Comienza el calor, Montevideo, 1976. Héctor D’Alessandro
Los chicos tenemos, por suerte, un amigo del alma. Alguien en quien confías con los ojos cerrados, porque nunca te fallará. Todos tenemos un “mejor amigo”. Y aunque estos tiempos son malos, porque cualquiera te puede traicionar, no son lo suficientemente malos como para olvidar tener un “mejor amigo del alma”. Tener un mejor amigo es lo más fabuloso que te puede pasar. Alguien con quien hablar de lo que te gusta y de lo que te duele. Alguien con quien descubrir juntos cómo funciona la vida, el mundo, las cosas de los adultos. Alguien con quien hablar de las costumbres de las palomas torcazas y del método de construcción del nido del pájaro carpintero. Alguien con quien competir a ver quién hizo la travesura más fuerte. Alguien a quien decirle “¡No te podés imaginar ni hacerte una idea de lo que ví!” Y contárselo, para que él te conteste: “Eso no es nada. ¡No sabés lo que vi yo, una vez!” Y mientras estás hablando de estas cosas tan interesantes, si algún vecino miliquero te manda callar o te amenaza o algo así, como estás con tu mejor amigo y te sentís respaldado, le podés gritar, a gusto, a ese mierda: “¡La vereda es pública!” Y quedarte tan orondo.
Podés indignarte y después reir.
Y luego de estar así, horas, cuando llega ese momento de agonía larga como una tritón y pesada como mi madrina, en que mirás a tu amigo con ojos de culebra y surge la pregunta: “¿Y ahora qué hacemos?”, tampoco pasa nada, porque algo se nos ocurrirá y si no se nos ocurre, no importa, porque igual pasa alguna chica y le podés decir algo, y de pronto es simpática y se para a charlar un ratito y te hacés amigo. Eso en caso de que no sea una banana de estas que piensan que uno lo que quiere es fifársela. Aunque lo que querés, en realidad, es fifártela, pero estás dispuesto a posponer tu deseo si es agradable y si la conquista la hiciste con tu amigo; si ella tiene una amiga, mucho mejor.
Yo recuerdo días en que, junto con mi amigo Jorge, nos quedábamos hablando con algunas chicas hasta la noche; era muy tarde y ya no escuchaba nada de los que se hablaba; es más, no sabía siquiera de qué estábamos hablando. No sabía exactamente si quería patearle el culo a una de mis amigas o tomarme una cocacola con torta de chocolate y crema. Al final bostezaba y pegaba dos o tres gritos para despejarme. Ellos seguían, dale que te dale, como si hubieran tomado jarabe de pico; Jorge, sobre todo. Era su estrategia para que no se fueran. Como si en el caso de que se quedaran fuera a pasar algo. No pasaba nada y yo me ponía a hacer estiramientos, allí, en la vereda y él me decía, vení para acá, no llames la atención, siempre tenés que estar exhibiéndote y yo le decía “dejame en paz”. Pero con cierto malhumor. Entonces él, que quería integrarme en la charla porque suponía que así se precipitaría el momento del ñaca ñaca, me hacía la grandísima concesión: “¿bueno, qué querés hacer? Me cago en diez, siempre hay que hacer lo que dice el nene.” Y yo, a veces, le decía que no quería hacer nada, que me dejaran en paz, que me estaba estirando y ya está, o bien le decía “espérenme aquí, que voy a mi casa un momento y vuelvo”. Entonces él, para hacerse el gracioso decía “va a cagar” Y yo, molesto, porque aquello no era verdad, decía: “qué te importa lo que voy a hacer” o igual le decía “es que me acordé que hoy dejé bacalao al horno del mediodía y ahora tengo hambre y me lo voy a comer, no sea cosa que venga mi hermano y se lo morfe”. Sí, eso le decía. Y si no era eso, era “Voy a buscarme un sánguche que tengo hambre, ¿quieren algo?”
Yo siempre invité a sándwichs a mis amigos.
Y a mis amigas.
Aunque no quisieran coger conmigo.
Aunque no quisieran coger con nadie.
