sábado, 14 de junio de 2008

Encuentros. Héctor D’Alessandro

Encuentros. Héctor D’Alessandro

Se encuentran en medio de la batalla Glauco y Diómedes. No nos priven los dioses de tal despliegue de sociabilidad. “Yo a ti te conozco de algo.” “Tu dirás.” Empieza tu; no, comienza tu. Que porqué me preguntas por mis antepasados, que si guerreas o estudias. Total, para qué le voy a explicar al erudito lector la que se nos viene encima, si ya lo sabe. Diomedes sale con aquello de que en el mareo inconmensurable de la batalla, no le gustaría herir a algún guerrero y a raíz de ello acabar enemistado con los dioses. (Aquello de los buenos contactos en las altas esferas.) Pero no se priva de aclararle que, como no sea un inmortal, que vaya pasando nomás que le va a abreviar su perdición, y otras lindezas de este tipo.

Glauco no se queda atrás, que porqué me interrogas acerca de mi abolengo que justamente es aquello a lo que menos importancia le otorgo en esta vida y que no hay diferencia alguna entre las generaciones de hombres y las de hojas de los árboles. Para salir luego, –las raíces del árbol genealógico tiran– con aquello de que si insistes, te voy a explicar quién soy y de quién procedo. Y pasa a hacerle una reseña detallada de todos sus antepasados, poniendo especial énfasis en la de muertes que le han infligido a otros. Que si mi abuelo mató a la Quimera, que si mi padre es mas fuerte que el tuyo, que una vez viniendo para la casa y sin otra cosa que hacer, sólo por entretenerse, mató a tal y a cual, y así por un rato.

Tanto, que a uno le da por pensar: en cuanto termine de jactarse de su linaje matador, el tal Diomedes le va dar una somanta de palos que lo va a dejar para el arrastre.

Pues no.

Cuando termina, y puede que aquí esté, como dijo un amigo mío, “lo bonito”, Diomedes entierra la lanza en el suelo y le viene a decir más o menos algo así como que “ya sabía yo que te conocía de algún sitio. Tu comiste en mi casa una ocasión en que el divino Eneo hospedó en su palacio al eximio Belerofonte y tal y tal....”

Para qué los voy a cansar con la retahíla de frases que se dicen en circunstancias parecidas, sobre todo si quienes las dicen son hombres poderosos.

El caso es que hicieron un arreglito entre ellos, en honor a su pasado amistoso, que Homero lo cuenta sin que quede claro si el arreglo es público o privado. Se estrechan las manos y acuerdan no embestirse entre ellos durante la refriega.

Como para justificarlo, uno le dice al otro “con la de troyanos que aún me quedan por liquidar y con la de aqueos que todavía puedes matar” no nos vamos a andar perjudicando entre nosotros y privarnos de tamaña diversión.

En fin, como dijo otro poeta épico: “entre bueyes no hay cornadas”.

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