domingo, 11 de enero de 2009

La maestría interior y el aprendizaje literario. Héctor D'Alessandro

La maestría interior y el aprendizaje literario. Héctor D’Alessandro
(Este relato-ensayo está incluido en el libro "La Profecía Tlön", que puede comprarse en la página web de Bubok cuyo enlace está en este blog.)


Todo escritor debería recapitular alguna vez y discernir qué ha aprendido y sobre todo dónde lo ha aprendido; en términos generales, una labor de esclarecimiento radical sobre el importante tema conocido como "de dónde vengo"; y sería interesante que lo hiciera, como mínimo, para clarificar hacia dónde va. (Esto no es más que un ejercicio que propongo.) H.D.

Hace muchos años que me di cuenta que simplemente como escritor –alguien con habilidad artística para disponer palabras y frases de un modo ordenado con efectos estéticos en quien lee– no iba a alcanzar la totalidad de mis propósitos en tanto artista del arte literario. Sabía que necesitaba algo más; no sólo experiencias personales y el desarrollo de una concepción personal o filosofía literaria acerca del mundo en que vivo y el mundo que creo cuando me dispongo a construir esos delirios conscientes que son las narraciones.

Ese algo más era una comprensión sobre los fenómenos de orden mental que discurren detrás de la creación de ficciones narrativas, que las abarcan y que, de alguna manera, las superan.

Sabía que para crear todas las ficciones derivadas de la multiplicidad de imágenes que discurren dentro de mi cerebro, debía dominar algún tipo de arte o economía del uso de la mente, que me permitiera gestionar la desbordante entropía cerebral que a diario y durante toda mi vida me ha traído y llevado como olas en el mar. De ello, buena prueba es este blog donde todavía algunas personas se asombran de mi capacidad para crear dos o tres cuentos extensos por semana y alguno que otro más breve casi a diario.
Todo está basado en un método material.

Yo no creo que nadie pueda realizar lo que otros hacen –en este caso, escribir un cuento aunque sea breve a diario de una aceptable calidad artística– siguiendo meramente unas memorizadas reglas básicas de tipo mental.

No.
Al igual que John Gardstein creo que el escritor debe valerse de todos los métodos a su alcance para incrementar sus posibilidades creativas.

Por suerte, desde hace quince años he puesto en práctica esto que digo.

Todo comenzó un día de 1993. Había terminado una novela y me dí cuenta de que no había disfrutado escribiéndola, sino que por el contrario había sufrido mucho y sobre todo me había costado un esfuerzo enorme corregir y redondear algunos pasajes. Qué suplicio.
Decidí dejarla en barbecho. Aun continúa en esa situación, pero la he reescrito dos veces, y esto último jamás hubiera entrado en mis previsiones iniciales. Si alguien me hubiera dicho a modo de profecía que reescribiría dos veces esa novela para acabar disfrutando del resultado final y aun así considerarla una obra menor, habría pensado que esa persona estaba loca, pero eso fue lo que sucedió.

En medio, lo que sucedió fue que agotadas casi todas las posibilidades de experiencia ya solo me quedaba empezar con la práctica de algún tipo de actividad que fuera ilegal o autodestructiva y ahí estaban mis límites. Fue entonces que decidí, creo que con sabiduría, que ya estaba bien de mundo exterior. Ya era hora de entrar en mi y ver qué había allí y qué se podía hacer con aquello. En el camino había dejado atrás una vida relativamente cómoda y promisoria como autor de best sellers en el Uruguay. Un autor extraño que publicaba best seller y al mismo tiempo escribia sofisticados ensayos que me garantizaban una entrada de primera linea en la "intelligentzia" del lugar. Además de publicar ensayos premiados sobre temas "socioculturales", fui el primer autor que escribió la historia de una prostituta, que intentó presentarla en un prostíbulo -las agencias de noticias internacionales ya estaban ávidas en esa época de este tipo de basura y se hicieron eco de aquella novedad- , fui también el primer autor de la vida de un travesti que era al tiempo líder de un movimiento religioso y que gracias a mi biografía de su persona casi llega a ocupar una banca en el senado. Esto me había dado cierto renombre, ese tipo de renombre que hace que te llamen de los medios de comunicación para preguntarte cosas peregrinas acerca de la “especialidad” que la sociedad empieza a atribuirte. Me harté de todo eso, sentí que todo aquello me estaba asfixiando. Y salí de Uruguay poniéndome de acuerdo con un amigo en que nos reuniríamos en Barcelona, España. Y con la promesa de un contacto, que me falló, de que me conseguiría una beca para estudiar en EEUU. Me quedé, muy a gusto en Barcelona, y mi amigo nunca vino, se volvió loco, me llamó por teléfono una noche, me habló durante horas, como si no me conociera de nada, me volvió a contar toda su vida, la cual yo conocía de memoria, y cuando terminó su narración se pegó un tiro y se mató.
Nadie puede imaginar el frío tan horroroso que se siente en una circunstancia como esta. Es un frío, verdaderamente, de ultratumba. Es el frío de algunos cuentos de Poe, de Horacio Quiroga o de Lovecraft.

