Un lugar donde nunca podré volver. Héctor D'Alessandro
Fue a los cuatro años cuando perdí por primera y única vez en mi vida la conciencia. Me desmayé de un modo calamitoso, y sólo un día más tarde volví a ver el mundo exterior, y a tener noticias de mi, de la punta de mi nariz, de mi mano rascándome la cara, del sonido de mi respiración y de una nueva y suave manera de respirar, totalmente contraria a la ultima respiración del día anterior. Por algún motivo, a mi hermano, diez años mayor que yo y a cargo de mi persona por una noche mientras mis padres se alejaron dos calles hasta la casa de mis primos, se le dio por celebrar una suerte de bacanal del miedo. Apagó luces, se puso una sabana sobre la cabeza y encendió velas al mismo tiempo que emitia extraños sonidos guturales que se pretendían de ultratumba, y que ami me sumieron en un terror de tales dimensiones que se me cortó la respiración, cerré los ojos en medio de mis propios gritos con los que intentaba en vano ahuyentar mi propio pánico y finalmente me desmayé.
Esta inusual actuación precipitó a mi hermano de regreso a la realidad y lo hizo actuar con velocidad.
Y con tal grado de eficacia que, según contaban, media hora más tarde yo estaba en el hospital entubado en una "carpa de oxígeno" y además, como de regalo, con un diagnostico de "asma de origen nervioso"; lo de "nervioso" en este caso, aunque a mi me hacia imaginar un cable pelado del cual saltaban chispas, estaba emparentado con la palabra "susto".
A partir de aquella fecha mi madre pasó a tener un argumento aparentemente sólido para repartir cachetazos a diestra y siniestra. A mi hermano por haberme "casi matado" y a mi, alternativamente, según se lo permitiera cmprender a ella su propio cable pelado, se me castigaba por "hacer eso" ("dejar de respirar" de un modo que parecía voluntario) o bien se me exoneraba de la mayor parte de las tareas de la casa en las que podía colaborar, y de la repetitiva gimnasia en el colegio.
Durante aquellos años me visitaron (esta es la ridicula expresión que nuestro idioma aconseja en este caso, cuando en realidad la acción es inversa, era yo quien lo visitaba a él) diferentes medicos de la mutualista y unos y otros daban un buen pronóstico para el futuro; en algún momento se me iría aquella enfermedad. Esto no confortaba a mi madre y entonces buscaba algún medico privado, de preferencia caro, que pudiera tener otra solución. Me atendió uno que me hacia tomar capsulas disuletas en agua de sales de epsom; claro que el doctor ese que se llamaba Gil Ligner decía que era un medicament exclusivoy una fórmula que el preparaba en su casa. Para aportarle la necesaria mística metia las cápsulas en talco y todo esto junto dentro de un frasco de vidrio azul ("para preservar la fórmula de las radiaciones") y sugería noexponerla al sol. Esto era muy importante porque a medida que el paso del tiempo demostraba la inutilidad de aquel sistema el doctor aquel se ajustaba las lentes sobre su nariz hebrea, miraba a un lado, miraba a otro, miraba a mis padres, me miraba a mi, yo miraba al suelo presumiendo lo que venía: "¿No habrán expuesto este frasco el sol, verdad?"
Mi padre estaba conteste conmigo en el abierto caracter de descarada estafa del doctor Ligner; pero mi madre adoraba a las "eminencias médicas" y le gustaba mucho comentar a sus amigas y parientas que alguien de nuestra famialia "habias sido visitado por una eminencia médica". Mi madre era una señora a la que le gustaba aparentar y aunque para hacerlo tuvieramos que estar todos enfermos, había que cumplir con su mandato. Del mismo modo, y en otro frente, en algún momento de su vida se le metio en la cabeza que yo debia ir a misa cada domingo pero el fervor religioso no logró brotar en mi asmático cuerpo y ella no insistió demasiado en esto. Ella despues de todo, nunca iba a la misa, recibía eso si, la bendicion católica a domicilio, con la visita mensual de la virgen, algo por lo que pagaba. Estaba en buenas relaciones con la virgen y le ponia limosnas en la alcancía que esta tenia debajo de la virgen. Propinas que yo le sustraía a la virgen apenas mi madre salia a hacer los mandados por la mañana. Yo tenía por diferentes sitios de la casa escondites con dinero; era un niño que manejaba unas cantidades inusuales para su edad y no todo podía justificarlo. El de la virgen, desde luego no podía, algunas veces, incluso, luego de sustraerlo, volví a introducirlo en aquella especie de urna de madera porque si me lo llegaban a encontrar en casa me iba a ver realmente en un gran aprieto por no poder justificarlo.
