Razones del escritor. Héctor D’Alessandro
Le preguntaron al escritor porqué casi todas sus ficciones estaban protagonizadas sospechosamente por un hombre cuarentón que de manera invariable está casado y tiene una hija de unos once años.
El escritor, bien dispuesto para la sinceridad, se acarició la barbilla, se mesó los cabellos, calculador, pensó cómo iba a decir aquello tan importante que tenía para comunicar. Finalmente, suspiró, tomó impulso y comenzó a decir:
Uno trabaja, consciente o no de ello, en varios niveles. Hace tiempo me di cuenta que mis lectoras eran, mayoritariamente, mujeres y me dí cuenta que muchas me enviaban cartas o emails diciéndome que era yo un escritor que escribía como una mujer, con la sensibilidad de una mujer y entonces comencé a buscar una explicación. Encontré varias, todas pueden resultar igualmente repugnantes pero todas consolidarán mi público. Diré la primera que se me ocurrió y que sigo considerando la más plausible: mi éxito comenzó el día en que mi protagonista fue un hombre casado y que tenía una hija. La explicación que encuentro, al cabo de estos disparatados años, es que la mujer lectora considera como parte de la realidad obvia de mis protagonistas masculinos la presencia de una mujer. Dan por hecho que está casado, eso forma parte de su sentido de la realidad o de la verosimilitud literarias. El hecho de que tenga una hija le agrega un componente familiar probablemente tierno. La presencia de mujeres humaniza a los hombres de mis narraciones.
Cuando nuestro escritor respondió esto, la periodista que lo entrevistaba en esa ocasión se mordió el labio y la siguiente frase la planteó en un tono de objeción.
Bien, dijo, pero cómo se explica que en los últimos relatos no aparezcan mujeres e igualmente el resultado sea relativamente exitoso.
Y le lanzó a continuación una mirada de cómplice, de estar al tanto.
Es que nuestro escritor acaba de casarse y su flamante esposa estaba embarazada. La periodista, si hubiera sido estúpida, y no parecía serlo, hubiera dicho algo así como ¿No estarán esperando una niña?
Pero a esta pregunta, nuestro escritor no respondió. Sólo aventuró el comienzo de una posible respuesta. Dijo:
La segunda posibilidad que le iba a comentar es que cuando uno escribe lanza una cartita de los reyes magos al universo y configura imaginariamente un deseo, quizás uno envía la imagen ideal de lo que quiere y esto en algún momento viene.
La periodista suspiró y no pudo evitar decir “¡ah, qué bonito!”
Y a continuación, algo alarmada, miró al cámara y le preguntó:
¿No me habrás grabado diciendo esa estupidez?
No, respondió el buen hombre. No.
Y nuestro escritor miró su Rolex y luego a la chica y movió las cejas, los párpados y la boca, como queriendo preguntar “¿Ya está?”
Y sí, ya estaba. Él nunca terminó de explicarle que un día, tras la lectura de su último libro presagio o carta al universo, una lectora se le acercó durante la firma de ejemplares en una gran tienda donde firmó subido a una tarima instalada entre la sección ferretería y la sección plantas y abonos, y le dijo:
Oye, mira, tu me dirás que estoy loca o algo así pero a mi no me importa, yo he leído todos tus libros y muy especialmente este y me ha parecido que todos estaban destinados a mi, pero en el caso concreto de este, y que conste que no estoy loca sino muy cuerda y que sé perfectamente lo que hago, lo he terminado y he pensado: “Dios mío, qué hombre, qué ganas tengo de hacerle una mamadita y que se corra en mi boca". Y no he podido evitar venir a decírtelo.
Los efectos de las lecturas en los lectores son impredecibles pero de los lectores en los autores lo son aún más.
La preciosa hija que tienen aún no llegó a los once años de edad.
Le preguntaron al escritor porqué casi todas sus ficciones estaban protagonizadas sospechosamente por un hombre cuarentón que de manera invariable está casado y tiene una hija de unos once años.
El escritor, bien dispuesto para la sinceridad, se acarició la barbilla, se mesó los cabellos, calculador, pensó cómo iba a decir aquello tan importante que tenía para comunicar. Finalmente, suspiró, tomó impulso y comenzó a decir:
Uno trabaja, consciente o no de ello, en varios niveles. Hace tiempo me di cuenta que mis lectoras eran, mayoritariamente, mujeres y me dí cuenta que muchas me enviaban cartas o emails diciéndome que era yo un escritor que escribía como una mujer, con la sensibilidad de una mujer y entonces comencé a buscar una explicación. Encontré varias, todas pueden resultar igualmente repugnantes pero todas consolidarán mi público. Diré la primera que se me ocurrió y que sigo considerando la más plausible: mi éxito comenzó el día en que mi protagonista fue un hombre casado y que tenía una hija. La explicación que encuentro, al cabo de estos disparatados años, es que la mujer lectora considera como parte de la realidad obvia de mis protagonistas masculinos la presencia de una mujer. Dan por hecho que está casado, eso forma parte de su sentido de la realidad o de la verosimilitud literarias. El hecho de que tenga una hija le agrega un componente familiar probablemente tierno. La presencia de mujeres humaniza a los hombres de mis narraciones.
Cuando nuestro escritor respondió esto, la periodista que lo entrevistaba en esa ocasión se mordió el labio y la siguiente frase la planteó en un tono de objeción.
Bien, dijo, pero cómo se explica que en los últimos relatos no aparezcan mujeres e igualmente el resultado sea relativamente exitoso.
Y le lanzó a continuación una mirada de cómplice, de estar al tanto.
Es que nuestro escritor acaba de casarse y su flamante esposa estaba embarazada. La periodista, si hubiera sido estúpida, y no parecía serlo, hubiera dicho algo así como ¿No estarán esperando una niña?
Pero a esta pregunta, nuestro escritor no respondió. Sólo aventuró el comienzo de una posible respuesta. Dijo:
La segunda posibilidad que le iba a comentar es que cuando uno escribe lanza una cartita de los reyes magos al universo y configura imaginariamente un deseo, quizás uno envía la imagen ideal de lo que quiere y esto en algún momento viene.
La periodista suspiró y no pudo evitar decir “¡ah, qué bonito!”
Y a continuación, algo alarmada, miró al cámara y le preguntó:
¿No me habrás grabado diciendo esa estupidez?
No, respondió el buen hombre. No.
Y nuestro escritor miró su Rolex y luego a la chica y movió las cejas, los párpados y la boca, como queriendo preguntar “¿Ya está?”
Y sí, ya estaba. Él nunca terminó de explicarle que un día, tras la lectura de su último libro presagio o carta al universo, una lectora se le acercó durante la firma de ejemplares en una gran tienda donde firmó subido a una tarima instalada entre la sección ferretería y la sección plantas y abonos, y le dijo:
Oye, mira, tu me dirás que estoy loca o algo así pero a mi no me importa, yo he leído todos tus libros y muy especialmente este y me ha parecido que todos estaban destinados a mi, pero en el caso concreto de este, y que conste que no estoy loca sino muy cuerda y que sé perfectamente lo que hago, lo he terminado y he pensado: “Dios mío, qué hombre, qué ganas tengo de hacerle una mamadita y que se corra en mi boca". Y no he podido evitar venir a decírtelo.
Los efectos de las lecturas en los lectores son impredecibles pero de los lectores en los autores lo son aún más.
La preciosa hija que tienen aún no llegó a los once años de edad.
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