miércoles, 28 de mayo de 2008

Las diez anécdotas de escritores que me impactaron. Héctor D’Alessandro

Las diez anécdotas de escritores que me impactaron. Héctor D’Alessandro

La atroz anécdota de que Blaise Pascal fuera encerrado parte de su infancia en un sótano a oscuras y con la sola ayuda de su propia mente “inventara”, sin saber que esta ya existía, la geometría euclidiana.

La impactante imagen que transmite Clarke en su biografía de Truman Capote de aquel niño dejado por su madre en la granja de las tías en el campo y como aquel espera y espera, mirando a la carretera, la llegada, algún día de su madre.

George Bernard Shaw contaba que su madre lo mantuvo hasta la edad en que triunfó como escritor y cómo esta le dijo que no se preocupara del qué dirán, que lo importante era que no fuese un “esclavo”, que fuera el hombre libre que necesitaba ser para escribir.

Balzac fundó una “fabrica de novelas” donde las producía a granel. Lo cuenta Stefan Zweig en Balzac; una biografía maravillosa.

Cortázar explicaba que si no se hubiera ido de la Argentina, no hubiera podido desarrollar todas sus posibilidades, que allí se sentía atado, sin entrar en más razones que esta, suficiente.

Horacio Quiroga sentaba a sus hijos pequeños al borde de un abismo para que se adaptaran al peligro y a la posibilidad de morir.

Onetti lee “El perseguidor” de Cortázar y a continuación, conmocionado por la lectura, da un puñetazo a un espejo; se hizo cortes no muy graves.

Boris Vian muriéndose en el estreno de la película basada en su novela “Escupiré sobre vuestra tumba”.

Rimbaud transportado moribundo con la pierna hinchada por las multiples gangrenas, escribe una carta donde dice “Ahora siempre llevo 100 mil francos escondidos en mi cinturón”

El relato, hecho por César Gonzáles Ruano, en su biografía de Baudelaire, donde cuenta que durante la revolución de 1848, el poeta, alborozado, recorre las calles con el pelo pintado de verde –muchos dicen de él que fue el primer punk–, con una escopeta en la mano, y que en los alborotos que se sucedían en París, se cruzó con Balzac por la calle y que al reconocerse se saludaron, siguiendo cada uno a lo suyo y Baudelaire mientras lo saludaba agitando la mano, señalaba a la escopeta y le decía a gritos al novelista “¡Tiré un tiro! Tiré un tiro!”

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