La infancia de los titanes
Los "Titanes en el ring" eran unos héroes de pressing catch muy pintorescos que se aporreaban de un modo salvaje, sin parar, durante una hora, cada martes. Gabi nunca los había visto, tenía unos padres muy responsables que, al decir de una tía suya, "criaban a los niños según los libros y no de acuerdo a la naturaleza".
El caso es que a Gabi le estaba estrictamente prohibido verlos; sus padres tenían miedo a un despertar de la violencia en el niño. Esta desgracia parece que marcara el hado propio de Gabi. Todo aquello que a él le gustaba era motivo de condena por casi todos. En este caso los bandos extremos eran padres que crían a sus niños de acuerdo a libros y los que lo hacen de acuerdo a la naturaleza. Los primeros consideraban aquel programa como un incitador a la violencia y los segundos, que la agresividad no era propia de la naturaleza humana. Sea como fuere, todos los padres tenían un punto a favor del que carecían los suyos. La falta total de voluntad para hacer cumplir de modo inflexible una norma a sus hijos. Sus padres, lamentablemente, tenían esta escasa voluntad.
La nefasta conclusión, de hecho, para Gabi, era que cada miércoles, en el colegio, no se hablaba de otro tema que no fuera la impostergable y fabulosa lucha de los titanes de la noche anterior.
Gabi, a fuerza de escuchar a sus compañeros y gracias a alguna que otra publicidad que había visto en la tele, sabía todos y cada uno de los detalles de las luchas, el aspecto físico, las vestiduras, rostros y características psíquicas de los luchadores que participaban en aquel circense espectáculo feérico de "patadas voladoras", "dobles tomas traseras", "tijeretazos", "rodillas paralizadoras", "torniquetes", "piquete de ojos enceguecedor", "doble tumbo ensordecedor de orejas", "vuelta atrás del cangrejo" y "apretones momificantes".
Gabi sentía vergüenza por no ser igual a sus compañeros de colegio; si dijera que no le dejaban ver aquel programa, pensaba, se reirían de él y verlo era algo así como una marca generacional que, deseándola, no podía tener.
Cada miércoles en el tiempo de recreo del colegio, Gabi se acercaba sigilosamente a los diversos grupos de charlatanes que comentaban las hazañas de "Pepino el payaso", "El Caballero Rojo", "Tufí Memet" ("el que viene del desierto y en la mano izquierda trae mucha arena"). "
Entonces él también entraba en el juego y regodeo de comentarios, chanzas, múltiples asombros y maravilladas rememoraciones de la fabulosa "patada voladora" del "Superpibe" y el "abrazo mortal" de "
Nadie se percataba de sus engaños.
Él se sentía feliz de poder participar en algo que simbólicamente envolvía a todos y les hacía disfrutar.
Al mismo tiempo sentía pena de sí mismo; como si se dijera "soy un niño desgraciado que tengo que inventarme mis alegrías".
Hasta aquí llega este momento de la historia y este recuerdo. El caso es que pasados los años, Gabi se licenció en Historia y se orientó al estudio de la semántica de ciertos fenómenos históricos colectivos.
Un día, inopinadamente, cayó en sus manos un llamado a concurso y se decidió a presentar un ensayo sobre la semántica de ciertos fenómenos culturales de actualidad. Hizo un índice de aquellos sucesos más significativos y, más o menos inesperadamente, se encontró el folleto de una obra teatral en la que se recreaba aquel lejano mundo de los "Titanes en el Ring".
Cuando decidió ir a presenciar aquella obra se enteró que ya no la hacían más; que había sido muy exitosa pero que la semana anterior había sido retirada de las carteleras teatrales.
Se apenó y se lo comentó a distintos amigos. Hasta que una amiga le comentó "Yo la vi, puedo contarte cómo era y tú haces el comentario. Además tengo en la oficina la redacción original del proyecto pues me lo presentaron a ver sí les gestionaba una financiación".
Gabi no lo dudó, grabadora en mano, entrevistó a su amiga; quien, con todo lujo de detalles, narró cómo era aquella obra y todo cuanto había sentido al verla. Con su relato y los diagramas del proyecto original, Gabi trabajó toda una noche en la recomposición de aquel suceso y su posible interpretación semántica.
Esa noche soñó que veía a los "Titanes" en directo, sentado al pie del mismo ring donde se aporreaban a mansalva.
Al día siguiente consultó en la prensa reciente la duración de aquella obra en cartelera y los altísimos niveles de asistencia.
Él, una vez más, no los había visto. Algo se lo había impedido.
Presentó su trabajo a concurso y ganó el premio.
Hasta la noche misma de la entrega de galardones no recordó su antigua vergüenza y pena de colegial cuando no podía ver a los "Titanes" en televisión y tenía que simular que los había visto.
Cuando los comentaristas del jurado hablaban al público de las excelencias de su trabajo analítico estalló esta asociación en su mente y pensó, quizás con simpleza, que la historia se repetía. Alguien que quería participar en el ensueño semántico colectivo y no podía hacerlo; para poder hacerlo se inventaba su propia participación, simulaba sus propias emociones, y fingía su aceptación de los símbolos colectivos.
A la semana siguiente, un crítico literario de un resonadísimo semanario cultural destacaba con primores su puntilloso trabajo y ponía en un alto pedestal el capítulo destinado al análisis de la obra teatral que recreaba el micromundo de los "Titanes en el Ring".
"Una persona –decía– que no haya vivido con la fuerza, la intensidad y la maravillada mirada infantil todo aquel mundo televisivo de los "Titanes" no podría haber escrito tan brillantemente sobre estos temas."
Logró, una vez más, engañar a todos.
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