lunes, 29 de diciembre de 2008
La maestría interior y el aprendizaje literario. Héctor D’Alessandro
domingo, 28 de diciembre de 2008
La noche de fin de siglo. Héctor D’Alessandro
sábado, 27 de diciembre de 2008
Soy uno de los ganadores del Concurso Internacional Ciudad de México-
Soy uno de los ganadores del Concurso Internacional de Cuento Breve de la Ciudad de Mexico.
Se han presentado mas de 800 autores con mas de 1400 trabajos procedentes de todos los continentes
y hemos sido seleccionados 100 autores con 136 trabajos.
Mi relato se titula: "Un hombre encuentra una novela en el metro de Paris" y en su día apareció en este blog.
Para ver la información completa ir a http://www.semiotics.com.au/
Diciembre 2008
martes, 23 de diciembre de 2008
El estado del tiempo. Héctor D'Alessandro
domingo, 21 de diciembre de 2008
Urbanización Prometeo. Héctor D'Alessandro
viernes, 19 de diciembre de 2008
La Profecía Tlön Héctor D'Alessandro, está en Bubok
http://www.bubok.com/libros/6568/La-Profecia-Tlon
La profecía Tlön de Héctor D'Alessandro está en Bubok.
Este relato y otros están editados en el libro de relatos "La Profecía Tlön" de Héctor D'Alessandro, que se puede comprar en Internet en el siguiente link:
http://www.bubok.com/libros/6568/La-Profecia-Tlon
La profecía Tlön de Héctor D'Alessandro está en Bubok
http://www.bubok.com/libros/6568/La-Profecia-Tlon
domingo, 14 de diciembre de 2008
Gastar las palabras. Héctor D'Alessandro
Gastar las palabras. Héctor D’Alessandro
Perder el miedo a las palabras.
Atravesarlas.
Ir más allá
Hasta el otro lado de las vocales
Saltar
Vengarse
De la sórdida tozudez de su amenaza
Invocar a las palabras y no temblar con los fulgores
De su halo, de su peso, de su ancestral amenaza
cíclica.
Repetirlas, sí, una y otra vez, hasta gastarlas.
Entrar en ellas como en un vientre.
Volver del túnel que representan
con un resto de luz pegado en el ojo.
Sentirlas caer en la noche como un miedo en la nuca.
Como un mono aullador que recorre los jardines
enhiesto y vigoroso, sometido a un imperio que no acaba.
Soñarlas junto a la cuna, mecerlas frente a un reloj.
Verlas nacer a las seis pe eme, sí, seis pe eme
y treinta y un minutos.
Volver a visitarlas, invitarlas a una participación
sosegada y suave, deliciosas presas del músculo quieto.
Venid a mí, tengo para vosotras la totalidad de mi columna.
Tengo pegadas a mis vértebras una miríada de imágenes
sometidas a una demolición incesante.
Mis espaldas son anchas, un continente entero puede reposar
en ellas.
Y lo hará, seguro que lo hará.
Recorre mis vértebras continentales un vibrante rumor crepitante.
Se mezcla a su paso con el agua, con el fuego y también con la tierra.
Quisiera cantar esta noche con todas las voces que poseo.
Con todos los verbos que me habitan.
Perdido ya el miedo a las palabras.
Mi garganta se abre plena, se abre en arpas, se abre en órganos,
se abre para dar paso a mi corazón de pez, de viejo monstruo
antediluviano, de calle, de paso, de parlante sangre intrépida.
Me moveré a mis anchas esta noche.
Haré sonar mis vértebras como cañones, como estampidos,
como gritos, sacudiré un ratito el caviloso temor
de tus costumbres urbanas.
Voy a desperezar todas mis letras.
Las que gritan y las otras.
Las que permanecen silenciosas trabajándote la médula.
Cuando el monstruo grande de la frase se hunde en un océano
Descomunal de revueltas palabras incomprensibles y al arrastrar
la última pregunta, deja flotando en el oscuro mar un aire hervido
de sueño, de misterio, de postergación espléndida hasta la siguiente
acometida.
viernes, 5 de diciembre de 2008
Comer en la cama. Héctor D’Alessandro
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Sobre el libro “Viaje a la ficción”, un viaje a ninguna parte. El Sr. Vargas Llosa ha llegado a la avanzada edad del tarambanismo. Héctor D'Alessandro
Sobre el libro “Viaje a la ficción”, un viaje a ninguna parte.