Bien, parecía que todo en el vida me estaba diciendo que las amarras se soltaban y que mi destino, de algún modo estaba aquí, donde estoy, en Barcelona.

Fue entonces que me dije a mi mismo que si viviría aquí, lo haría de la mejor manera posible. Y la primera medida fue una de higiene mental. Deseaba liberarme de mi pasado y las huellas tan oscuras que por momentos parecían predominar en él.
Así fue que empecé a practicar la meditación trascendental por propia iniciativa y en estos pasos me guió una amiga que luego moriría muy joven y que me pidió que estuviera a su lado durante su último año de vida. Ella me enseñó a trabajar con mi mente; a meditar, me enseñó la diferencia entre meditación, relajación, relajación dinámica, visualización, visualización guiada y un sinfín más de técnicas o, como diría Michael Foucault, “tecnologías del yo”. Fue la primera mujer catalana que realmente fue una amiga para mí. En esa época estaba de moda “Forrest Gump” y recuerdo que nos gustaba considerarnos mutuamente como “mi muy mejor amigo” y hasta el final lo fuimos; nosotros mismos nos sorprendimos de cuán amigos éramos. Yo, habiendo perdido, por obra y acción de la señora de la guadaña, a toda mi familia directa, padres y un hermano, realmente no había, digamos, “acompañado” a nadie hasta el final, era muy joven y no sabía ni cómo se hacía y además lo rechazaba como a la peste.
Durante aquel año y medio que convivimos, aprendí cosas sustanciales que recordaré durante toda mi existencia. Y por primera vez en mi vida reí y disfruté a gusto y a fondo de momentos increíbles. Una de sus frases favoritas era “qué bien se está cuando se está bien”. En ningún momento tuve conciencia de estar al lado de alguien que “se esta yendo”, todo lo contrario, tuve la sensación de estar al lado de alguien aguerridamente asentado en la tierra, tanto que incluso cuando algunas veces discutimos –y fueron muchas las veces– no tuve ninguna piedad ni consideración por su situación, no le hablé con la voz tenue con que se habla a alguien que “está en esa situación”. Claro que yo no me daba cuenta, no me di cuenta sino una vez, cuando ya estaba en la etapa final y un día me dijo “de todo lo vivido te agradezco que siempre me hayas tratado como a un ser humano completo, que no hayas tenido ninguna piedad especial”. Yo no entendía de qué me hablaba y ella entonces me lo explicó y yo tomé conciencia tardía de algo tan evidente. Ella agregó entonces que nunca hubiera podido imaginar que yo la quisiera tanto.
Eso me quebró y lloré y recuerdo que entre llanto y risas le contesté “esto no vale, esto es jugar sucio, demagoga de mierda”. Entonces ella, que ya había perdido por completo la noción de su propia imagen, me dijo con una seriedad que yo nunca había visto en nadie “dime la verdad, Héctor, me muero, ¿no es así?”

La única manera de responder que encontré fue mirar al suelo y mover la cabeza, como el que no quiere decirlo pero acaba diciéndolo.

