Era muy conocido el método de Néstor de poner filas de valientes al frente de sus batallones y filas de valientes cerrando los dichos batallones. En medio, rellenaba con la inmensa masa de cobardes; de esta manera lograba que los remisos carentes de valentía aún a su pesar lucharan. En definitiva: los valientes, por su propia virtud, eran conducidos a la muerte los primeros, los cobardes servían de escudo protector de la última fila de valientes. Cuando el enemigo entraba a degüello los últimos eran los únicos en salvarse. La primera tanda de locos valientes moría encarnando su propio ideal de vida; se liberaban del dolor de vivir liberándose del personaje que encarnaban. Los cobardes pasaban por distinta suerte: unos vivían y otros morían; los primeros como efecto de la involuntaria labor protectiva, los segundos por el fallo de los valientes en cumplir con el papel asignado. Los valientes de última fila, en cambio, volvían a casa con pocas lesiones, si tenían algún amigo enrollado que les surtiese, como dice Homero, drogas calmantes, lo tenían muy bien. Un retiro involuntario les permitía vivir una vejez regalada con la imagen a salvo y limitaban el ejercicio de la cobardía al ámbito privado. Por ejemplo, encargando a un profesional las labores de bricolage en el hogar con el objetivo de mantener oculto el miedo que les provocaba el hacha de doble filo o un martillazo en el dedo de esos que te deja la uña negra.
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