sábado, 2 de mayo de 2009

Escritor alado pone un huevo en la Rambla. Héctor D'Alessandro


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Escritor alado que pone huevos en la Rambla.
Héctor D’Alessandro
La ventaja de ser famoso consiste en que uno no necesita presentaciones, las personas que a uno lo conocen se consideran a sí mismas como una suerte de mistagogos oficiantes de una misa para iniciados, conocedores absolutos de todos los secretos que a uno le conciernen. Gracias a esta condición, no tendré que explicar una vez más mi biografía y entrar en todos sus variopintos detalles. Ya sabe la gente que soy un escritor “alucinante” y que trabajo en un hotel y que por eso cruzo la Rambla, al menos una vez cada mañana, para dirigirme del Hotel a la librería que suelo frecuentar. Conocer esta rutina me ahorra entrar en descripciones inútiles de esta arteria principal del corazón de la ciudad y me permite ir directo al tema que nos convoca. Los periódicos no se dieron tregua a la hora de publicarla. De inmediato adornó las páginas principales. “Escritor uruguayo pone un huevo mientras cruza la Rambla a mediodía”.
La duda principal que me asaltó con violencia fue el porqué de destacar mi nacionalidad y pensé que gracias a la perentoria suma de esta noticia con aquella otra que llegó a comentar en la prensa uno de los hermanos Goytisolo, (no el que murió, el otro, pero el que vive en España) sobre un licántropo uruguayo más o menos comprobado, se demostraba que las personas procedentes de ese país estaban poseídas por una extraña tendencia mitológica a la transformación animal.
Me invadió de inmediato una inmensa pena, una pena honda y pesada como una losa, recordé a una chica que me gusta mucho y no pude evitar pensar que ahora, que la prensa ya me sacaba bajo esta misteriosa luz ornitológica, ella, poseída por esa óptica predominante, no podría evitar verme como a un ave. Y esto si no se le daba por verme como a un “ave de rapiña” u otros bichos alados con mala prensa. También se me ocurrió pensar que ahora ella ya no podría evitar pensar que si un día nos dábamos unos besitos cariñosos, se vería asaltada por los múltiples sentidos de la palabra “piquitos”. Y esto, me pareció, podía resultar extenuante.
Cuando estaba a punto de llorar, un pensamiento jocoso vino en mi ayuda y me alivió con la imagen farandulera y humorística de un conjunto de personas que vendría exclusivamente para ver si lograban estar presentes en el momento justo en que yo pusiera un huevo. Me imaginé que de pronto esta virtud que yo tengo y que acabo de descubrir, (soy un ser humano “ponedor”) se interrumpía por alguna razón oscura y misteriosa y me vería obligado a convocar a una rueda de prensa como corresponde para explicarlo. Esta es, quiérase o no, la esencia de la personalidad pública, hace algo inhabitual y debe explicar cada unos de sus movimientos a fin de que su característica original, gracias a la cual se ha hecho persona pública, se mantenga preservada y en caso de pasar a un estado de obsolescencia, debe explicar de inmediato sus razones o sin razones.
Luego de estos pensamientos tuve otros, tales como que alguien, con seguridad, diría que, para ser precisos, en la Rambla no había puesto mi primer huevo y que por lo tanto el comienzo de mi vida ornitológica no podía localizarse allí con certeza, que la prensa, para darle mayor resonancia a la noticia la había ubicado allí.
Pero mi alarma interior se desvaneció de inmediato, dado que una foto, obtenida a tiempo por un avezado fotógrafo me destacaba en medio de una multitud encima de la incontestable figura circular de Miró en plena Rambla acunando con intenso y paternal mimo a mi huevo.
Estoy allí, recostado en el suelo, rodeado de arte, con el huevo a la altura de mi ombligo, en un gesto quizás todavía un poco mamífero, pero el destacable primogénito que se encuentra a mi lado y a quien mi perdida mirada de parturiento observa con amor es, a todas luces, un huevo bañada por una tenue luz solar.
Mañana les contaré lo que ese primer maravilloso parto significó para mí.

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