De pequeño me llamaban chino en mi barrio algunos niños que me encontraban ciertos rasgos de esta antigua y sabia raza. Gracias a mi padre me enteré que más tarde o más temprano "dominarían el mundo" -él utilizaba este lenguaje- puesto que segun el mismo lenguaje spengleriano y derechista europeo de fin de siglo XIX, el día que China despierte, el mundo temblará. Gracias a mi papá visité en el Parque Rodó la estatua dedicada a Confucio y pude enterarme quien era y qué había hecho de importante. Escribi sobre esto y sobre el I'Ching y lo publiqué en Buenos Aires en 1986. Luego supe sucesivamente quien era Lao Tsé y qué era el taoísmo, y quién Mao Tsé Tung, un día me puse a estudiar chino, esa fiebre me duró poco y no sé si retornará, la sustituí por mi amiga china Hong Yang, en quien abracé al hacer el amor con ella, nada menos que la quintaesencia de la cuarta parte de la humanidad y siete mil años de sabiduría. Aprendí un modo radicalmente diferente de relacionarse con las propias emociones, una sabiduría incluida en la memoria de la raza y de las celulas. Amo a China, amo a los chinos, amo su sabiduría, amo a las chicas chinas y si creyera en la reencarnación me pediría nacer allí y llevar una vida china.
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