lunes, 20 de mayo de 2013

El chupaconchas, Héctor D'Alessandro (Fragmento)

El chupaconchas, de Héctor D’Alessandro  (Fragmento)

  ¡Oh! ¡Dioses de la normalidad y el juego nocturno! Gracias porque luego pondrían en mi camino a la enfermera Irma, que se teñía el pelo y hablaba palabras vulgares que yo no escuchaba y que eliminaba de mi visión nocturna. Enfermera que cumplió un destino informativo en el “dramatis personae” de Héctor, suerte de bruja simpática apostada a un lado de mi personal movie road para decirme que ella había trabajado muchos años como ayudante de quirófano, al lado mismo de ríos de sangre, y que muchos años antes, al comienzo de su carrera como enfermera, había tenido durante una operación de oído  –¡préstenme su oído durante un modélico ratito, ejemplo y númen de todos los momentos de escucha de elevada refinación!– le había sobrevenido durante aquella dicha operación un orgasmo de vasto alcance neurofisiológico, el riñón de losa donde se recogía cualquier líquido o sólido procedente del oído operado tembló de un modo que hizo girar fugazmente la mirada a la casi totalidad del equipo médico interviniente para observar el estado laboral de la enfermera Irma. Enfermera que declara a este escritor una vivencia cumbre que a decir verdad el propio William James la habría incluido dentro de la gama de experiencias cumbres de carácter religioso. ¿Qué digo, James? El mismísimo Gopi Krisnha la habría llamado a la enfermera Irma, jubilada del benévolo estado uruguayo con buenas cifras, para que brindara testimonio de su sabiduría orgásmica en su centro de la India.  Dice la enfermera Irma de pelo teñido de rubio de la marca Loreal que tuvo un orgasmo que le nació en las propias meninges al mismo tiempo que en el propio centro del cuerpo en la zona pélvica a la altura del chakra dos y que desatándose como terremoto de uso local confluyó al mismo tiempo en varias zonas de su cuerpo induciéndole un estado de confusión física con diferentes epicentros de placer así como diferentes zonas corporales donde el placer adoptando la forma de un vibrante cosquilleo barrió espacios donde indudablemente según declara la enfermera Irma tenía algún tipo de bloqueo o tensión que, aligerados por el orgasmo cosmológico al que estaba sometida en aquel trance, se disolvieron como por un ensalmo y ya nunca volvieron a molestarle o agriarle la vida y en un instante fue como si el propio arcángel acupuntor la lanceara con sus herramientas de limpieza espiritual y barriera de su vida años y años de tensión física y desuso corporal, volviéndola a la vida con un espasmo y un grito de alegría que muy por el contrario al famoso “no li me tangere” crístico, se vio sustituido por un “touch me, touch me” que brotaba directamente de su mirada algo descentrada pero babeante y dulce.
   “Si, querido Héctor, la sangre, su presencia, su cercanía, su aroma, su visión puede transportarte a océanos infinitos de visión interna guardada divinamente en la memoria celular y puede asimismo activar las más escondidas fuerzas adormecidas. Nunca he vuelto a tener un orgasmo como aquel pero aquel fue el padre de todos mis futuros orgasmos”.
   “La sangre evoca el dolor, el placer, la muerte, el orgasmo, la visión y la vida continua y eterna”.
   ¡Oh Dioses del dolor y del placer, de la sangre, de la muerte y el orgasmo, de la visión y de la vida contínua y eterna! ¡Oh Dioses del Olor!


domingo, 19 de mayo de 2013

Matanza en la sede del Banco Popular de las Ramblas de Barcelona. "El terrorista líquido" por Héctor d'Alessandro



El terrorista líquido.
Héctor D’Alessandro.

Bernaldo Cassen, natural de Barcelona y terrorista líquido, llegó a la sucursal bancaria del Banco Popular a una hora en la que había sólo dos clientes, y estos, además, estaban en la parte externa de la oficina, donde está el cajero; dado que lo conocían desde hacía años y tratándose del famoso filósofo, lo recibieron, como casi siempre, media docena de simpáticas sonrisas. Contaba con esto. Nada más entrar se dirigió al asiento libre en el escritorio de su empleado favorito, aquel que siempre le había hecho la pelota cada vez que necesitaba de él que gastara más en algún nuevo “servicio financiero” y había fingido una calibrada simpatía lo más parecida a la amistad pero sin que llegara a realizarse como tal –nunca habían quedado para cenar juntos o con sus familias ni se habían invitado a la casa de la playa.
  Y eso que Bernaldo había planteado la posibilidad de que esta amistad se desarrollara por buenos andariveles, invitando al empleado —“al puto empleado de mierda”— del banco a tomar una copa y pasarse por su despacho, pero éste no había querido; en lenguaje sólido “había declinado la invitación”. Bernaldo era nacido en Barcelona pero se había criado en las Antillas  y tras un posgrado en estructuralismo filosófico en la ciudad, había decidido al fin quedarse, había decidido incluso sentirse muy posmoderno. Pero la sólida y chabacana ciudad le había respondido, luego de treinta y cinco años viviendo en ella, con una cepillada de sus ahorros del plan de pensiones — ¡60 mil euros!—. Maldita la hora en que escuchó a aquel puto sirviente bancario que lo había llamado a una hora lo suficientemente temprana como para encontrarlo por completo desprevenido. (“Seguro que eso también lo tienen estudiado, hasta la hora a la cual llamar al pringado de cliente, para engancharlo con mayor sutileza y profundidad en la estocada”.) Había en aquel banco una enano asqueante que caminaba muy erguido y lo habían puesto allí para que hiciera de verdugo de los empleados antiguos. Venía a enseñarles como se hace una venta (“Cómo se le “encoloma” un producto a un cliente, “joder”, así hablaban esos gusanos, “porque en definitiva si el cliente estuviera en tu sitio también te lo haría, te jodería”, éste era el discurso de entrenamiento en ventas que les daba ese banco y otros bancos, comprobado, a sus empleados.)
  El caso es que el muy cabrón me llamó temprano en la mañana y me dijo que teníamos que ver algo del plan de pensiones, y dado cómo está el tema, fui a verlo, como confiaba en él, entendí que mi fondo de 60 mil acumulados de los últimos 35 años corría riesgos tal y como estaba y que lo mejor que podía hacer era cambiarlo a otro sistema o plan, y confiando en él, así lo hice.
   Con la triste y exasperante consecuencia de que empecé a perder miles de euros por semana, hasta quedarme sin nada de esos ahorros tan preciados. Fui a verlo y a hablar seriamente y me miró con esa cara de gilipollas que ponen los estafadores españoles que sólo te dejan la oportunidad de meterles una trompada o de volarles la cabeza con un rifle. Me miraba con cara “lo siento mucho pero yo no puedo hacer nada”, y fue en ese momento que en mi mente, pensó Bernaldo, lo ví muerto, definitivamente muerto, con la cabeza volada en mil pedazos de un buen tiro en la cabeza, la sociedad del espectáculo, Guy Debord, Deleuze, Derrida, Fuocault y Bauman pasaron por mi mente en un instante y dado mi prestigio en la ciudad en varias universidades americanas, así como mi amistad personal con diversos gobiernos a lo largo y ancho del mundo a los que había asesorado, fue que pensé, nada, un atentado líquido, un atentado de intelectual, amparado además en mi edad ya cercana a la inimputabilidad, de los que la sociedad bien pensante perdonará ipso facto y me buscarán la manera de darme pasaporte a un sitio lejano de España y de las rejas.
 Así fue que Bernaldo comenzó a organizarse su discurso, no fue un discurso reivindicativo, género más bien propio de la era sólida, éste era un discurso autoanalítico, es decir autodiluyente.