Que una chica no quiera coger no significa que sea boba, ni que tengas que depreciarla. Quiere decir que no coge; aunque las consecuencias, para ella sean terribles, porque les salen granos, tienen mala digestión, se tiran pedos, están de malhumor, se enferman de neurosis, tienen que lavarse mas la concha porque de no usarla huele fuerte, puede venirles un cáncer en unas trompas que tienen que no me acuerdo cómo se llaman, les vienen altibajos emocionales, pasan de la tristeza al frenesí, rompen objetos caros y otros que no son caros pero que también se rompen, lloran repentinamente, puede sobrevenirles una manía religiosa malsana y muy poco meditada, pueden tomar decisiones imprevistas como suicidarse o subirse a un ómnibus para ir a un sitio y a la mitad del viaje bajarse y subir a otro en dirección contraria, también puede darles por escribir textos melancólicos que le ponen los pelos de punta a quien los lea, la voz les queda como de pito para toda la vida, manifiestan también una cierta tendencia a la caída del cabello, pueden aparecer por casa con los ojos rojos como de haber dormido mal, y esto sucede con relativa frecuencia, pueden tener también un cierto sentido de la desorientación y van a agarrar un vaso y sin querer tiran una botella o agacharse en todas partes y que se les vea el culo sin que les importe, les sale caspa, pueden entregarse a fuertes estados de ensoñación, la mirada perdida, “soñar despiertas” y cosas de estas. También, puede que les venga ganas de coleccionar cosas o empezar a fumar. Pintarse la cara o dejar repentinamente de pintársela o no pintársela nunca. Puede también que lleguen tarde a casa. O que lleguen muy temprano y agitadas, como queriendo ocultar algo. También es posible que estén todo el día a toda hora en todas partes, abrazadas a alguna amiga y esto va acompañado de la costumbre de saltar y proferir grititos con que celebran cualquier cosa. Y todos estos extravagantes comportamientos se producen a raíz de que no lo hacen, no practican el sexo. A mí me da igual, es una pena porque ellas se destrozan la vida, pero nunca pierdo una sola oportunidad de explicarles todo esto que lo fui recopilando de diversos tratados de versados especialistas en el tema que hay en la biblioteca publica y nadie lee y también de mi propia observación personal. Después de que, junto con Jorge, les explicamos todo esto, en bloque o por tandas, la decisión queda en manos de ellas, nosotros no nos vamos a meter, pero el futuro de la humanidad está en juego y las instituciones y la civilización. Nosotros de la humanidad, las instituciones y la civilización sabemos lo justo, lo que nos enseñaron en el colegio, lo que está en el programa; pero de lo que el cuerpo a las claras dice, de eso sí que sabemos mucho. Bueno, yo sé más que Jorge, pero no lo digo para no humillarlo. Porque es mi mejor amigo. Del alma. Además, los dos estamos en la misma barca. Queremos coger. El problema es que vivimos en Montevideo y además de que la gente ya de por sí es reprimida, la dictadura prohibió coger. No sé dónde lo dice o cómo es la ley; pero no se puede coger o al menos eso es lo que la gente cree. A ver, quiero ser claro, yo no oí que ningún general dijera algo así como: “A partir de ésta magna fecha y con el ánimo de no interferir más en el natural desarrollo de alguna cosa, se decreta, se ordena y se manda que se publique para su conocimiento público y se obedezca que a partir de la noche de autos y a la hora tal, queda terminantemente prohibido realizar actos sexuales por tiempo indeterminado”. No me extrañaría que lo hubieran dicho, porque sabiendo lo que pasa cuando no cogés (calvicie, romper objetos, cáncer, etc) seguro que éste es un método que perfeccionaron en algún laboratorio de los EEUU, que es donde perfeccionan éstas cosas, y luego los llevan a los milicos y les hacen un cursillo rápido pero intenso para que vengan aquí y lo apliquen. Y bien mirado, éste sería el mejor método para exterminarnos a todos y quedarse ellos solos amargados y pegando gritos por todas partes que es lo que a ellos más les copa. Claro, esto lo sé yo solamente; tampoco puedo andar contándoselo a todo el mundo, el horno no está para bollos.
Pero a mí no me gusta que me exterminen.
A mí me gusta coger; bueno, a mí me gusta la idea que tengo acerca de coger.
Y eso, hasta que coja; porque prohibido o no, ya no pasará mucho tiempo antes que lo haga.
Episteme: Adolescencia, 1976, D'Alessandro, Dictadura, Literatura liquida, Materia constante, Montevideo, Psicocuantico, Uruguay
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