martes, 3 de junio de 2008

Peter Sloterdijk define la misión del escritor.

Botho Strauss, novelista y dramaturgo alemán publicó en los noventa un artículo en el que abordaba fenómenos intocados en Alemania “el nuevo culto a la nación, las loas a la sangre” Hizo “reaparecer estos temas” en el panorama alemán “teñidos de tonos positivos” En ese texto “`pueden encontrar ideas de este tipo: nosotros consumidores superficiales, estamos muy lejos de comprender ya que en otras épocas y en otros lugares se haya sacrificado sangro por la Nación o por otros grandes “ideales”.Esta visión no es tan inofensiva”. Las comillas son palabras del filósofo de origen gallego Carlos Oliveira y son palabras dirigidas a invitar a hablar al filósofo Peter Sloterdijk, quien responde lo siguiente:
Pero es que la misión de escritor no es ser inofensivo. Tengo la sensación de que hemos dejado de comprender qué es un escritor y qué es lo que hace si realmente se consagra a su trabajo. Los escritores son experimentadores, su trabajo consiste en seguir la pista de esas sustancias peligrosas llamadas temas, los temas profundos de su época. Estos temas son procesados, descompuestos, filtrados, invertidos, recompuestos. Se trata, eo ipso, de un trabajo arriesgado, no se domina ningún problema sólo pertrechado con buena voluntad. Cuando leo las tesis de Botho Strauss acerca de los sacrificios de sangre, me parece evidente qué es lo que está haciendo. El organiza un experimento en torno a la siguiente pregunta: ¿qué es la Realidad para el que lleva a cabo un sacrificio, y qué no es para nosotros? ¿Qué es lo que comprendemos de todo esto y qué es lo que no? ¿Qué es lo que nos pasa cuando no comprendemos esto? Y si no le he entendido mal, él en realidad no aboga porque se cultive entre nosotros un nuevo espíritu de sacrificio, sino que se pregunta ¿Qué significa vivir en una época y en un mundo que, en términos generales, han dejado de ser interiormente sensibles a todo lo que era duro, pesado, insoportable, cruel, y, en determinadas circunstancias, inevitable? ¿Para qué tenemos escritores si no están dispuestos a formular estas preguntas y a sondear estas inquietudes? Ellos tienen la obligación de explorar las obscenidades, las zonas de penumbra, de desplazar y manipular todas las sustancias explosivas de las que huye la conciencia cotidiana. Es un peligroso síntoma de decadencia en la opinión pública el hecho de que hasta los críticos, eso es, los intelectuales mediáticos, hayan dejado de comprender qué es lo que hace un aturo cuando experimenta y pone a prueba los aspectos explosivo de las materias peligrosas. (...) Los autores altamente cualificados hacen y dicen cosas inauditas, difíciles de oír, experimentan con tesis viejas y nuevas en el terreno lógico y estético, ponen a prueba sus tomas de posición, les es propia la tortura y la libertad de forma, dos factores que aparecen indisociablemente unidos, habida cuenta de que la conquista de la libertad en la forma es la mayoría de las veces la otra cara del sufrimiento. Un autor es un laboratorio para piezas más complejas, para ideas poco practicadas. Su interior sirve como un espacio experimental en el que se testan y malean materias temáticas especialmente virulentas, entre ellas, sustancias de alto contenido tóxico. Existe una relación directa entre la grandeza de un autor y la peligrosidad de las materias temáticas que procesa y domina. De lo inofensivo sólo brota lo inofensivo, de lo peligroso brota el pensamiento, y cuando el pensamiento encuentra el punto exacto de la forma, surge el momento artístico. El autor que nos es útil es el autor que se contamina él mismo con las materias con las trabaja, este planteamiento no ha cambiado. Kafka, Hans Henny Jahn, Benn, Musil, Broch, todos los grandes del siglo XX, también han sido maestros del pensamiento peligroso.

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