jueves, 29 de diciembre de 2011

Interior Bien Amueblado. Héctor D'Alessandro

Interior Bien Amueblado.
  "Un día alguien me dijo algo con intención de ofenderme y lo disfrazó de bondad y cosa elevada diciendo que "desde el lugar donde estaba y desde el lugar desde el que en su interior más profundo me hablaba debía decirme que bla bla bla"
   Lo escuché en calma y le contesté:
  "Desde la última habitación de la casa de mi Ser, te Aviso.
Estoy Aquí Creativamente Ocupado, me encanta el sitio en que tú estás, continúa observando cómo luce el pomo de la puerta de entrada a la casa de mi Ser y hazlo cada vez desde un punto más y más lejano".
   Héctor D'Alessandro

Los que hacen aprendizajes en lugar de amar. Héctor d'Alessandro

Los que hacen aprendizajes en lugar de amar.
Héctor D'Alessandro
Tuve una novia y también estaba enamorado.
ella no me amaba, sólo "hacía un aprendizaje".
Fue así lo que me dijo y fue un gran aterrizaje
Su prima le preguntaba: "¿Que nota te han dado?"

¿Fuertes los exámenes? ¿Tendrás certificado?
Se mosqueaba. Su alma cargaba poco bagaje
en el arte de reír, y no quería fuerte oleaje
para escapar sin traba; quedé despedazado,

Expuesto y desnudo, como siempre había estado
El corazón en la mano: sólo luz y sombras.
Aprendí quién ama y quien habla con amor tarado

Mucha prueba, mucho espejo, y experiencias candado
para fingir la Vida pero seguir las sombras:
clave prefijada de un correcto resultado.

Niño oyendo cosas que no entiende. Aprendizaje I. Héctor D'Alessandro

Niño oyendo cosas que no entiende. Aprendizaje I.
Héctor D'Alessandro


 Mi padre recibía uno y otro día a la hora de comer
esa acusación poco noble de "minettero",
"chupaconchas":  un gran activo placentero
me parecía todo aquello en la cuenta del joder. 

 Mi madre lo miraba con una cara de temer
como si se tratara del sucio verdulero 
que le vaciaba la plata de su monedero
trampeandola en el peso de las cosas de comer 

  
Mi corazón de niño tomaba decisiones
conocer la vida, y no parar de comer coño,
alejarme de ellos, vivir miles de visiones.

 Si "eso" los hace enojarse y andar dando tropezones
entonces, yo calculo, y nada tengo de ñoño,
que ha de ser mas rico que comerse unos melones.

sábado, 24 de diciembre de 2011

La fe y las Montañas de Augusto Monterroso por Héctor D'Alessandro.

Las Mujeres que hay en mí. Héctor D'Alessandro

Las mujeres que hay en mi.
Héctor D'Alessandro

Dos o tres mujeres me guardan cada mañana
un espacio para el despliegue de mi corazón.
Lo tengo ganado, no me piden una razón.
Suenan como una voz en el mar y en la montaña.

Me recuerdan si olvido con femeninas mañas
quién soy yo quien he sido y también cómo es mi son.
Desde otro mundo invisible  cantan una canción.
Que me despierta y que mi camino desentraña.

Guiado voy entonces por mis sirenas ancestrales.
Cantan, yo las sigo. Ellas guían, yo camino.
Mi madre y mis abuelas son seres celestiales.

Hablan en mi cara desde el fondo de mi sino.
Pronuncian los misterios con voces estelares.
En mi sangre viven y también en mi destino.

domingo, 18 de diciembre de 2011

La Supremacía de Uruguay. Elwyn B. White.