El Sr. Vargas Llosa ha llegado a la avanzada edad del tarambanismo intelectual.
Héctor D’Alessandro
Ayer llegó a las librerías, anoche lo leí; lo que suponía, un bluff. Uno mas del Sr. Vargas. Seré breve, quizás en los próximos días lo relea y piense exactamente lo contrario.Se anuncia como un libro que analiza los sutiles mecanismos que relacionan vida y ficción. Esto es hacer de vicios virtudes, tras redactarlo el Sr. Vargas vio que a ese tipo de analisis del cual no puede escapar ("Orgia perpetua", "Historia de un deicidio", quizás el más escolar y simple de sus libros)es a lo que había llegado y lo justifica a posteriori con un prólogo muy muy aburrido en el que basicamente explica como se le ocurrió a él la novela "El hablador".
El caso es que este libro es una estafa en toda regla. Fue anunciado como un estudio del estilo de Onetti. No lo es. Para estudiar el estilo de alguien hay que poseer un estilo propio y Vargas no lo tiene, mal que le pese. El Sr. Vargas sabe crear espléndidas estructuras totalmente injustificadas por la trama. Ha aprendido a crear persones redondos con el paso de los años (muchos años). Pero su estilo aún no ha llegado, chupar un clavo, como dicen en Uruguay, posee más encanto para las papilas gustativas.
Sólo hay un pasaje en este interesante libro informativo (eso es lo que es) que va de la página 116 a la 119. Allí define la voz más usual de los relatos y novelas de Onetti como a una voz crapulosa, pero no le llama “voz” sino estilo.
Conocedor de sus carencias, el sr. Vargas se justifica al final del libro diciendo qué es lo que no quería hacer. Dice que “no es un libro de erudición” sino “una lectura personal”.
El Sr. Vargas es deudor una vez más de la vieja escuela de estudios literarios centrada en la temática y en la relación entre el libro y la vida del autor. Está enchalecado en sus propias represiones. Vargas, que a esta altura de la vida, con más números en el otro mundo que en este, no va a desarrollar un estilo que no posee y jamás lo verá en otro aunque se lo pongan señalizado y etiquetado. La pruieba de que este libro es un bluff, es que hasta llegar a la página 32 no se menciona a Onetti sino que se habla de una vaga teoría del narrador junto al fuego y el origen de la ficción y otras memeses en las cuales Vargas no cree pero ahora finge creer. El sólo cree en las ocho horas junto al ordenador.
Insiste mucho, Vargas, en que este narrador, Onetti, es valorado en su país, el Uruguay, por la izquierda y por la derecha. Una estupidez, es incomprendido a izquierda y a derecha y por ello respetado. La ignorancia se ha distribuido democráticamente en ese país. Lo que le sucede a Vargas es que a esta altura de la vida se ha dado cuenta que no posee un estilo, sus frases, las mas bellas, extrapoladas, no levantan vuelo. Es que el arte es un secreto a voces. Y Vargas lo conoce, tanto que ha escrito una obra maestra que se llama “La ciudad y los perros”. (¿Alguien recuerda algún personaje memorable de sus novelas?). Pero luego se le ha ocurrido querer meterse en todo. Por mucho que se vista de seda...
En fin, que el mundo ha cambiado de manos, las influencias culturales predominantes están cambiando de eje al igual que los polos financieros y Vargas no quiere bajarse del tren (lo cual es muy legítimo), no se va a fingir un izquierdista, pero está dando el giro táctico para reconquistar al público de izquierda que ya hace años lo crucificó. El caso es que fingirse inteligente analizando a un autor inteligente no le va a rescatar ni a un lector con cerebro, que estos seguramente jamás lo abandonaron. Son los mismos que saben que de aquí a cincuenta años Vargas será olvidado, se leerá “La ciudad...”, Se recomendará mucho como un libro menor “Pantaleón...” y de su obra ensayística literaria se recordará que se parecían mucho a unos ejercicios juveniles de estudiantes de bachillerato. “La verdad de las mentiras” será la excepción por su gran contenido informativo y por el acierto de algunos pasajes. El futuro siempre es de los mandarines, y Vargas no lo es.