En mi casa habia muchas cosas que no podían justificarse, por ejemplo, por las mañanas muchas veces íbamos juntos mi mama y yo a visitar a diferentes brujas, curanderas, santiguadoras y echadoras de cartas de la ciudad. Estas visitas no podiamos relvelarlas a mi papá ni a nadie en el barrio ni por supuesto yo en el colegio. Imaginen, mi papá nos hubiera dado en la cabeza con toda la bibliografía científica y el positivismo de su parte, en el barrio nos hubieran considerado gente muy vulgar y en mi colegio catolico era mentar al diablo. La conclusión para mi era evidente, tenía muy buenos motivos para extrosionar a mi madre. Ella generalmente me pagaba en regalos y salidas durante las cuales concurriamos a bares donde comía exquisitos manjares totalmente propicios para producir un ataque de asma y que sin embargo no me producían ningun ataque. Ni de asma ni de nervios ni de nada.
El caso es que me divertía visitar a aquellas señoras que atendían en su casa, y que a veces tenían un marido o algun pariente o algún niño con quien entretenerme además de presenciar las tiradas de cartas. Es que mi madre me obligaba a mirar atentamente a aquellas brujas para corroborarle con una suave patada por debajo de la mesa o con algun ligero apreton de manos si yo "descubría" que le estaban mintiendo. Me convertí en un experto descubriendo a aquellas señoras, un ligero tragar saliva previo a decirle a mi madre exactamente lo que quería oir, un evidente abrir muy grandes los ojos e inclinar la cabeza sobre mi madre como queriendola convencer de la veracidad de sus palabras cuando estaban desbarrando de un modo muy descarado. Todo eso lo aprendí y aprendí también la prudencia de no decirle a mi madre la verdad en caso de que la mentira fuera muy gruesa y pudiera desembocar en un estallido de furia por parte de ella. Yo recelaba de cualquier puerta cerrada a espaldas de la tarotista e imaginaba a mi madre trtanadola de mentirosa y negándose a pagar, a la mujer llamando a su hombre y acontinuación un titular de prensa que indicaba que un niño catolico de clase media en plena decadencia y su loca mamá aparecieron degollados en el arroyo miguelete, lanzados allí por una conocida pareja de estafadores que se valían de las cartas para ganarse la confianza de los incautos. (Me conocía el lenguaje periodistico a la perfeccion, tenía pocas cosas para leer en las consultas de brujas mientras esperaba en la sala de estar.) Mis esperas en las salas de estar de las brujas y en las peluquerías de señoras me granjearon un conocimiento del alma femenina que se activa son que yo quiera; yo sé cuándo un curuja de esas que sale en las revistas está vestida con muy mal gusto desde muy pequñito, aprendí eso antes de las complicadas normaitvas del off side en el fútbol; deporte que aprendí a jugar tras observar a mis compañeros de colegio durante decenas de jornadas y a continuación leer dos libros de Nilo J. Suburú donde pude entenderlo todo y luego atreverme a participar; juego que abandoné tras comprobar que yo jugaba para divertirme y mis compañeros para cabrearse.
Una de esas tarde de inopia total en que me dejó mi madre, fuera de la consulta de la bruja Matilde escuché la historia más maravillosa que escuche por aquellos años, y desde luego la que mas me influyó. Matilde era una señora gorda que atendía en la calle Obligado entre Rivera y Silvestre Blanco en la acera de los numeros impares. Aquella mujer era muy muy gorda, pero esto era habitual en las brujas que atendian a su clientela en el comedor o en la sala sentadas durante horas y horas a lo largo de muchos años, algunas incluso atendían desde la cama. Nunca olvidaré a Maruja, una señora brasileña con reuma deformante que se rascaba la espalda con una manito de plástico en la punta de un lapiz larguisimo. Esta atendía desde la cama y tenia un sobrino, Roberto, que parecía un gigoló y que te traía un té o algo para beber mientras estabas sentado allí en una butaca muy moderna frente a su cama, desde la cual hacía videncia y luego estando hecha polvo como estaba te echaba un santiguado; una especie de salutacion bendicion papal no muy activa en su caso y con la cual se suponía que te enviaba una buena onda de salud y bienestar. En esos momentos yo pensaba "que los muertos entierren a sus muertos" y me volvía de repente muy cristiano. En las salas de espera yo me pasaba horas sólo en algunos casos. Uno era si mi mamá quería comentar con la señora algo que yo no debía oir, otro era si de quien iba a hablar era de mi. Generalmente, mi mal comportamiento en el colegio y mis malas notas daban mucho trabajo a las cohortes espirituales y algún dinero a los monederos de aquellas señoras.
En las salsa de espera, además de leerme todas las revsitas que describian la vida de gente idiota como "Gente" y "Siete dias", por mandato de mi madre debía escuchar atentamente cualquier receta novedosa que escuchara contra el mal de ojo (un mal, según mi madre que padecíamos en mi familia a consecuencia de la acción de algún ser malgino integrante de las familia y que nunca logramos descubrir aunque mi madre pretendió toda su vida que entregara las horas de la mía a esa investigación; mal segun ella que nos tenía "estancados"), también debía escuchar atentamente si alguien hablaba de algún otro profesional del área que hubiera visitado con éxito para ir a visitarlo.