  Por definición, se decía a sí mismo, un atentado de la era líquida procedente de un conspicuo integrante de la “inteligentsia”, y sobre todo en un país de imbéciles como España, tenía que ser algo no sólo evanescente sino además very fast y, por encima de todo, no una suerte de venganza personal sino lo más impersonal que pudiera darse. Sí, ahí estaba el quid de la cuestión, podía imaginarlo: “en la era líquida el terrorista lleva la impersonalidad de su acto casi a un grado de accesis, pero más que accesis, un estado propio de la literatura de la era sólida, una canalización, una canalización de las voces procedentes del mismo destino de la especie. Un acto de terrorismo sistémico, de causalidad circular, yo tiro porque me toca. No pongo en juego mi personalidad en la que no creo sino que participo en mi momento en un proceso energético.   
  La prensa para marujonas asustadizas y analfabetos de toda clase, como "El Periódico", lo presentaría a pesar de los pesares como la acción de un loco, quizás salieran con aquello de “locura momentánea” y seguro que la prensa conservadora aprovecharía para intentar darle carpetazo a los movimientos de indignación. Eso es fácil: ven a dónde conducen los excesos, se comienza dando una calada y se acaba yonqui, algo así. Para cerebros esclerosados.
   Estos aspectos los pensó y los barajó de muchísimas maneras y una vez los hubo dilucidado en su mente, ya no volvieron a  estorbar, menos aún delante del empleado gordo. Lo saludó, le dio los buenos días, sacó una de las armas que había podido entrar al banco gracias a la vieja amistad que ahora los iba a separar para siempre cuando el mundo conocería al primer terrorista líquido, le dijo más o  menos “mira chico podría explicártelo pero creo que tu cerebro lleno de gases intestinales jamás podría comprenderlo, así que solo pasarás un fugaz terror: este”, y le metió el primer balazo en el punto del tercer ojo, eso podría ser tomado por la prensa como una suerte de simbolismo, él había ido al ashram de Osho en la India junto con Peter Sloterdij. El puto gordo inútil la palmó (vaya, pensó, cómo ha regresado a mi vida y mi cerebro este lenguaje despectivo y de clase media baja española en estas horas de intensidad) se cayó de culo, de espaldas, con una cara de pasmo que le quedó grabada para el más allá. A continuación apuntó a la puerta y le disparó a una vendedor repugnante que ya se acercaba para huir, corriendo, y gritó, el siguiente que se acerque ya lo sabe. Todos al suelo. Se giró y voló la oficina con aspecto de incubadora donde yacía aterrado, por no decir, cagado de miedo, el joven tirapedos de gerente de la sucursal, le apuntó al hombro y de un tiro se lo arrancó literalmente, lo que le hacía proferir gritos desgarradores al gerente. Se le acercó. ¿Qué, hijo de puta, duele verdad? Pues te voy a dejar vivo bastante rato, todo lo que pueda entretener a la policía con el cuento de que quiero negociar alguna gilipollez así te mueres lentamente y yo me quedaré con unas imágenes guardadas deliciosas y muy potentes que me acompañarán cada uno de los días de mi vida, podré poner en un marco en mi despacho en Bahamas, a donde tarde o temprano me iré, y así recordar que en el día de hoy alcancé mi grado superior de excelencia. ¿Nunca hiciste ningún curso de excelencia? ¿No? Pues tendrías que haberlo hecho, uno de caminar sobre el fuego y de comer vidrio porque así podrías estar ahora más digno a la hora de morir y no preguntarías mamonadas aprendidas en las malas películas. ¿Qué quiere señor Cassen? ¡Imbécil! ¡Nada quiero, nada! En la posthistoria no se quiere nada. ¿No leíste una novela postmoderna? No, ¿qué vas a leer tú, infeliz proyecto de insecto? Tú debes leer revistas de economía que no entiendes y con el pechito tieso así como ibas te debes ir follando a las vecinas y a las amigas de tu hermanita ¿Verdad que acierto? Ves que eres un vulgar subhumano, un puto proyecto de cacho de mierda, eso es lo que eres, y no chilles que te meto otro balazo en el otro hombro, o en la polla, mejor, sí, en la polla, así le damos qué pensar a los analistas de la