Busco novia que me deje.
Yo siempre me buscaba novias que acabaran dejándome;
las prefería de este modo porque así me ahorraba los malos tragos del momento
de la ruptura. No me gustan las cosas para siempre; y el caso es que desarrollé
un extraordinario sexto sentido para captar a aquellas mujeres locas por tener
una relación que en algún momento acabara; y de entre esta clase de mujeres me
llamó mucho la atención unas en concreto —sólo conocí a dos— que desarrollaban
un método extraño para que concluir, y ese método consistía en que veían mal
todo lo que yo hacía, hablaban mal de mí con sus amistades durante toda la
relación y en términos generales percibían elementos en mi personalidad que
hacía imposible la relación e imposible el soportarme y con un tono tomado de
las películas me anunciaban aquello que yo deseaba escuchar: “Mira, yo veo que
contigo no tenemos un futuro”.
A veces yo no
podía evitar dar rienda suelta a mi alegría interior antes tamañas profecías y
decía cosas como “bueno, al menos tenemos un pasado”. Yo creía que decía estas
cosas tan desagradables en un momento al azar pero no, el inconsciente humano
posee una sabiduría ancestral que funciona de un modo automático y muy preciso.
Cuando yo soltaba algo del tamaño de “al menos tenemos un pasado” o “siempre me
pregunto si alguna vez hemos tenido algo”, se desataba un mecanismo preciso en
un momento preciso que yo pude observar sólo luego con la perspectiva temporal.
Ese mecanismo que se desataba funcionaba más o menos así: la chica se había
atrevido al fin a plantear aquello tan dificultoso de decir que es ¿tenemos un
futuro? Llegar a pronunciar esas palabras a todas luces le había costado un
esfuerzo emocional titánico y muchas noches de insomnio; en ese momento ella lo
que deseaba es que yo intentara argumentar o luchar para demostrar que sí lo teníamos
y sólo con el objeto de negarme toda posibilidad de futuro, con el objeto de
negar cada una de mis argumentaciones, razonamientos y visiones. Yo le ahorraba
el trabajo y le infería gratuitamente un daño adicional, negaba, puesto a
trabajar, todo nuestro pasado. Es insoportable estar con alguien que te está
anunciando todos los días con el tono de voz amenazador de alguien que te pone
la pistola en la sien; pero más insoportable es que te nieguen todo lo vivido
porque niega que hayas sentido y en cierto modo y en ciertos grupos esto es más
o menos como negarte tu carácter humano, un carácter muy preciado en según qué
lugares y ambientes. Digamos que la jugada de este ajedrez emocional al que jugábamos
consistía en que le otra persona intentaba ponerme a justificar mi futuro y yo
la ponía en la situación más irritante de tener que justificar su pasado; como
si ellas se propusieran lograr que yo hubiera estado enamorado de ellas en el
pasado. Ponía yo, además, un sonrisita cabrona del tipo “no lograrás cambiar el
pasado”. Se puede afirmar que éramos dos enfermos en esa relación: ella me
negaba la posibilidad de alcanzar cierto nivel que ella arbitrariamente
determinaba y yo no sólo pasaba de ese nivel sino que negaba toda experiencia
pasada, negaba sus emociones a tal grado que ella se pronunciaba en frases de
este tipo: “Estás negando lo que sentimos”. Y ahí, notoriamente, me incluía en
una asociación idílica. Ellas no me aceptaban tal y como era y yo las negaba de
plano.
