miércoles, 11 de junio de 2008

Las que gobiernan el Olimpo. Héctor D’Alessandro

Las que gobiernan el Olimpo. Héctor D’Alessandro

El férreo (nunca mejor aplicado el término) Ares estaba inmerso en una orgía de mortal actividad, matando a diestro y siniestro, pero lo que no sabía era que Palas Atenea y Hera andaban conspirando en el Olimpo contra su actividad. Ya bastante tenía el viejo Zeus con llevar la égida como para que encima estas dos harpías estuvieran el día entero llenándole sus olímpicos oídos con intrigas.

–¡Dejadme! ¡Dejadme de una vez! ¿No veis, acaso, la faena que tengo con llevar la égida? ¡Qué ganas tenéis de tocarme las olímpicas pelotas!

Pero a ellas nada las detenía, para algo habían nacido con la capacidad de dormir menos que los hombres, mayor resistencia al dolor y una fuerza concentrada en el objetivo a largo plazo; súmenle a eso el aburrimiento infinito que implica la inmortalidad. La enorme perspectiva que da esta a largo plazo explica buena parte de la incesante crueldad y la brutal arbitrariedad de sus muchas decisiones.

Al fin, el viejo Zeus, que movía todos los hilos, cansado de las quejas de Hera, accede a darle un grato consejo. "Aguijonea a Atenea contra Ares; ella es quien tiene la capacidad de inferirle mayor dolor".

Hera no lo piensa; va para allá y cumple el consejo de Zeus.

Influida por Hera, Atenea ayuda a Diomedes en un enfrentamiento con el dios Ares.

Lo hiere de tal manera que este brama de un modo tan descomunal que todos los participantes en la guerra se detienen un momento en su actividad, atemorizados.

Herido se marcha, furibundo, al Olimpo, hace oir su queja ante el padre Zeus; como no es tonto y se da cuenta de las cosas, le recrimina porque no detiene a las diosas que conspiran contra él y le impiden su divertida actividad. Zeus le pega una reprimenda, no sin dejarle claro que lo aborrece como hijo por las negativas características que posee. Luego manda a Peón que lo cure con drogas calmantes.

Ares se sienta a la mesa con su padre ufano.

Está en calma.

Las chicas, al otear tanta tranquilidad, vuelven a la mansión olímpica.

Cuando quieras conquistar la voluntad del dueño de casa, busca a las chicas de esa casa.

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