prensa, cosas truculentas sobre mi cerebro, o mejor sobre nuestra posible “relación”. ¡Come mierda! Eso es lo que eres, un comemierda. Un subhumano comemierda con pretensiones de salirse del planeta al final de la vida con tu plan de pensiones y con cara de yo sí que fui muy listo. Pues, no, aquí, por un azar total, te ha tocado que un terrorista líquido te joda la marrana, se te va a joder todo el plan. Ya sé que no entiendes nada porque has sido creado por alguna gorda sebosa con el culo gordo preocupada por su niño, ay mi niño, ay mi niño que lleva el lacito de la corbata mal anudado, acomódate bien la corbatita, pajero, para que parezcas un lindo cadáver. ¿Sabes qué te digo, gerentito de los huevos, que vas a ser famoso durante quince minutos, pero cadáver. Yo miraré, el día de mi juicio, del que me saldré, a tu mamá y con la misma indiferencia con que practico estos fútiles insultos contigo, le diré, le pido perdón señora porque no puedo olvidar el momento final en que me dijo “dígale si todavía tiene corazón, a mi mamá, que la quiero mucho” Con una frases de estas quedarás muy bien, chaval. Y creo incluso que la gorda culona de tu vieja pedirá mi absolución, dirá: “al hombre se le nota arrepentimiento”. Ay qué penita. Y además le diré, dado que nuestro sistema judicial basado en la culpa y la causa, cosas de las cuales tú, cabeza de chorlito, no debes saber absolutamente nada, su hijo señora además de mandarle este saludo me dijo que le dijera “mamá, no caigas en el odio, este hombre tenía un plan de pensiones de 60 mil euros y yo mismo le hice una estafa legal, no digo que este bien lo que está haciendo pero piensa en sus hijos, mamá”.
  ¡¡Ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja!!
   Lo que me voy a reir, pandilla de subnormales. Ja ja ja
   Bueno, ya llegó la poli, vamos a mostrarle la reivindicación. Puerta bloqueada con barra de hierro, paquete sospechoso instalado en medio del paso de la puerta, posiblemente explosivo. Dos empleados muertos en el suelo, dos putillas y un gilipollas más dispersos por ahí arrastrándose como lo han hecho durante toda su vida pero ahora con caca en el trasero o sea que oliendo muy mal. Y un gerente de camisa blanca de 250 euros, con el hombro izquierdo literalmente arrancado, con muy mal aspecto. Un auténtico asco, pronóstico reservado, el terrorista despliega una pancarta de papel escrita en catalán y en castellano, que un periodista no autorizado capta con la cámara de video y logra extraer una instantánea. Ahí dice: “si entran volamos todos, no lo hagan, saldré con las manos en alto si se portan bien. Comando líquido Zigmunt Bauman”. El terrorista coge un bolígrafo y lo entierra muy profundamente en la herida del gerente, mientras lo hace, piensa, esto es saña y van a decir que son quince años más. Da igual, yo me defenderé por mi cuenta y todo el juicio será la gran propaganda sobre la inutilidad de nuestra era y la futilidad absoluta de le existencia de los empleados de banco. Lo que más terror les dará será una oleada de atentados contra bancos. Ahí, ahí es donde tengo mi pasaje a Bahamas bajo el sol, y seguramente será con la excusa de que estoy totalmente pirado y así me voy para nunca volver.
   En horas de esta mañana, el conocido filósofo barcelonés, Bernaldo Cassen, famoso por su tratado sobre “La razón sometida a inmersión”. Se presentó en la sucursal del banco Popular de las Ramblas armado hasta los dientes y desplegó una pancarta reivindicativa de un supuesto comando líquido Zygmunt Bauman y mató a… mató ¡¿a seis empleados?!
   Este cóctel no logra montarlo ni el más avezado de los periodistas. ¿Qué hizo qué? ¡Está loco!
  ¿Loco? ¡Loco un huevo, ve a mirarlo declarando a las cámaras al salir del banco con las manos en alto, ese tío es un vivo de los que no se tiene noticia a lo largo de toda la historia.  
  Pero, ¿cuál es el móvil?
¿Móvil? Eso es una cascarria conceptual contra la cual parece haber ganado la batalla con este gesto de aburrimiento total de matar a seis currantes.
    Sí, así hablan esos desconsiderados vulgares. El resentimiento democrático. Norman Brown.