El resultado
de todo esto era que ellas, de cazador pasaban a convertirse en cazadas, como
si toda la aceleración que traían para hacerme daño diciéndome que yo no estaba
a la altura d sus promisorio futuro las continuara impulsando para seguir por un
camino de justificación y búsqueda de razones que venía a decir “nosotros sí
tuvimos un pasado”. Ya continuación comenzaban a intentar convencerme con
nuevas experiencias de que sí teníamos elementos armónicos comunes; se
entregaban a la creación de nuevo pasado positivo, y yo las dejaba crearlo
intentando no resultar muy expresivo ni convincente en mi participación. Ellas
creaban pasado de modo compulsivo y yo básicamente no creaba nada, que es lo
que suele hacerse cuando uno está contemplando el momento presente; yo no
acumulaba karma. Bueno, esto del karma es una broma de mal gusto a costa de mi
propia vida emocional, claro que lo acumulaba, mi vida era una mierda; pero yo
no me especializaba en herir a mi compañera porque sustancialmente acepto a las
personas. Todo era en realidad una puta manipulación, pero yo no sabía cómo
salirme del juego. Yo sé que ellas a mí me querían, me adoraban y sobre todo me
admiraban y sé asimismo también que algo compulsivo dentro de ellas conspiraba
contra mí a pesar de ellas mismas, algo dentro de ellas quería verme
destronado, fracasado, hundido, amedrentado, sucio, ilegal, con algo escondido,
humillado, despreciado. En resumen: ellas querían demostrar que yo no valía la
pena. Y al conocerlas, detrás del labio fruncido seductor, de modo inmediato vi
eso, como un cartel escrito en la frente y algo en mí muy adictivo tuvo una
erección y sintió que se lo iba a pasar bien con estas chicas y decidió que
valía la pena pagar el precio de la entrada porque prometían momentos de gloria, puede que tardaran más o menos en
demostrarse a sí mismas que yo era una mierda pero mientras lo lograban yo
disfrutaría de sus compañías respectivas; dependía de mí y de mi capacidad de
dosificar la entrega de mis virtudes ocultas. A cada nueva virtud secreta,
ellas tendrían un nuevo enemigo a derrotar, un nuevo farsante por
desenmascarar. “Este hombre no puede ser tan bueno, algo oculto tiene, yo
demostraré que no vale nada”. Esas parecían sus consignas. En algunas ocasiones
a mí me alcanzaba con fingir ocultar algo para que ellas picaran. El tamaño de
su deseo por demostrar que el mundo es malo y la gente peor era tal que
sospechaban en mí todo tipo de bondades a derrotar naciendo y multiplicándose en
mí como las cabezas de la hidra.
Una de
ellas se había inventado una suerte de complejo psíquico por el cual no podía
estar con ningún hombre; no sé si porque competían con su insuperable padre o
no, pero el caso era que había que escuchar cátedra a diario sobre las virtudes
de su padre. Un tipo autoritario y gritón que pretendía usar su tiempo de vida
para hacer triunfar los valores de la iglesia católica en unión de unas concepciones
más bien animales sobre el sexo reproductivo y ya que estamos con la metáfora
animal podríamos decir que propugnaba un cierto pastoreo perenne de los mismos
animales durante toda una vida juntos. Un tipo que sufría además por sus hijas
y por su mujer, o sea, alguien que siente lo que los otros y nunca sabes que
siente él mismo. Mi novia hablaba pestes de este hombre, a quien consideraba
muy retrógrado, y decía que por eso ella propugnaba la unión libre, que nunca
crearía un esperpento de familia como la de su padre. Esta era la parte que a
mí me convenía, luego venía la parte de la argumentación fuerte, que era cuando
decía que debido a que se había jurado a sí misma no unirse con nadie, no
podría hacerlo para siempre conmigo tampoco. Y finalmente venía la parte
totalmente compulsiva: el momento en que empezaba a encontrarme todo tipo de
defectos que me hacía repugnante a los ojos de su dios anti matrimonial y para
encontrarme defectos comparaba mis actos con los actos intachables moralmente
de su padre, a pesar de que el pobre, según ella, viviera en el error.
Este era el
momento en que mis risas se debatían con los asaltos interiores de mi propia
rabia ante el visionado de tanta estupidez. Pero la ficción me volvía idiota a
mí también. No podía decirle lo que realmente pensaba porque entones ipso facto
me declararía fuera de todo tipo de relación ella. Y yo quería prolongar
aquello todo lo que pudiera aguantar. Como se puede apreciar, era claramente un
tipo de relación bastante tortuosa puesto que se quiere en ella lo que no se
quiere y se detesta aquello que se quiere.
