“Chamanes en Barcelona.”, por Héctor D’Alessandro
Desde que era un muchacho la gente decía "capta todo en el aire". Era un hecho objetivo, cuando él conocía a una persona a poco de entrar en contacto con la misma, captaba unas cosas ambientales a las que gustaba llamar "esencias". Por ejemplo, se le ocurría que la persona que estaba delante tenía una cara de miedo muy especial, como si fuera una niña y acabara de ver a la bruja nariguda y verrugosa de los cuentos de hadas. Por un fugacísimo momento veía en su imaginación a aquella bruja. Entonces acoplaba esa relampagueante imagen a la persona que tenía delante. Y veía el momento exacto en que aquella bruja había asustado a esta niña y la había dejado con esta cara de horror, inscrito para siempre en sus ojos y sus cejas y en un rictus mortecino de los labios.
Aquel pequeño trozo de los labios cobraba entonces una desmesurada, exorbitante importancia y pasaba a abarcar toda la escena. Había, en aquel fragmento de tejido, algo que no era ni de aquella mujer ni de la niña asustada ni de la bruja...
¡Ya está!
Aquel pequeño fragmento hablaba del futuro, estaba en el futuro. Por aquel mismísimo punto de la geografía de su cuerpo se había metido y ya se perfilaba la bruja futura; la nueva martirizadora de niñas.
Tenía que detenerla antes de que ocupara todo el campo de acción de esta persona.
Entonces se le acercaba con gesto untuoso, le tomaba las manos y le decía "Tranquila... tranquila... relájate...". Y, tenue, dirigía sus dedos enérgicos hacia aquella zona de los labios que se encontraban en el futuro. Los apretaba como si quisiera hacerle daño y pensaba para sí "¡Vete, bruja maldita!". Lo hacía con tal convicción interior que casi podía sentir el airecillo que hacía en el ambiente la brujita encogida al marcharse. Luego retiraba la mano pausada y tranquilamente. Entonces la chica que estaba frente a él decía: "No sé por qué, pero me siento más tranquila". Él decía sin que supiera de donde le venían las palabras: "tú te has criado con tu abuela, ¿verdad?". Y la chica, toda azorada, respondía: "¡Ay! Sí, ¿cómo lo sabes?". Y él pensaba: "menos mal, el daño no será permanente. Las abuelas simplemente enfocan mal su amor". Pero en cambio le decía: "y tu madre te venía a ver desde muy lejos los fines de semana". "Sí, sí, sí" respondía asombradísima la chica. Entonces él pensaba: "Bien, lo siguiente será aliviar los músculos alrededor de los ojos aguzados para avistar en la lejanía a la esperada madre y enderezar ese hombro vuelto hacia el sitio de donde viene y que en lugar de expresar amor expresa estoicismo. Como si quisiera decir llueva o truene yo estaré aquí esperándote". Mira a la chica a los ojos e inquiere: "¿Tú tienes dolores en el hombro izquierdo?". "Sí", corrobora ella. "Bueno, ya lo aliviaremos." "Gracias." "No me las des. Yo no hago nada. Todo lo haces tú." "Sí", dice ella, repentinamente ansiosa. "El hombro me duele hace muchos años." "Ya. Y, dime ¿en invierno duele más?" "Sí, sí. Ha de ser reuma ¿verdad?" "Puede ser", condesciende él y ve su pena cuando miraba anhelante hacia la carretera, en medio del frío y bajo una lluvia. El corazón congelado. Entonces, con un ademán decisivo le pregunta: "¿Te gusta la lluvia?". "Me pone enferma, me pone melancólica y triste, como nostálgica." "Ya, y te metes en la cama con un osito de peluche y lo acaricias y le mimas como si quisieras protegerlo de la lluvia." "Sí, exacto, eso hago. A mí me trae pensamientos de pena la lluvia porque pienso en los niños..." "Que están abandonados: bajo la lluvia." "No sé porqué me pasa eso. Es que soy así." "Sí, debe ser que eres así. A mí, en cambio, la lluvia me da alegría ¿sabes? Una alegría como un cosquilleo. Como una electricidad. Siempre me gustaron los relámpagos. ¿Has visto los relámpagos?" "Sí." "Son bonitos y misteriosos. Traen como un mensaje. Son como un alto, un fin repentino de la lluvia que anuncian el final próximo o lejano, esa luz tan especial que puebla los campos luego de una lluvia refrescante y renovadora cuando uno está al lado de una carretera esperando muy ansiosos a alguien a quien ama muchísimo y ve que éste llega tal como había prometido."
La chica suspira largamente, estira los brazos, sonríe, su mente está llena de poderosas imágenes que han brotado de su imaginación. "Sí", dice, sin saber bien porqué lo dice o si responde a algo en concreto o si debe decir algo y como se da cuenta de su torpeza ríe. La bruja del futuro ha muerto, barrida por una risa.
En ese momento él le entrega una pluma de ave de corral. Y dice: "Cuando te duela el hombro pon esta pluma ante ti y procura concentrarte en ella, no en tu hombro. Con el tiempo no necesitarás verla, sólo con pensar en ella te vendrá a la imaginación con todos sus detalles". "De acuerdo", contesta ella y algo curioso se le mueve dentro. Como si por un momento fuera otra persona y no ella. Se distrae de sí misma, no ve, entonces él la ve y comprueba que no ha fallado. Ha encontrado "su momento de ausencia feliz"; la puede ver, fascinada junto a su abuela, alimentando las aves del corral. Eso es su momento de gracia. Allí comenzará lo bueno.
Se da la vuelta y habla casi en un susurro al aire "vuelve a ella, vuelve para quedarte, niña feliz que alimenta pájaros". Ella sólo escucha como un murmullo incomprensible que le golpea de un modo nítido en alguna parte de su ser.
En ese momento vuelve a la realidad y guarda la pluma en el bolso con un gesto grácil. Ya tiene que marchar.
En su rostro, al despedirse puede ver el inexplicable contento. La acompaña a la puerta y la ve alejarse en dirección a la parada del autobús. La ciudad se cubre de un gris plomizo y en un tris comienza la lluvia; ella parece sentirse, momentaneamente, contrariada. Sus hermosos zapatos de piel se mojarán. Se refugia bajo un balcón y disfruta de unos momentos robados al horario de trabajo. Mira y oye la lluvia, respira hondo, hunde las manos en los bolsillos mullidos. Seguro que piensa en su pluma suave y delicada y un calor amable le llena el corazón.
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