El colegio de Nuestra Sra. de los Idiotas.
Cuando me anotaron en el colegio yo no quise concurrir. Preguntaba: ¿para qué voy si papá ya me enseñó a leer y a escribir? "Porque hay que ir", me respondían. ¿Para qué? "Para aprender". ¿Para aprender qué? "Las cuentas". Pero si yo las cuentas ya las sé hacer". Nada, no había manera. El último argumento de mi madre fue: "tu ve y haces como que aprendes y repites lo que ya sabes, y verás que te va muy bien". Le hice caso, y al tercer o cuarto día ví y oi con regocijo que se dedicaban a "golpear y rebotar conjuntos de consonantes y vocales entre sí". Así le llamaba yo a "rimar", y pensé que después de todo podía resultar divertido, la maestra decía y repetía "mamá me mima", "el oso es cariñoso" y a mime entró como un brío poético y sin poder aguantarme exclamé "¡cómo quema la cama!"
La maestra puso cara de desconcierto y obligó a los niños a sentir lo mismo que ella con una mirada conminatoria, me dijo que yo era un maleducado. Y yo, que sabía cuál era la definición de esa palabra y qué tipo de acciones implicaba, le respondí: "No, no soy un maleducado, sería un maleducado si le dijera a usted que es una idiota, algo que no hice, ni pienso hacer".
Y ella con un bofetón me confirmó que se lo dijera o no, mi juicio era correcto y en el colegio aquel me iba a volver un maleducado de verdad y un idiota, por lo que debí desarrollar unas fuertes defensas psíquicas para preservarme.
Héctor D'Alessandro
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