Quizás yo
fuera un tipo bastante obtuso o sólo demasiado joven, el caso es que no podía
pasar del odio al amor con tanta facilidad y si alguien me hablaba durante
horas y horas del auténtico desastre que era otra persona, aunque fuera su
padre, yo no lograba hacer ese viraje del cambio de opinión con tanta
facilidad. Yo tenía libertad de juicio para juzgar a mi familia y posicionarme
en un extremo o en otro y moverme o no; pero no lograba comprender a mi novia
cuando luego de quejarse toda una tarde sobre lo mal que lo pasaba
emocionalmente cada vez que tenía un encuentro nocivo con su padre soltaba muy
suelta de cuerpo que esa noche iríamos a cenar con aquel hombre tóxico. Mi cara
de pasmo y asombro se debía poder contemplar con extremada claridad porque me
decían de inmediato cosas como “no me pongas esa cara de pasmado, es mi padre”.
Íbamos entonces a cenar con el mentado señor y yo lo pasaba fatal, con
retortijones en el estómago; quizás en cierto modo yo era un abanderado de
aquella frase absurda que dice “lo enemigos de mis amigos son mis enemigos”. Me
lo tomaba muy a pecho; aunque también había cierto resquemor de competencia, en
el fondo aquellos señores, padres de mis amadas, eran el amor de su vida, el
hombre más admirable, etc, y claro, yo no soportaba la competencia. Y ellas lo
sabían con lo cual se tomaban venganza de mi borrado general de nuestro pasado
en común haciéndome aguantar a aquellos tipos execrables que yo jamás habría
escogido como amigos por propia voluntad.
Debo
reconocer a esta altura que de entre las chicas que siempre escogí para que me
dejaran, estas dos fueron las que emocionalmente más caro me lo hicieron pagar,
una incluso llego a poner la foto de su papá en nuestro dormitorio, no la foto
de sus padres, no, la foto de su padre mirándonos fijamente mientras teníamos relaciones
sexuales. Recuerdo que llegué a casa y entré a la habitación que teníamos decorada
con muy buen gusto y desde un ángulo, en concreto desde el ángulo de la
sabiduría, según el feng shui, nos observaba aquel caballero catalán con una
cara de orto insoportable. Aquello me desbordó por completo, ella reía con una
risa loca y cantarina, me estaba poniendo a prueba y era consciente de ello. El
caso es que tras los tres primeros tragos de veneno que tuve que pasar logre
componer mi rostro y mentalmente me imaginé algo imposible, imaginé que aquel hombre
repugnante participaba en una orgía con nosotros, que me daba por el culo a mí
y a su hija; y en medio de nuestra actividad, ella se percató de que algo iba
muy mal según sus predicciones porque de pronto paró toda intensa sesión de
sexo y me dijo ¿Qué estás haciendo? Yo me hice el pelotudo y le dije: “sexo”. Y
ella: “no, mentalmente qué estás haciendo”. Y yo: “te tengo a ti incrustada en
cada una de mis neuronas”. Y ella: “no, hijo de puta, no, tú estás haciendo alguna
cosa con tu puta mente de pervertido que me está haciendo sentir fatal”.
Entonces llegó mi momento: “quizás, sea, cariñito mío, que al haber puesto el
retrato de tu amado padre allí te perturba de alguna manera”. Me dio un tortazo
y me repitió que era un hijo de puta. La hipocresía funciona así, suele ser
proyectiva. La gente está todo el tiempo haciéndose cosa y negando hacer cosas;
sólo pueden ver lo que los otros supuestamente les hacen.