Entonces, ella, saliendo de su estado, medio aquí, en esta realidad, medio en otra realidad, me dijo algo que me devolvió la luz para todos los años venideros. Me dijo: "no te atormentes más Héctor, no estuviste con tus padres ni con tu hermano porque en vida estuviste a su lado, no necesitabas estar a la hora de la muerte. Eres un ángel, pero un ángel de vida. Y ellos lo saben, quédate tranquilo porque has sido un buen hijo y un buen hermano”.

Entonces yo, que había sido un ateo de esos que dicen gilipolleces y había pasado a ser un creyente idiota de esos que dicen que “algo habrá” y “energías hay”, me rompí energéticamente, de un modo demoledor, me rompí por el lado de las emociones y me liberé del peso de una década que estaba encima de mis espaldas.

Ese día salí de aquella casa y avisé a su familia que se encargaran ellos porque yo estaba extenuado y ya no podía continuar. Solo vivió tres días más. El día que murió, lo hizo a las once de la mañana y a esa hora yo estaba durmiendo y en sueños la vi que me decía: "ya está Héctor, me voy. Adiós".

Me desperté y llamé a un homeópata que me recetaba esencias florales y le conté mi sueño. El me dijo eso es que ella ya se ha liberado, en cualquier momento se irá.
Y al momento siguiente sonó el timbre de la casa y vinieron a avisar que efectivamente “se había ido”.

Recuerdo que por primera vez en mi vida me reuní con otras personas para celebrar una reunión en la que bebimos y en la que celebramos –en lugar de lamentarnos– los años que habíamos compartido con ella y cada uno contó los mejores momentos que compartió con la que se había marchado.

Durante el año y medio que compartimos, trabajamos muchísimo en la técnica de John Bradshaw de la recuperación de niño interior. Y recuerdo que, como nunca antes, yo iba quemando etapas a pasos agigantados e iba “integrando” (un concepto y sobre todo una experiencia enteramente nuevos para mí) pasadas emociones y experiencias en mi yo actual. Llegamos a hacer varios seminarios de esta técnica impartidos por nosotros, yo ya era un audaz, pero con ella nos multiplicábamos en osadía. Hacia el final recuerdo incluso que hacíamos un espectáculo de danza en la que mezclábamos el tai chí taoísta, la salsa y el tango y la meditación en una puesta en escena que llamamos “Buda baila tango” y que hicimos en público en un escenario de la Fira de Montjuic. Estábamos como cabras y la vida valía la pena de ser vivida intensamente.
Luego de aquellos años me entregué a fondo a la meditación Vipassana y a los ejercicios secretos de los maestros taoístas e hice un poti poti personal de ejercicios con los que trabajaba mi persona de manera continua.

En esos años me vinculé a chamanes, algunos unos farsantes y otros realmente buenos, y por fin me metí a fondo en “Rebirhting”, técnica que continúo practicando con el mismo entusiasmo una década más tarde. Habiéndola mixturado con cuanta cosa aprendí en medio.

Fue en el rebirthing, que conocí al maestro o gurú más interesante que nunca antes había conocido. A Adolfo Domínguez Martínez. Una persona con una extraordinaria capacidad telepática para darte al primer impacto un golpe certero exactamente donde el zapato te aprieta y con la habilidad amorosa para retroceder a tiempo para no espantarte, para trabajar en todo momento a tu favor y en contra de tu ego.

Fue con él, durante el año y meses del curso regular de formación, que trabajé en su taller-hogar-templo de sabiduría, que entendí y se me grabó, como nunca antes, que el ego es una construcción tardía y automática con la cual se puede hacer de todo menos tomársela en serio de un modo solemne. Su entrenamiento, igual que el Vipassana, es considerado por algunos como el método más radical de acabar con la tontería y la basura psíquica interior y abrirse paso verdaderamente a una vida más pletórica y llena de verdad.

Adolfo Domínguez fue para mi, como para las otras personas que participaron en aquel curso tan intenso, con quienes conservo una amistad imperecedera –realmente, durante aquella magnífica formación, conocimos todas nuestras caras y las aceptamos– el catalizador de un auténtico renacer o despertar a una vida más intensa y consciente. Sloterdijk habla de la “doma” que el pasó con Osho y de los juegos trascendentes que el maestro proponía y al leerlo no podía evitar pensar que por suerte tenemos en España a un maestro de la calidad inmensa de Adolfo. Aún me quedaba por pasar por muchas otras “domas”, cuando te vuelves consciente todo es una “doma”, pero aquella conserva toda la expansiva fuerza detonante de una iniciación verdadera.

