"Una vez, hace muchos años fui a una charla que brindaban dos malabaristas norteamericanos que intervenían en una actuación teatral, uno de ellos sólo tenía la función de deslizar a lo largo de su brazo en la oscuridad del escenario una bola que tenía luces dentro, ese bamboleo armónico de la bola, su ir y venir hipnótico, me hizo darme cuenta que estaba ante un relato, ante una historia, un ciclo esférico común de ida y vuelta, un ritmo cardíaco que me arrastraba a acompañarlo y cuando dejé de pensar todas estas cosas me sumergí en una ola inacabable de ternura, ternura, mucha ternura, ternura dulce y ternura triste, ternura algodonosa y ternura infantil, ternura limpia y recién planchada, cuando quise acordar me había ido en un viaje interior de recordación de lo mejor de mí y había estado sin darme cuenta en otros mundos. En ese instante,el otro actor rompió la oscuridad y dio un grito, una gran masa de sabiduria de las sensaciones se apelmazó en algún rincón dentro de mí y supe que yo quería comunicarme de ese modo".
Héctor D'Alessandro
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