Ver lo que no se ve. Héctor D’Alessandro
Desde muy niño me asombró la capacidad de las personas para ver lo que no se ve. Yo me había acostumbrado a dar rodeos inmediatos en torno a cualquier frase que un adulto soltara con extrema rapidez. Como si yo me dijera a mí mismo: “si lo dice rápido es que no lo piensa, ya no lo sabe, ahora no actúa esa persona sino el peculiar patrimonio de estupidez acumulativa que su tradición individual le haya permitido adocenar”. Ese instinto tan certero nunca me falló. Cuando alguien suelta una idiotez a gran velocidad significa que las palabras están hablando a través de él, no está generando nada, sólo basura.
Dentro de esa infinita cantidad de porquería mental están casi todos los dichos populares de todas las tradiciones poliimbéciles del planeta, casi todas las frases hechas y un buen conjunto de falsos pensamientos cuyo vaciedad queda demostrada por la recepción que cualquier adulto sano puede hacer de ellos: una vaga desolación y el silencio propio ante lo irremediable se apodera de la persona. El virus de la idiotez humana acaba de pasar por la estación circular del cerebro una vez más. Tiene parada en todas las estaciones.
De ese conjunto casi infinito me asombró sobremanera esa capacidad para ver lo que no hay que se haya presente en las personas extremadamente poseídas por la mente comunitaria y que no han tenido ninguna oportunidad de parir alguna vez una idea o algo que se le parezca. Decía, esa gente, “has visto a fulano (o mengana) siempre solo (o sola).” Y luego venía la pregunta sobre porqué no está con alguien; nunca nadie cogía por el camino en el que hubiera por ejemplo carteles indicadores que dijeran: “qué feliz se le ve, qué bien está consigo mismo”. Y si se decía algo de esto, inmediatamente agregaban (para cagarla) “si solo/a está tan bien, cuando esté con alguien será increíble”. O bien, “Has visto a tal, qué casa tiene”. “Sí, pero no tiene el coche que tiene perengano”. (Siempre aquello que falta.) “Has visto a fulanita, qué éxito ha tenido.” “Sí, pero no viaja a X”. (Siempre aquello que está ausente).
Yo no me engaño, todos estos que siempre han repetido todas estas bobaliconadas, hoy gobiernan el mundo, desde puestos de importancia y desde cada esquina desde la cual se monitorea el sentido común vigente. Estos, que ayer nomás decían esas cosas, son los mismos que creen en un montón de ideas indemostrables. Son los mismos que creen tener pensamientos propios, son los mismos que creen ver el aura, son los mismos que se preguntan porqué ese petróleo está en ese país de miserables y no en la gasolinera de mi esquina, con lo mona que es, son los mismos que creen tener la capacidad de modificar alguna cosa y los mismos que anhelan algo con una fuerza equivalente a la de un pedo y creen que eso les salvará. Gracias a ellos y su labor constante, ahora me percato, la idea general de dios es una idea negativa y chabacana, es el más elemental de los sentidos comunes y corrientes. Un pensamiento que siempre ha estado volcado a lo que no está, necesariamente va a crear un dios que está ausente, que no se puede ver y que en definitiva nunca se puede alcanzar. Dios, ahora lo veo claro, es el más grande pensamiento de escasez que se haya podido concebir. Es el nombre que se le ha dado a la ausencia total. Ese dios no me gusta, ese dios es suicida, el supremo anhelante de lo que no está aquí y ahora.
Ese Dios no escucha, no puede escuchar, porque lo que yo digo sucede aquí y ahora.
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