El soldado herido regresa a su tierra. Los escozores nocturnos y los dolores se irradian cada vez con mayor fuerza. Hay noches en que no puede dormir. Recorre las calles de su ciudad natal poseído de in instinto asesino. Las imágenes de Troya vuelven una y otra vez a su cerebro atormentado. Al final, su corazón clama por un buen amigo comprensivo. Un amigo como Quirón quien, según Homero, entendía la situación y veneraba la amistad regalando a quienes quería con drogas lenitivas del dolor.
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