En 1933 apareció este relato de ciencia ficción que establece recursos que luego se utilizarían en peliculas como Mars attack o Independence day.
    La supremacía de Uruguay. Elwyn B. White (1899 - 1985)
Quince años después de establecida la paz en Versalles, Uruguay entró en posesión de un fino secreto militar. Era un invento tan simple en sus efectos, tan barato en su construcción, que no cabía la menor duda que permitiría a Uruguay sojuzgar a todas las demás naciones de la Tierra. Naturalmente los dos o tres hombres de estado que sabían de él tuvieron visiones de grandeza; y aunque no había nada en la historia que indicara que un país grande fuera algo más feliz que uno pequeño, estaban muy ansiosos por llevarlo a cabo. 
El inventor del dispositivo era un recepcionista de un hotel de Montevideo llamado Martín Casablanca. Había tenido la idea en cuestión durante la campaña de mayorazgo de 1933 en la ciudad de Nueva York, donde se encontraba atendiendo una convención realizada en un hotel.
Un atardecer de noviembre, poco antes de la elección, vagando por el distrito de Broadway llegó a toparse con un evento público. Una plataforma había sido erigida en la marquesina de uno de los teatros, y en un intervalo entre discursos un joven frío, envuelto en un abrigo, cantaba frente a un micrófono. "Gracias", cantaba sentimentalmente, "por todas las bellas delicias que he encontrado en tu abrazo..." La inflexión de las palabras de amor era la de una voz que murmura, pero el volumen del sonido amplificado era enorme; se transmitía por cuadras, en lo profundo de las filas del electorado.
El uruguayo hizo una pausa. No le eran desconocidas las delicias de un abrazo amoroso, pero en su experiencia habían sido de una intensidad menor, más íntima, concentrada. Este sonido relajado, público, tuvo un curioso efecto en él. "Y gracias por las inolvidables noches que nunca podré reemplazar..." El público se balanceaba junto a él.
En el resplandeciente rincón de la apiñada prensa de cuerpos, el retumbar dominante del cantante melódico lo chocó repentinamente y se tornó por unos segundos, como luego se diera cuenta, en un hombre loco. Las caras, las máscaras, el aire frío, las luces de los anuncios publicitarios, el ascendente vapor de la colosal taza de café A & P sobre la Calle 47, todo se agregaba a su encantamiento y su desequilibrio.
De todos modos, al partir y alejarse de Times Square y de los viscosos sonidos de ese gran abrazo de amor, éste era el pensamiento que habitaba su cabeza: ''Si me sacó de mis cabales oír un canturreo suave apenas amplificado, ¿qué no me podría hacer, escuchar un sonido mucho más alto y amplificado?''
El Sr. Casablanca se detuvo. "¡Buen Cristo!", se susurró a sí mismo; y su propio susurro lo aterrorizó, como si también hubiera sido amplificado.
Abandonando su convención, partió hacia Uruguay a la tarde siguiente. Diez meses después había perfeccionado y entregado a su gobierno una máquina de guerra única en la historia: un avión radio-controlado llevando un fonógrafo eléctrico con una bocina aerodinámica retractable.
Casablanca había encontrado al tenor más potente de Uruguay y grabado la estrofa que había oído en Times Square. "Gracias", gritaba el tenor, "por inolvidables noches que nunca podré reemplazar...". Casablanca se encargó de aumentarlo ciento cincuenta veces y manipuló la grabación de tal manera que repitiera la frase eternamente. Su teoría era que un escuadrón de aviones sin pilotar, esparciendo estos sonidos interminables sobre territorios extranjeros reduciría inmediatamente a la población a la locura. Luego Uruguay, sin prisa, podía enviar su armada, dominar a los idiotizados y anexionar las tierras. Era una perspectiva más que atractiva.
El mundo estaba siendo arrastrado en esos momentos a una fase nacionalista. Los increíbles cánceres de la Guerra Mundial habían sido olvidados, los armamentos eran reconstruídos, el odio y el miedo se asentaban en cada ciudadela. La Convención de Ginebra había sido prolongada, pero sólo a fuerza de mudar el centro del desarme a una ciudad amurallada en una isla neutral y separar a los delegados en los destructores preparados de sus respectivos países. El Congreso de los Estados Unidos se había apropiado otro ciento de millones de dólares para su programa naval; Alemania había expulsado a los judíos y remoldeado el acero de sus cascos en forma más firme; el mundo volvía a vivir el prólogo de 1914.
