Trabajo de parto. Héctor D’Alessandro
Recuerdo una noche que iba con mi novia en un taxi hacia mi casa; teníamos unos dieciocho años de edad. En el taxi nos pusimos a discutir con el taxista sobre si podíamos fumar o no, aquella discusión con el conductor aligeró la que nos traíamos entre nosotros desde la tarde muy temprano cuando habíamos salido para ir al cine.
Bajamos del taxi discutiendo y del mismo modo entramos en casa. Saludamos a mi madre que andaba por allí haciendo sus cosas y que, al pasar, nos preguntó si queríamos comer algo.
Terminamos de reconciliarnos en el baño. Donde hicimos el amor y rompimos el tendedero de la toalla y un vaso de vidrio.
Al salir fuimos a la mesa donde mamá nos esperaba con una sonrisa de picardía y complicidad. Pero el caso es que mi novia no soportaba tanta libertad y en cierto momento no sé qué le pasó que decidió marcharse.
Me levanté para acompañarla, mamá me dijo que al día siguiente esperaba que reparara lo que había roto en el baño.
Esto acabó de mosquear a mi novia y discutiendo fuimos hasta su casa. No quiso acabar la noche reconciliada, por lo que volví, supongo que preocupado.
Me puse a ver la tele y a comer. Mamá me miraba, estábamos sentados a oscuras, bañados por la azulina luz catódica. Se acercó y me abrazó y me besó y me preguntó si me encontraba bien.
Le dije que estaba asombrado por un misterio que siempre se repetía del mismo modo. ¿Cuál es? Lo más importante, para bien y para mal, me sucede en los baños. Y no entré en detalles, aunque ella dio a entender que captaba. Reflexionó por un momento, mirando al suelo, y tras unos minutos de pensar, con esa habilidad que tenía para decirte algo que luego, pasado el tiempo negaba haber dicho y realmente desconocía haber dicho, soltó: “Es normal, tu parto comenzó en un baño. Yo pensé que tenía ganas de orinar y demás... y empezó tu parto”.
–...
No sabía qué decir. Mi madre siempre me sorprendió y sus opiniones, aunque parecieran locuras, eran los más natural para mi que pudiera existir, y lo que compartíamos con mayor energía, lo que nos convertía en un par de locos a los ojos de papá.
Se ve que la miré con cara de pasmo, porque me besó y se levantó para irse a dormir; era muy histriónica, le gustaba soltarte una frase intrigante y largarse para que la pensaras.
–Y tu crees que... –comencé.
– No lo creo, estoy segura. Y ya te contaré mañana cómo el parto continuó en el taxi y los momentos que le hicimos pasar al conductor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario