jueves, 5 de junio de 2008

En la madrugada. Héctor D'Alessandro

En la madrugada. Héctor D'Alessandro
Los pensamientos que tengo cuando me levanto en la madrugada para ir al baño son los más importantes para mi. Son como mensajes que me envío a mi mismo cuando me encuentro despistado.En ese momento todo transcurre en otra dimensiòn más verdadera, desprovista de defensas naturales. Suele suceder más o menos siguiendo una secuencia repetitiva, me levanto poco a poco, urgido por la vejiga, me despego de las sabanas pero sobre todo del cuerpo de Marina, adormilada y sujeta a mi brazo entumecido.
Despacio y en la oscuridad busco las zapatillas para desplazarme hasta el baño, procuro no encender ninguna luz para no molestarla. Una vez que salgo del dormitorio sí, empiezo a encender todas las luces que encuentro a mi paso, sobre todo si los pensamientos que en esos instantes me asaltan son lo suficientemente alarmantes. Estoy en un momento de mi vida -llegando a los cincuenta- en que no pienso que pueda haber un ladrón dentro de la casa o que un conato de incendio se está desarrollando en la planta baja; de un modo directo como un puñetazo, suele llegar a la superficie de mi conciencia y golpea allí como una piedra en una charca, el pensamiento sencillo y horrible, injusto, triste y denso, de que me voy a morir. Así, sin mas.
Cuando esto sucede, lo rumio mientras meo con el aparato en la mano y observo la larga meada que va golpeando contra la superficie del agua en la taza de water. No me hace sentir poderoso el golpe del chorro dorado, al contrario, lo utilizo para aturdirme mientras el sofocón del pensamiento reciente se va apaciguando.
Luego voy a la cocina y me sirvo un vaso de agua; suele llevarse consigo este tipo de preocupaciones. Allí me siento y miro la pared blanca, los mosaicos, los imanes en la puerta de la nevera, pienso en mis hijas durmiendo en la habitación, en Marina inmersa en la película de sus sueños y aprieto el puño mientras bebo agua y pienso que es injusto que estos pensamientos me asalten y no pueda hacer nada para vencerlos.
Me como una mandarina.
Luego, voy al lavabo otra vez y me lavo los dientes y me enjuago, más por ocuparme en algo que como medida higiénica; para ver si todo esto pasa de una buena vez.
Por lo general, antes de volver a la cama, paso a ver a las niñas, las beso y les acaricio el cabello y les deseo que no sufran los martirios que yo padezco; luego, una vez en la cama, rodeo a Marina con mis brazos, gime en sueños, la beso en el cuello. Ella me golpea con cariño la mano sobre el dorso, como si adivinara mis pensamientos, y no es descabellado pensar que los conoce, y lo hace, el golpearme, como si me dijera "calma, tranquilo, ya pasará".
Y siempre pasa, por lo menos cuando se trata de pensamientos, pero lo que sucedió la otra noche no había sucedido nunca. Me desperté y tomé con gran energía una bocanada de aire; me levanté para ir al baño y no me podía quitar de encima cierto aroma. En el lavabo me lavé las manos y la cara, y no contento con esto me eché colonia para ahuyentar aquel olor. Volví a la cama y preocupado rodee a Marina y me apegué a ella. Fue entonces que me di cuenta sin remedio de la procedencia del aroma. La cabeza de Marina olía. Olía a humedad, a humedad antigua, a toalla mojada de días, a oxido de hierro y a maderas putrefactas en un cuarto de herramientas de jardín, a medicamento vencido, a suciedad antigua, a rancio, a una serie o colección de aromas que me alejaban del pensamiento horrible y necesario. Olía a putrefacción y muerte. Olía a vejez. La muerte había comenzado a trabajarla y yo lo sabía; recuerdo que pensé, sin que viniera a cuento, "morirá antes que yo". Y luego pensé: "siempre sucede igual, con mis padres sucedió así. Con mis amigos, con mi ex. Así sucederá una vez más". Y un casancio anticipado entró de pronto en mis huesos; vi toda la película pasar otra vez como si fuera un mecanismo conocido. Hospitales, tratamientos, empeoramiento, agonia y muerte. Y el dolor, siempre el dolor y el cansancio.Pero ahora, era diferente, antes yo podía pensar que eso le pasaba a los otros, ahora estaba implicado, ahora no podía evitar que aquella mala nueva de la vejez había comenzado también para mi.
Me costó volver a dormir y cuando, al día siguiente, me levanté, me sentí pesado y espeso y quizás también un poco sabio pero de una sabiduría penosa.
Si antes lo sospechaba, ahora lo sabía con certeza, la certeza más estúpida y postergada: voy a morir, aceptar esto me permitirá dormir tranquilo, mientras no lo haga ya sé lo que me espera: malhumor y resentimiento, rechazo y Marina preguntando qué te pasa, porqué te alejas de mi, y yo diré que no sucede nada, que no es verdad que me aleje, pero ya no querré despertarme por la madrugada; creo que beberé pocos líquidos antes de ir a dormir. Sí, eso es lo que haré y diré que el médico me lo ha dicho. Decir eso es la mejor manera de no hablar.

1 comentario:

Gizela dijo...

Gracias por la invitación.
El relato..buenísimo, lograste ponerme "la carne de gallina"
Pero como todos nos iremos, tarde o temprano, lo único que nos queda, mientras estemos, es vivir, pero de verdad, olvidándonos del "sobrevivir"
Lindo blog, gracias de nuevo
Gizz

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