todo para tirarlo a la basura se dijo a sí mismo, “no, esto tiene que saberlo él, o al menos Alejandra, ellos tienen que saber lo loco que estuvo y cuanto los quise en secreto y cuanto me ayudaron sólo con existir”. Luego me preguntó si me parecía bien que te llamara y te lo contara, que ahora ya sabía que yo te lo contaría más tarde o más temprano y que eso lo hacía sentirse liberado pero que me parecía a mí. Yo le dije la verdad de lo que pensaba, que no necesitaba mostrarte todo eso, que eso era para él y que era su aventura, que muchas veces las personas que más nos ayudaron no lo saben y todo puede permanecer en secreto y que si quería yo algún día te lo contaría, pero que si no lo deseaba yo podría guardar el secreto eternamente.
  Él me dijo que hiciera lo que me diera la gana y yo supe que te lo contaría. Que esta historia aunque tarde también nos perteneció y aunque fuera en una suerte de semiconsciencia también la vivimos.   

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