Volviendo al motivo inicial de este escrito, todo mi mundo literario se vio reformulado. Y no una vez sino varias veces en estos años. Yo venía de la escuela de Gide, según la cual los buenos sentimientos no producen arte verdadero. Y, habiendo pasado por todos los infiernos del dolor, era el testimonio vivo de que se puede sonreír con el viento en contra. Para nadie es más verdadera que para mí la metáfora de Albert Camus que dice que en medio del invierno un sol inmenso surgió en mi interior.
De modo que llegaba a los cuarenta y no había escrito la gran novela total que acabaría con todo lo conocido hasta ese momento, una meta que inspira a miles de escritores en todo el planeta, guiados por los conocidos ejemplos de Joyce, Cortázar, Sabato y otros. Fue entonces que decidí volver a mis orígenes y con la mayor de las modestias, con varios premios encima, me apunté a cursos de narrativa y novela. Recuerdo que Pau Pérez, el director de le Escuela, me dijo ¿quieres hacer la prueba para entrar directamente al curso de novela? Y yo recordé a Adolfo que me decía que no fuera cabrón y que doblara el cogote y trabajara de verdad. Aquel recuerdo me inspiró para decir: “no, quiero comenzar desde el abc”

Pasaron los años y mejoré de un modo formidable, que a mi mismo me asombra. Y entiendo al fin la relación dinámica que se crea a partir de la vibración presente entre el maestro y el alumno. Entendí de un modo directo, por primera vez en mi vida, aquello de que “cuando el alumno está preparado, el maestro aparece”.

Esta noche, escribiendo este texto, aparece.

Vamos directo al tema.

¿Qué es un maestro? Pero, ¿qué es un maestro en términos de crecimiento personal, de desarrollo espiritual y humano? ¿Qué es un maestro para el zen, una disciplina insoslayable al tratar este tema?

Un maestro es ni más ni menos que un espejo.

Recuerdo que, en Uruguay, en bachillerato, teníamos un profesor de astronomía que era militar, un militar a quien casi todos temíamos, y de quien se contaban historias tenebrosas, que si había capturado guerrilleros tupamaros, que si los enviaba dentro de una gigantesca red colgada de un helicóptero a un cuartel y que si daba órdenes de soltarlos desde lo alto en la azotea del establecimiento. El tipo aquel tenía el grado de coronel y su apellido era Blanco y como todos los profesores que inspiraban miedo no tenía un nombre de pila que se pudiera recordar, ningún elemento que lo humanizara ante nuestros ojos. Pero de él recuerdo que un día, hacia el final de año, nos dijo que él se mostraba severo como “recurso” para que interiorizáramos repetidamente unos contenidos, pero que el objetivo no eran aquellos contenidos sino que repitiendo el procedimiento “aprendiéramos a aprender”, que ese era el objetivo autentico de su enseñanza y de la enseñanza en general.

Bien, ese es el tipo de maestro “entrenador” que te enseña a seguir un protocolo y se espera que mientras sigas paso a paso el protocolo, llegues a unos resultados lo más elevados que tus otras características personales te permitan alcanzar. En este método de enseñanza la técnica está puesta por encima de ti.

Cuando el maestro decide trabajar contigo por completo y empujarte mucho más allá de quien eres a día de hoy, necesariamente se convierte en un severo espejo. En este tipo de enseñanza tú estás por encima de la técnica.

Yo he trabajado con muchos maestros, me enorgullezco de ello. Y como ellos dicen: yo no he trabajado con ellos sino que “he trabajado conmigo mismo en su presencia”. En realidad, cuando uno aprende de verdad lo que se le está intentando transmitir o "recordar", es eso lo que está haciendo: "trabajar consigo mismo", ni más ni menos, y el experimentado guía o mentor te corrige solamente cuando es inevitable porque ve que vas a descarrilar.