Así fue que un día, con once años de edad escuché a una señora que sonreía mostrando a su hijita, que estaba allí presente y decía que se había curado el asma yendo a una playa donde compró un pescado recien sacado y haciendo que la niña lo lanzara por encima de su hombro izquierdo con la mano derecha de nuevo al mar y luego tenía que cumplir con la condición de nunca más volver a esa playa. Era relativamente fácil y mi cerebro pareció por un momento ensancharse dentro de mi cráneo, mispulmones dentro de mi pecho y mis pies querían salir de ahi corriendo hacia aquella playa.
Decidí no decirle nada a mi madre; no sé qué me daba que si se lo decía me iba a sabotear dado que buena parte de su acitividad a brujas y médicos y buena parte de us tiempo entrgado a preocuparse de algo, estaba absorbido por mi asma. Era poco menos que un crimen familiar curarme.
Entonces lo hice solo y a escondidas, una tarde de verano en que ella hacía la siesta agarré ropa para bañarme en el mar; ropa vieja que pensaba dejar allí mismo para no volver mojado y que se notara que habia ido a la playa. Saqué dinero de una de mis muchas ajas fuertes disimuldas distribuidas por toda la casa y a las cuatro me escapé. Tomé un autobús que me llevó a una playa a una hora de distancia de casa. Algunas veces habian matado gente por allí, según la prensa pero bueno todo eso a mi no me amedrentaba.
Fui a aquel lugar y fui a ponerme al lado de un señor que estaba sentado sobre un bota de pintura invertido pescando y le pedí que me vendiera el primer pescado que sacara. Que lo necesitaba por un motivo de salud. Me miró, se partó el trozo de tabajo que le ensuciaba los labios y me dijo "ah, si es por salud" y moviendo su mano dentro de un balde me mostró que allío tenía algunos pescados, uno estaba vivo. Aunque era un poco grande se lo compré. Acto seguido me alejé lo más que pude de aquel hombre, me entró verguenza y un sentido del ridiculo inusuales en mi.
Miré al mar, miré a aquel pescado que me miraba con aquella mirada sion sentidose me cayó a la arena dos veces, empecé a caminar hacia la playa de espaldas porque de otro modo no iba a tirarlo en el mar sino en la arena. Cerré los ojos y sentí por un momento el calor atravesando mis pestañas de la luz azul y el aire salino de la tarde, tomé aire como nunca antes lo había hecho, pronuncie una carcajada algo extemporanea que me pareció de lo más adecuada para aquel raro ritual. y apretando aquel bicho lo lancé con ambas manos por encima de mi hombro izquierdo. Lo oi o creí oirlo caer en el agua; imaginé que se iba todo orondo y muy contento mar adentro.
Y comencé a alejarme con los ojos cerrados, solo dejaba que me entrara una tenue luz que me guiara hasta los médanos y luego hacia la calle y sentía la ansiedad propia del niño jugueton que era, la fuerza por un lado de la curiosidad por abrir los ojos y el mandato misterioso que me obligaba a no volver la vista y no volver a esa playa de por vida a cambio de la eficacia en el ritual. Cuando empecé a sentir las dunas bajo mis pies abrí los ojos para no tropezarme y me di cuenta que ya estaba llegando a la calle y levanté ambos brazos como si celebrara el haber metido un gol y corrí y corrí y corriendo llegué a la parada del ómnibus. Me habia dejado la ropa con la que pensaba bañarme pero la total seguridad interior de que me habia curado era superior a cualquier otro deseo. nada me importaba, ni que me castigaran al llegar a casa ni nada de nada.
Esa semana el radiologo al ver mis pulmones ante la máquina de rayos x exclamó: "¡este niño tiene los pulmones de un atleta olimpico, es hora de que se ponga a practicar natación!" Y con ese buen augurio nos fuimos a ver al médico de cabecera, quien decretó que yo a partir de ese momento era sano. Al salir aquella tarde de la mutua mi madre me compró un frankfurter y me permitió ponerle toda la mostaza que yo deseaba. Me miraba y en su cara había mucha felicidad; solo era una imaginación mía el hecho de que le viera un atisbo de sospecha, como cuando me miraba intentando descubrir qué nueva travesura había cometido. Me miraba como cuando sospechaba que yo guardaba un secreto, momento en que yo revoleba los ojos a un lado y otro y no la miraba a los ojos volviendome de alguna manera inconsciente al punto de que ni siquiera escuchaba sus preguntas. Ahora en cambio estaba plenamente consciente, si de este modo puede definirse el estar lleno de vitalidad y de energía y de contento; y si un punto habia de inconsciencia en mi cabecita era justamente eso: como una mota de polvo que se alejaba con la brisa en medio de la luz vespertina y que representaba en mi cerebro la cifra e imagen de aquel lugar el que nunca podré volver.
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