  ¿Sabes una cosa, currante? Le dice Bernaldo al gerente acercándole mucho la boca a la oreja para hablarle. Siempre tuve ganas de darle una paliza a un tipo como tú. Te lo digo porque supongo que en tu mundo y a esta hora se piensan cosas como llevarse un buen recuerdo al otro plano, y etcéteras de esos; por eso te lo cuento, para que te lleves además una explicación, de esas que les gusta tanto a los adultos masculinos alfabetizados de las zonas urbanas. Ja.  
  Eres un asco y quizás no te lo hayan dicho pero a pesar de tu crema after shave hueles mal, hueles a ente postindustrial nacido y criado con una carencia total de vitamina E y F en tu dieta de mierda que es lo que habrás comido toda tu vida, mierda enlatada, conservada, edulcorada, estabilizada. Pues jódete, porque debido a esa carencia incluso disfrutarás menos de tu propio dolor, la pobreza constituyente de tu cuerpo cortará los circuitos que te abastecen de sensaciones, muy pronto. Pero no te preocupes que antes te meteré el revolver este en la boca y te haré estallar la cabeza de un tiro, y si no abres la boquita no te preocupes porque la bala entrará igualmente rompiéndote toda tu maravillosa sonrisita. O quieres que te lo meta mejor por el culo. Eso es más de barrio, como tú, a qué mete miedo ¿eh? Me van a mandar para el otro lado de una follada metálica caliente, uau! ¡Qué flipe tío! Como el entretenimiento de fin de semana con tu colección de juegos. Eso te gusta más. Pues no, no te lo voy a meter por el culo, te voy a hacer estallar los dientes. Eso es lo que yo quería desde pequeño, cuando los tíos bobos como tú se llevaban mis novias. Oooooohhh una explicación, qué fuerte. Bueno, qué ¿ya estas tranquilo con una explicación, mariquita de mierda? Pues te vas a joder, toma, y le voló el cráneo en mil pedazos, cogió con la mano muchos sesos (bueno, muchos, se dijo, no tenía) y portándolos como un platillo exquisito partió en busca de los otros que andaban arrastrándose por ahí. Cuando los encontró, les dijo para tranquilizarlos, no se preocupen chicos que ustedes se van a salvar, con ustedes saldré a la calle como rehenes y los liberaré, entonces ellos respiraron aliviados, pero sólo si antes se comen estos sesos. Como dirían vuestros putos padres “Es lo que hay, ¿qué se va a hacer? Es lo que hay, chaval!” Los dos chavales se iban a mirar entre ellos y con la chica, pero él les advirtió, “el que consulta con otro, me demostrará que no posee recursos decisorios propios, morirá primero. ¿Me oís?” No le oían, entonces le voló la cabeza a uno y los otros dos de pronto despertaron. Sí, oían todo. La policía afuera seguía sin actuar, parecía todo muy lento pero en realidad habían pasado desde el primer muerto casi treinta minutos. Joder el tío se los va a cargar a todos, estarían diciendo, y ¿por qué no entramos? Hay que esperar a los artificieros. Los artificieros serán el fin; entonces el terrorista líquido gritó “voy a salir”. Se acercó a los dos que comían sesos y le descerrajó un balazo en la cabeza a cada uno. ¡Seis! Un número tántrico adecuado. Con el arma en alto se dirigió a la puerta, la deposito en el suelo, y con un papel que decía “Sigue el ejemplo mata un banquero”, salió a la calle para ser aplastado literalmente por unos diez policías vestidos como robo cops que lo tundieron y se lo llevaron a una furgoneta enorme y rectangular que parecía en sí misma una caja de seguridad para guardar dentro hombres peligrosos y extraños.
   Los terroristas líquidos son así, no tienen reivindicación, posan un momento ante los fotógrafos de las agencias y sonríen con un gesto incomprensible para los habitantes urbanos domados con el objetivo de  interpretar casi todo lo que sucede en clave de culebrón.
   Los asesinos líquidos dejan en la epidermis una sensación extraña, como de asesino on the rocks, frío, mucho frío.

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