Quien quiera aprovechar al máximo este libro, que vaya a la librería y lea las páginas indicadas en el tercer párrafo de esta nota. Así habrá aprovechado lo que Vargas aun puede dar y se puede ir a gastar sus 17,50€ a otra parte.
Este libro no obstante me ha hecho pensar, me ha hecho pensar que todos los juicios negativos acerca de la prosa y el estilo de Onetti son verdaderos, sí que es pastosa su prosa, sí que está afectada por las malas traducciones, sí que plagia mucho a Faulkner, pero aún así es el creador de un mundo, y lo es porque tenía una concepción de éste, negativa, pero concepción al fin, algo de lo que carece Vargas Llosa. Un autor extraño donde los haya, constructor de artefactos literarios de complejísima arquitectura no siempre justificada, un neoliberal a ultranza que podría continuar negando el derecho del autor a intervenir en la praxis histórica y política, mientras él, como buen derechista, lo hace junto a amigos como Aznar provocando a gobiernos legítimos con tácticas parafascistas, y ahora, en pleno malabarismo final, intentando dar un giro a la izquierda que quizás lo ponga en la posición más ridícula: la del que finge arrepentimiento.
Un mundo vacío, incluso cuando escribe ensayo, el del sr. Vargas, ni siquiera hay en él la suciedad que tanto admira en Onetti, un mundo de estudiantes que tratan acerca de temas pero nunca tocan la verdadera carne bullente de la vida. En el fondo quizás lo teme, quizás sea sólo palabras este señor, quizás nunca existió, quizás la CIA le escribió todas sus novelas para infiltrarlo en determinados sitios, como lo hizo con Jackson Pollock y sus cuadros, o quizás la explicación de todo esto sea lisa y llanamente que el Sr. Vargas que argumenta sobre Onetti con un informe del economista E. Iglesias es del signo de Aries, y no hay ninguna otra razón. Al fin y al cabo, en una encuesta ya antigua se demostró que a largo plazo (diez, quince años) los barrenderos de N.Y. acertaban más sobre economía que los más extraordinarios economistas.
Sr Vargas, no intente vender gato por liebre. Hace feo. Y usted ya es grande. Cuando quiera saber algo sobre “estilo” llámeme y nos tomamos un café; según la hora que sea, hasta quizás sea mejor que se pase por casa.
Un saludo.
H.D.
P.S. Si se me ocurre un nota que diga exactamente lo contrario, mañana la publico, si no, es que estoy muy ocupado leyendo a De Quincey.
Héctor DAlessandro, Vargas LLosa, Viaje ficcion, Viaje ninguna parte, Vargas llegó edad del tarambanismo, Pisocuántico, Literatura Líquida, Onetti
martes, 25 de noviembre de 2008
La vida privada de Bob Tormentas. Héctor D’Alessandro
Este relato forma parte del libro "La Profecía Tlön" de Héctor D'Alessandro
lunes, 24 de noviembre de 2008
Puedo. Héctor D’Alessandro
Puedo. Héctor D’Alessandro
Puedo darme todas las respuestas posibles.
Puedo preguntarme eternamente cómo supe que te querría.
Puedo preguntarme y responder con acierto acerca de un sinfín de cosas.
Pero me pregunto a cada instante qué me trajo hasta aquí.
Cómo llegué a esta ciudad, a esta costa, a este cuerpo palpitante que te desea.
Puedo responderme por ejemplo con una frase
Que estoy aquí por algo que desconozco
Por un destino anhelante de luz
Por una idea una frase una convicción.
Por una casualidad.
Preguntar por ejemplo al infinito murmullo de las rocas en la ciudad
A las palabras de sus poetas.
A los muros de agua que se desploman en la cambiante costa.
Cómo es que lo caminos me trajeron hasta aquí.