Entonces yo
decidí que ya estaba bien, que yo me iba a correr dentro suyo, porque me lo
merecía y que ella iba a llegar al colmo del asco. Como ella estaba sentada
expectante al borde de la cama a ver cómo continuaba la cosa, yo me levanté y
me dirigí al ropero y saqué un paquetito pequeño que traía en un bolsillo —ese
día me había regalado unos gemelos en la oficina— y los llevé a mi mesa de
noche, los coloqué dentro del cajón. El movimiento fue demasiado intenso para
ella; quizás la estaba cagando justo un día en que yo le traía un anillo de
oro, quién sabe. Todo esto me daba asco profundo asco en el fondo y nuestro
comportamiento me parecía el propio de los perros luchando por un hueso seco;
disfrutaba sin embargo de antemano sólo de imaginar el chasco que se iba a
llevar y la profunda y destructiva rabia que se le iba a instalar en medio de
su delicado estómago. Me dí la vuelta y empecé a mirar hacia la ventana
mientras con la mano acariciaba su espalda a modo de señal de acercamiento.
Se levantó
y se dirigió al cuadro, gimió un poquito en el camino, descolgó el retrato y lo
sacó de la habitación, lo llevó a su estudio y una vez allí incluso lo guardó
dentro de un cajón de su escritorio. Pasó por la cocina a buscar un vaso de
agua, volvió a la habitación muy despacio y lentamente, se acercó a la cama, se
acercó a mí por detrás y me abrazó, pronunció un “discúlpame” y se quedó allí
aferrada. Lástima, pensé, que yo sea en el fondo tan flojo, me corrió una
lágrima por la mejilla, ella entonces empezó a chupármela con intensidad y golosa
pasión; creo que en ese momento me estaba convirtiendo en su imaginación en un
macho, su macho alfa, o algo así. Si yo fuera un perro en ese momento, una vez
expulsado el retrato del antiguo jefe de manada, debería haber meado todo el
límite de la habitación, para que no entrara de nuevo esa nociva energía
adversa. Recuerdo que en ese momento pensé que aquel acto de afirmación,
marcaje de límites, dominio y sumisión, me aseguraba un año más de relación;
pero se ve que calculé mal o el precio que ella exigía era alto porque sólo
duró ocho meses más. Era agotadora, requería continuas reafirmaciones
simbólicas de que yo estaba a la altura y de que había futuro para nosotros. El
final sobrevino e manera inesperada pero no por ello menos “kármica”, digamos.
Su padre
murió y el día del entierro aquel hombre subió miles de puntos en las
cotizaciones emocionales; en medio de la orgía devota, recuerdo que ví entrar
en la sala del velatorio al que sería mi relevo, y lo supe, supe que aquel tipo
vestido como un dandi, con aire insolente, adinerado, fresco, intenso y al
mismo tiempo salvajemente sexual me iba a sustituir en el corazón de mi
insaciable amada. Supe por un momento que hacía tres años, a mí también se me
veía de aquel modo y al pensar lo decaído que estaba en ese momento, brilló en
mi cerebro un destello demoniaco, una luz que me mostraba el futuro de aquel
desgraciado. Me sentí aliviado y tranquilo; ella se puso muy inquieta, movía el
culo en el asiento, a mí me recordaba a las hembras de papión ofertando el trasero
al nuevo macho dentro de la manada y en cierto modo me excitó sexualmente.
Cuando sentí mi erección, ví que mi amada me miraba con reproche y yo miré al ataúd
y pensé “que te den”. Por primera vez en mi vida mi aguja sensoria estaba
funcionando como un indicador de presión e indicaba el fin y a la vez el
momento de arrancar de nuevo. Mi amada me pidió que la acompañara al lavabo,
fuimos y allí me hizo el amor con pasión desmesurada, yo no sabía si la
excitaba más el contexto que aquel nuevo hombre, pero la verdad es que me dejé
usar, estaba empezando a sentirme libre. No tenía que realizar ningún enroque
ni ninguna figura extraña del mundo emocional; no tenía que hacer nada. Y
durante el trayecto hacia el cementerio una sonrisa comenzó a dibujarse en mis
labios.
