martes, 5 de mayo de 2009

La historia de Elsa. Héctor D'Alessandro




La historia de Elsa. Héctor D'Alessandro

Conocí a Elsa a poco de vivir en España, llevaba dos años. Si algo había aprendido era que los que nos habíamos exiliado voluntariamente sosteníamos un desprecio constante y un ardiente aborrecimiento por el paisito. Es más, esta mera palabra nos revolvía las tripas hasta provocar una nauseas color verde. Me daba cuenta asimismo que los que había debido irse forzados, sobre todo por la situación política dictatorial, no vivían aquí en España ni en ningún otro sitio donde se estuvieran, sino que se encontraban atados por vínculos muy firmes a su país, a nuestro país, y de hecho luego, al volver, se reintegraron como si nunca hubieran salido y su larga estancia en el extranjero se convirtió en una horrible y extensa pesadilla. Algunos, tras varios intentos de afincarse, volvían a largarse, ahora como emigrados.
Elsa me llamó la atención, porque era comunista o ex comunista y sostenía hacia el país a pesar de haber salido como exiliada un odio eterno. Cuando la conocí, hacía poco que se había comprado un pequeño hostal en un parque nacional en Asturias y se marchaba una vez mas, luego de décadas en Barcelona, donde tenía un bar que los skin heads le incendiaron y no olvidaron pintar en la puerta “Fuera Sudacas” justo en una época en que el gobierno local de la ciudad estaba recalificando los terrenos en esa zona.
Era judía, hija de un judío polaco que instaló una fábrica bastante conocida en el Uruguay luego de años vendiendo caramelos en la puerta de la Caja de Jubilaciones.
Hija única, se convirtió en heredera única y le brindó a su padre el regalo de amor filial de verla casada, casada con un chico “de la colectividad”.
Llevaba a sus espaldas seis años de casamiento, dos hijos y otros tantos años de militancia en el PCU cuando se produjo el golpe de estado en Uruguay. Ella fue presa de inmediato. Le iban a quitar todo, perdería a sus hijos, a su joven esposo, sus bienes pero, le dijeron los milicos, hay una solución.
Estaba desesperada a tal grado que no sentía el dolor físico de las horrendas torturas que le habían infligido. ¿Dónde está mi marido? ¿Dónde mis niños? Suerte que mi papá no tuvo que ver esto.
Un día, los soldaditos, la vinieron a buscar y le comunicaron que tenía una visita y, con una sonrisa agregó uno de los soldados queriendo transmitir la importancia del suceso: un abogado.
Cuando entró a la oscura sala de paredes verdes descascarilladas apenas veía, le dolían los ojos, le dolía el cuerpo, recuerda que sintió el enorme peso de su cuerpo en ese momento en que pudo relajarse. En la sala estaba su marido y un hombre desconocido, sería el abogado. Extendió las manos hacia el marido buscando el contacto y preguntó por los nenes en el mismo momento en que el abogado acercaba su cuerpo y su cabeza engominada a la mesa y ponía una carpeta rosa sobre el fondo rayado de la antigua mesa de firme madera. El marido retiró las manos y Elsa sintió frío. El marido miraba al suelo mientras el abogado comenzó la retahíla, enumeró todos los elementos negativos que pesaban en su contra y la enorme conveniencia de la solución que había encontrado.
Cuando llegaba a esta parte, a Elsa se la hacía un nudo en la garganta y retorcía la muñeca mientras apretaba el puño. Si hubiera podido, habría matado a alguien. Su situación era de “desaparecida”, en ningún expediente constaba como detenida. Si no aceptaba lo que se le ofrecía en ese momento su destino además de mortal podía resultar por siempre desconocido. Ella había colaborado toda la vida con el partido Comunista, su futuro, por lo tanto estaba sellado como un sarcófago. La alternativa que se le brindaba ahora era firmar de inmediato el divorcio, dejar los niños en manos de su marido y venderle todos los bienes a este con el objetivo de no perderlo todo y teniendo en cuenta que ahora él debería criarlos y necesitaría este patrimonio ya que la desorejada de su madre no había pensado las consecuencias de sus actos. A cambio la sacarían de inmediato y España le daba asilo.
En ese momento Elsa se levantó y pidió o mas que pedir se permitió a si misma un acto que iba contra su propia raza, contra toda su vida pasada, contra el honor y la memoria de su padre, pero además de darle un cachetazo a su maridito chico bien de la colectividad y escupirle, le dijo con más ganas que nunca en toda su vida y de un modo que le salió de las mismas entrañas: ¡Judío de mierda!
Esta es su historia, me la contó mientras hacía las maletas una vez más. La vida la revindicó, encontró un hombre maravilloso en un asturiano fuera de serie que la amaba y pudo volver un día a Uruguay y hablar con sus hijos sobre lo que había sucedido.
Tuve la tentación de indagar algo obvio, si al volver la democracia había iniciado una demanda contra su ex marido, pero sentí que era inútil preguntar eso a aquella mujer que aguantó dos semanas de picana eléctrica en al vagina y en los pechos, violaciones y patadas y que luego renunció a todo y como una autentica leona pensó "los criará un perro pero crecerán vivos y sanos, yo estaré viva, la vida da vueltas y yo volveré a arreglar esto". Seguro que lo habrá arreglado, al menos dentro de su atribulado y contradictorio corazón, eso es lo que pensé y también me quedé largo rato pensando eso de que la vida da vueltas y la clamorosa carnalidad trágica que tenía en este caso, y pensando en su marido me dije a mi mismo que no podía entender cómo había gente que habiendo oído este dicho popular toda la vida, a veces lo olvidaban.

1 comentario:

Pilar Ana dijo...

Está muy bien escrito y las palabras te llevan exactamente al lugar de la histria. Gracias por tu invitación.

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