La respuesta ha de estar escondida en
una palabra una frase un verso que defina ese viaje
Esa búsqueda.
Quizás viajar consista en partir en busca de una frase
De todo cuanto es posible escribir en un muro, en el agua, en las líneas de tu mano
Escojo una
Sólo una que resume el sentido de mi arribo a estas costas a esta vida a esta palpitación constante
“Tots els camins son bons per fer camí”*.
*Este último, maravilloso, verso es del poeta Miquelt Martí i Pol
sábado, 22 de noviembre de 2008
La mujer invisible. Héctor D'Alessandro (Este relato está en "La Profecía Tlön")
Estoy casado con una mujer invisible. Gracias a su peculiar característica, siempre estuve seguro de mis sentimientos amorosos. Si uno ama a una mujer que nadie ve, una mujer que uno mismo desconoce, entonces, lo que siente sólo puede ser amor, amor verdadero. Ningún juicio, ningún pensamiento, ninguna premisa o tensión puede afectar a mi constante amor y al sentido unívoco de mi pasión y mi enamoramiento.
Recuerdo que en el colegio, entre mis desaforados compañeros, se hablaba a toda hora, con niebla o con sol, de una mujer invisible, abocada a una vocación de inexistencia totalmente novedosa en la ciudad.
Cuando me lo comentaron, comencé de inmediato a soñar con ella. A toda hora. A imaginarla o mejor sería decir a no imaginarla. A vaciarla, casi sin darme cuenta, de todo contenido espurio, de todo defecto privado que pudiera alterar la natural armonía de una tan perfecta relación.
Durante muchos meses, antes de conocerla, o mejor sería decir, antes de estar delante de ella por primera vez, me entregué a la nada agotadora tarea de soñarla y soñarla, vestirla cada noche con una características líquidas como el agua y evanescentes como la niebla. Ajenas como el alma del vidrio. Nada en ella se opuso a mi tenaz sueño de perfección.
Cuando nos conocimos todo fue arrebato, hablaba yo y escuchaba ella, viajaban acompañando a mis palabras las más excelsas y depuradas emociones, las captaba ella y me las devolvía con frases envueltas en gasa, escoltadas por varios escuadrones alados de querubines y otros seres de algodón celestial.
Llegué a llorar por las noches con refinada angustia sutil ante tanto primor de amorcillos que iban y venían de mi corazón al suyo y del suyo al mío. Florcilla, le decía yo. Junquillo salvaje de mi corazón, me decía ella. Y nos revolcábamos en este amoroso algodonal con gozo y con liviano encanto.
Nada diré del día que hicimos el amor la primera vez. Me fundí en ella hasta desaparecer yo, dando brazada tras brazada en aquella natación seca encima de la cama. Y al día siguiente le comenté que me había parecido, por un momento, que me había vuelto invisible. Sí, respondió, esto es contagioso.
Yo sé que otro hombre menos enamorado que yo se hubiera puesto hecho una furia, pero yo era todo azúcar y el deseo de desaparecer dentro de ella era mayor que cualquier otra cosa en este planeta. Yo la amaba como nadie puede llegar a imaginarlo. Ya sé que decirlo puede parecer fácil, pero deberían saber que, primero, no hablo en vano, y, segundo, mi amor por ella supera lo meramente humano, algo que me parece por otra parte, una auténtica birria comparado con los sentimientos que surgieron en nuestra unión.
No me importaba, verdaderamente, volverme, yo también, invisible.
Habíamos desarrollado una compenetración tan enorme que yo cerraba los ojos, como suelen hacer los niños, que piensan que porque ellos no ven el entorno, nadie en el entorno puede verlos a ellos. Yo cerraba los ojos como si esto me volviera invisible. Esa era la esencia de nuestro amor, podía uno abandonarse frente al otro seguro de que nada malo se vería y seguro también de que todas las potencias de la imaginación estaban prontas para exornar al otro con los más hermosos colores de las galaxias. Vivimos un sostenido orgasmo perpetuo del cual, como si se tratara de una fulgurante cabalgadura, no queríamos bajar. Nada me importó la novedad de que, más tarde o más temprano, yo también sería invisible.