Ante la
tumba de mi suegro, la hermana pequeña de mi amada me miraba con una sonrisa de
complicidad, no sabía yo qué disfrutes internos estaba experimentando aquella
niña pero seguro que eran de algún orden emocional complejo. Se acercó a mí y
me agarró del brazo libre y me acariciaba la mano. Mi amada la miraba con
cariño y aceptación; probablemente era la única mujer que permitía acercar. El
dandi nos observaba desde lejos, inquieto y con una curiosidad ansiosa, pude
leer en su mirada la envidia por mi suerte entre aquellas dos mujeres.
Mi cuñadita
se acercó a mi oído y me dijo “gracias por ser tan buena persona”. No sabía si
decirle “de nada”; entonces la besé en la mejilla. Mi amor se soltó de mi brazo
para ir a saludar al dandi amigo suyo de toda la vida, y su manera de soltarse
acabó de confirmarme que nuestro fin se acercaba; que un día cualquiera de
aquellos ella pronunciaría al fin las dichosas palabras que comienzan con la
fórmula “tengo algo que decirte”.
Y si bien,
para esa ocasión yo ya sabía qué tenía que hacer: explorar las posibilidades de
extender el plazo para el final si asomaba cualquier posibilidad, o fingir
estar totalmente de acuerdo en concluir ahora mismo, con el objetivo real de estirar
la relación; generalmente las mujeres de mi vida cuando me muestro de acuerdo
en terminar ahora, entran en lucha y me dicen cosas como “Pero, ¿cómo? ¿Y te lo
tomas así de fácil? Ya está, ¿no hay más nada que decir? ¿No tienes ningún
interés en arreglarlo o en luchar por nuestra relación?” Y cuando ven que la
respuesta es un “no” absolutamente aséptico, una de dos: se tumban en el sofá o
en la cama, lo que tengan más a mano y se ponen quejumbrosas, y luego de un
rato de lloriqueo pasan al ataque con intensidad. Si les pasa por la mente la
sombra de la sospecha de que tengo otra, se lanzan a fondo y redoblan la
apuesta, duramos un año más, como mínimo. Ahora si yo me pongo humanista
pegajoso del tipo “cariño, yo te veo tan triste conmigo y tan mal que realmente
prefiero que lo dejemos para ver si nos aclaramos y descubrimos realmente que
nos pasa, etc” Estas memeces tienen mucho éxito social porque son emocionalmente
mentiras descaradas y entonces ellas se ponen dulces y me dejan ir en calma.
Pero esa
calma sólo procede de una mujer que auténticamente quiera sentirse y pensarse
la relación, eso también debo decirlo, de una esquiciada que me tiene sometido,
como me sucedió en dos ocasiones, a una competencia desleal con una imagen que
ella tiene dentro de su mente del hombre ideal no hay manera, sólo manipulación
y la manipulación mientras no cansa aporta intensidad. Y si ido esto es porque
aquella tarde en aquel cementerio vi que se acercaba el fin para mí en ese tipo
de relaciones, porque el cansancio que sentía en el cuerpo y en el corazón eran
inhumanos además de demoledores. De pronto cobré conciencia de que mi novia
chica se iba a ir con aquel dandi y que la posibilidad de mostrarme físicamente
por quién me había cambiado era para ella un premio muy muy grande como para
despreciarlo. Eso era lo que me la estaba quitando de encima realmente y para
siempre mientras yo reconociera que aquel hombre valía más que yo; por eso,
aunque su hermanita veinte años menor que yo me condujo de la mano hacia un
sector del cementerio donde empezó a besarme yo por primera vez en mi vida vi a
la mano la venganza absoluta y la garantía total de que le iba a joder el
pastel como nunca antes nadie se lo había hecho, rompiéndole su familia, puesto
que después de aquel sacrilegio, de pronto, me di cuenta que si iniciaba algo
con aquella nena, aquella familia se rompía por algún punto que abriría una
grieta definitiva y aun así no quise
manipular, me controlé y al hacerlo sentí que por primera vez en mi vida me
visitaba algo parecido a la sabiduría.
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