Mis amigas eran las reinas de las pelotudas,
no iban a clase para leer a Nietzsche o jugar al bowling.
Tenían conmigo un pacto secreto, despreciaban
las costumbres aceptadas, bostezaban en sociedad
para la foto, no comulgaban en las fiestas marciales
de la patria de mentiras.
Se masturbaban a oscuras de noche
en los parques y fingían llamar al gatito perdido
cuando les venía el orgasmo.
Siempre estaban ahí, en la cofradía secreta, no
sabíamos exactamente qué era la patria pero
si sabíamos que fuere lo que fuere no era la tele,
Que la tele era para memos, atormentados, bufones
baratos, putas deshonestas y retrasados mentales.
Sabíamos eso, y era como un juramento.
Cuando nos mirábamos a los ojos tal vez no nos
contáramos todo, pero nunca nos mentíamos.
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