No sé en qué año bisiesto dejé cerrados para siempre mis ojos humanos. La oscuridad se convirtió en mi naturaleza y todo en mi fue salvaje. Algo extraño sucedió, como si el ahorro energético al dejar de ver y ver y ver el mundo y sus cosas, por su propia falta de uso se desviase, igual que el curso de un poderoso afluente fluvial y se hubiera ido a reforzar con potencias huracanadas a la corriente central de la vida que vivíamos. Entendí que en la ausencia de forma residía la creatividad más absoluta y que aquello es lo que esa sabia mujer me había enseñado durante nuestro ya largo matrimonio.
Nuestro amor se reforzó y el alma de vidrio de nuestra relación se tornó no sólo ajena al mundo sino omnipresente en el mismo. Nuestro mundo de amor, ajeno a este mundo, lo pobló a toda hora. En la ciudad, la gente temía o sospechaba o creía que estábamos caminando por los alrededores de sus vidas con el objetivo de espiarlos.
Creo que fundaron, incluso, una religión basada en nuestra omnipresencia.
Aquello produjo enormes temblores líquidos en nuestra alma transparente, la risa que llegaba como un desbordamiento de nuestros ríos interiores. Pero nuestra compasión no se desplazó hasta el prejuicio. Si tanto cuesta que la gente ame aquello que no se ve, cómo nosotros, navegantes de todas las transparencias, íbamos a juzgar a quienes creen en lo que no puede verse.
jueves, 20 de noviembre de 2008
Trabajo de parto. Héctor D’Alessandro
Trabajo de parto. Héctor D’Alessandro
Recuerdo una noche que iba con mi novia en un taxi hacia mi casa; teníamos unos dieciocho años de edad. En el taxi nos pusimos a discutir con el taxista sobre si podíamos fumar o no, aquella discusión con el conductor aligeró la que nos traíamos entre nosotros desde la tarde muy temprano cuando habíamos salido para ir al cine.
Bajamos del taxi discutiendo y del mismo modo entramos en casa. Saludamos a mi madre que andaba por allí haciendo sus cosas y que, al pasar, nos preguntó si queríamos comer algo.
Terminamos de reconciliarnos en el baño. Donde hicimos el amor y rompimos el tendedero de la toalla y un vaso de vidrio.
Al salir fuimos a la mesa donde mamá nos esperaba con una sonrisa de picardía y complicidad. Pero el caso es que mi novia no soportaba tanta libertad y en cierto momento no sé qué le pasó que decidió marcharse.
Me levanté para acompañarla, mamá me dijo que al día siguiente esperaba que reparara lo que había roto en el baño.
Esto acabó de mosquear a mi novia y discutiendo fuimos hasta su casa. No quiso acabar la noche reconciliada, por lo que volví, supongo que preocupado.
Me puse a ver la tele y a comer. Mamá me miraba, estábamos sentados a oscuras, bañados por la azulina luz catódica. Se acercó y me abrazó y me besó y me preguntó si me encontraba bien.
Le dije que estaba asombrado por un misterio que siempre se repetía del mismo modo. ¿Cuál es? Lo más importante, para bien y para mal, me sucede en los baños. Y no entré en detalles, aunque ella dio a entender que captaba. Reflexionó por un momento, mirando al suelo, y tras unos minutos de pensar, con esa habilidad que tenía para decirte algo que luego, pasado el tiempo negaba haber dicho y realmente desconocía haber dicho, soltó: “Es normal, tu parto comenzó en un baño. Yo pensé que tenía ganas de orinar y demás... y empezó tu parto”.
–...
No sabía qué decir. Mi madre siempre me sorprendió y sus opiniones, aunque parecieran locuras, eran los más natural para mi que pudiera existir, y lo que compartíamos con mayor energía, lo que nos convertía en un par de locos a los ojos de papá.
Se ve que la miré con cara de pasmo, porque me besó y se levantó para irse a dormir; era muy histriónica, le gustaba soltarte una frase intrigante y largarse para que la pensaras.
–Y tu crees que... –comencé.
– No lo creo, estoy segura. Y ya te contaré mañana cómo el parto continuó en el taxi y los momentos que le hicimos pasar al conductor.
