Héctor, se llama Héctor, y su pie avanza, consolidado sobre la caliente arena, en medio de la bruma.
Aterido está, estruja el manto entre sus manos. Su gesto mecánico habla de intensidad, de ese momento, previo a la batalla, a la matanza infinita.
Aterido está de muerte, estruja el manto entre sus manos. Muchos muertos hay en su pasado.
Se llama Héctor, hombre totalmente formado, acabado, concluido.
El dolor lo circunda, las voces de sus muertos más queridos parecen alzarse del suelo y susurrar en su oído el rumor elegíaco de la profecía.
Héctor, hombre formado para la guerra y el discurso, verá más muertes esa tarde.
Da un paso y cae un rayo, tres pasos serán, serán tres rayos.
Es la señal esperada, la matanza es segura.
Avanza sobre la tierra caliente, llega hasta las cóncavas naves.
Fuego quiere ver, quiere ver fuego.
Héctor, se llama Héctor, y su firme pie avanza entre una neblina de sueños caldeados en brasas de dolor. Despedazada por momentos, hecha jirones por la luz que aprieta.
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