Uruguay aguardó hasta que creyó que el momento era justo, luego atacó. Sobre los plácidos hemisferios, a la noche, se apresuraron veloces y fulgurantes aeroplanos, y así cayó sobre todo el planeta, excepto Uruguay, un sonido cuyo igual no había sido oído jamás en tierra o mar.
El efecto fue tal cual había sido predicho por Casablanca. En cuarenta y ocho horas los pueblos estaban perdidamente locos, destrozados por un ruido inerradicable, oídos deshechos, mentes errantes. Ninguna defensa había sido posible, ya que al minuto en que alguien se ponía al alcance del sonido, perdía su cordura y, al estar ido, demostraba ser inútil militarmente.
Luego de haber pasado los aviones, la vida continuó en gran parte como antes, excepto por el hecho de que era más segura al haber desaparecido la cordura. Nadie podía oír nada, salvo el ruido en su propia cabeza.
En el momento preciso en que la población había sido alcanzada por el ruido, se habían sucedido algunos incidentes bastante divertidos. Una señora de West Philadelphia resultó estar hablando con su carnicero por teléfono. "Gracias", acababa de decir, "por aceptar la devolución de ese filete en mal estado ayer. Y gracias", agregó mientras el avión sobrevolaba, "por inolvidables noches que nunca podré reemplazar". Operadores de linotipo en sus talleres cortaron en medio de las oraciones, como el que se hallaba armando una historia sobre un almirante en San Pedro:
"Estoy tremendamente agradecido a todas las damas de San Pedro por la maravillosa hospitalidad que demostraron con los hombres de la flota durante nuestras recientes maniobras, y gracias por inolvidables noches que nunca podré reemplazar y gracias por inolvidables noches que nun..."
A toda apariencia la conquista de la Tierra por Uruguay era completa. Aún restaba, por supuesto, la ocupación formal por sus fuerzas armadas. Que sus tropas, en completa posesión de sus facultades, podían establecer su supremacía entre idiotas no se dudó ni un instante. Presumían que al no haber nada sino locura por combatir, la ocupación sería confortablemente estimulante y disfrutable. Suponían que sus locos enemigos harían algunas cosas bastante divertidas y pintorescas con sus acorazados y tanques, y luego se rendirían. Lo que fallaron en anticipar fue que sus enemigos, estando idos, no tenían intención de hacer la guerra en absoluto.
La ocupación resultó ser singularmente incruenta y poco vistosa. Por ejemplo, un destacamento de sus tropas aterrizó en Nueva York y se estableció en el edificio RKO, que se hallaba bastante vacío entonces, y no fueron más notorios en el pueblo que los Caballeros de Pythias (1). Uno de sus acorazados avanzó hacia Inglaterra y el oficial a cargo se enfureció tanto cuando ningún barco hostil salió a enfrentarlo que envió un radio-mensaje (que por supuesto nadie en Inglaterra escuchó): "¡Salgan, ratas cobardes!"
Fue la misma historia en todos lados. La supremacía de Uruguay nunca fue desafiada por sus tontos súbditos, y no fue casi advertida. Territorialmente su conquista fue magnífica; políticamente fue un fiasco. Los pueblos del mundo prestaron muy poca atención a los uruguayos y los uruguayos, por su parte, se hastiaron con muchos de sus dominados, en especial con los lituanos, a quienes no podían soportar. En todos lados seres locos vivían felizmente como niños, en sus cabezas el viejo refrán: "Y gracias por inolvidables noches...". Billones vivían satisfechos en un paraíso de tontos. La Tierra era generosa y había paz y plenitud. Uruguay contemplaba sus vastos dominios y veía como el suceso entero perdía autenticidad.
No fue hasta años después, cuando los descendientes de algunos de los primeros americanos idiotizados crecieron y recuperaron sus sentidos, que hubo un retorno generalizado de la cordura en el mundo; las fuerzas aéreas y terrestres restablecieron su poderío bélico, y se dio inicio a la vengativa lucha que con el tiempo involucró a todas las razas de la Tierra, arrasó Uruguay y destruyó la humanidad sin dejar rastros.

(1) - Orden fundada en 1864 para promover la amistad y la benevolencia entre los hombres.

Comparte, citando la fuente, todo aquello que te guste, recomienda estos contenidos, comunícate

Todos los derechos están protegidos mediante Safe Creative.

Excelencia creativa en Coaching para Escribir.

o al
2281 78 07 00 (de México)