Xenia. Héctor D'Alessandro
Xenia. Héctor D'Alessandro
Xenia siempre me ha estado enloqueciendo con sus cosas, sólo el amor, pienso, a veces, puede soportar ciertos hechos y el arriesgado desplazamiento de la experiencia hasta ciertos límites.
Cuando la conocí me dijo:
–Tú me querrás, un día me querrás de un modo arrebatador.
Y yo pensé “vaya niña más petulante... entrarle a una persona de ese modo”.
En el fondo, lo que le envidiaba, era su seguridad.
Xenia, debo decirlo, me levantó en momentos de desánimo y me empujó hasta límites inconcebibles de la experiencia. Me mostró maravillosos caminos desconocidos.
Y un día en que yo estaba como aquel que dice ya sin salida, me abrazó y me dió unos pellizcos cariñosos. Quizás fue aquello, no lo sé, el caso es que rompí, por ella, con todo y fui mucho más allá de lo que siempre había imaginado. Más allá de lo que mi familia me pudo enseñar y mucho más allá de los condicionamientos infranqueables que esto implica. Por eso nada me asombra en Xenia.
Recuerdo el día en que invitó a salir a Gustavo y me dijo que me daría una sorpresa.
Recuerdo como si fuera ahora, que fuimos al Maremagnum, que estábamos en una terraza bastante turística, de las que no me gustan, y que, cosa extraña, corría un aire fresco y que Xenia me dijo:
–Laura, quiero tener un hijo.
Luego Gustavo nos convenció para que fuéramos a un seminario de autoestima con Bob Mandel y entonces comenzó la locura total. Xenia escuchó en aquel seminario, que ciertas tribus africanas convocan a sus hijos con canciones, que mucho antes de que nazcan empiezan a cantar debajo de un árbol para atraer a aquella alma y convencerle de que “baje”, hacerle grata la venida a la tierra. Después, determinados síntomas, indican que el alma ha deseado ese emprendimiento y la chica queda embarazada.
Cantamos los tres durante todo enero de aquel año. Xenia se descubría un día síntomas por la mañana y los síntomas se desvanecían por la noche. Entró entonces en un ciclo de extenuación que la dejó casi muda, el cansancio le impedía hablar. De alguna manera me estaba dejando descansar, no es que yo me opusiera, pero también me encontraba agotada.
Una noche, se levantó a orinar –esto lo supe luego– y dejó la luz de su mesita de noche encendida. De pronto en mis sueños, comencé a oír unos gritos lejanos y me levanté alarmada, mirando a un lado y otro, buscando la procedencia de los gritos y tratando de discernir su significado. Cuando llegué al baño, Xenia, estaba sentada en el banco azul y rodeaba sus hombros con las manos y lloraba de felicidad. Miraba al frente y repetía como una loca “está aquí, está aquí, ya está aquí”.
Busqué el predictor, pero no había ninguno. ¿Quién está aquí? Ella, dijo, ella ya está aquí.
“Estaba sentada aquí, estaba orinando y de pronto, como si un algo, una presencia hubiera pasado, muy suave y delicado, muy dulce, se presentó aquí, delante mío, sentí que en el cuarto de baño había alguien más. La sientes ahora, está aquí, está aquí”.
Nos costó dormir aquella noche. Tres semanas más tarde el predictor pudo establecer como verdad aquello que Xenia había visto tan claro. Y unos meses más tarde, la ecografía nos mostró que "ella" era, efectivamente, una viajera.
martes, 18 de noviembre de 2008
Semillas. Un relato de chamanes y ayahuaska. Héctor D’Alessandro
lunes, 17 de noviembre de 2008
Pluralidad de mundos habitados. Héctor D’Alessandro
Este relato está incluído en "La Profecía Tlön" de Héctor D'Alessandro
jueves, 13 de noviembre de 2008
lunes, 10 de noviembre de 2008
El chico superdotado. Novela de aprendizaje. Héctor D’Alessandro
Comparte, citando la fuente, todo aquello que te guste, recomienda estos contenidos, comunícate
Excelencia creativa en Coaching para Escribir.