(Este tema merece un aparte: cuando la conciencia de que es inevitable trabajar consigo mismo en toda circunstancia se hace estable, sobreviene un cambio general que abarca el carácter, el modo de pensar, la relajación como estado más habitual la claridad mental para ver y apreciar las situaciones y los desafíos. Simultáneamente se desarrolla el estado o condición de "responsabilidad", y esta abarca tanto la autoridad como la capacidad para gestionar el propio entorno y las interacciones de una manera diferente y más sana. La responsabilidad y el estado de lasitud y apertura mentales propician la comprensión de que no hay momento del día en que no se esté trabajando sobre sí mismo. No hay momento pequeño o momento grande, todo momento se puede vivir en proceso, todo momento trae instalada un puerta que da a la trascendencia.)
Hay distintos tipos de maestros, depende de la técnica que utilicen. En rebirthing se trabaja con las emociones que surgen y con el pensamiento. Con el trabajo continuo se alcanza una estable vida emocional interior y uno, siendo consciente de sus propios estados, puede gestionarlos sin caer en dramatismos. También se puede guiar a esos estados internos con la guía del llamado “pensamiento creativo”, un método de modificar pautas muy antiguas y caducas además de destructivas que están activas como bombas en nuestras vidas. En el Vipassana, a una persona muy emocional le iría fatal, dado que no se entregan en ningún momento al trabajo ni con el pensamiento ni con la emoción sino con la respiración y la atención consciente a esa respiración. De modo que uno puede decir por ejemplo al gurú “oiga, estaba respirando y me vino un llanto y me acordé de esto o de lo otro y me entró un dolor que se volvió insoportable”. El maestro solamente te responderá, “y cuando todo eso pasaba, usted ponía atención a la respiración ¿cómo era esta? Ponga atención a la respiración”. En el mismo caso, en el rebirthing, según el maestro y según lo que estés pidiendo a gritos en ese momento igual te mandan a freír espárragos y te dicen que no te van a permitir más lugar a la autocompasión. Con lo cual quizás te hagan un favor, favor que agradecerás cuan do salgas del estado de conmoción emocional en que te mete la respuesta y acerca del cual lo único que puedes hacer es respirar. Algo que nadie te va a recordar porque en algún momento se habrá de hacer automático en ti el método de trabajo respiratorio propio del rebirthing cuando se presenta una situación, digamos, “difícil”.

De todos los métodos que conozco y he experimentado durante años y años, estos son los que mas conozco y respeto. La meditación concentrada en la imaginación, algunos métodos de trabajo con imaginería mental con un propósito, la poderosa respiración consciente y conectada del rebirthing y el método zen de preguntar quién habla, un método que yo varié de un modo personal en los años en que trabajé con grupos de crecimientos basado en el rebirthing que lideré y al que llamé “método Doctor Mishagui”, por el doctor Mishagui de la famosa película “Kárate Kid”.

Antes de desarrollar una explicación sobre en qué consisten estos métodos y cómo los aplico en el desarrollo de la creatividad literaria, vamos a hacer un repaso de los distintos tipos de alumnos que existen según la conceptualización zen. Clasificación que desarrolla Frances Vaughan en su influyente trabajo “El arco interno”.(*)
El tipo de alumnos nos conducirá al tipo de maestro y al tipo de mundo en que se encuentra a gusto la persona y esto nos dará pistas sobre la mejor manera de trabajar con aquella creatividad en concreto.

El primero de todos es el llamado “Sicofante”. Es un tipo de alumno del camino espiritual (que aquí extrapolaremos) al que gusta estar en la proximidad del maestro y a su sombra. Le gusta sentirse importante y le interesa el poder. Se corresponde al fan o adulador y sus intervenciones están destinadas a alimentar el ego del maestro. (La real academia lo define como “impostor” o “calumniador”).

Imaginemos entonces a un alumno del camino creativo, literario o el que sea, preocupado por el poder (¡antes que por el placer o la paz!) y le gusta estar a la sombra. Este tipo de alumno debe trabajar con un maestro interior que le haga de espejo a estas características y que lo vuelva consciente de ellas. Si su camino es espiritual desgastará mucha energía en estas fuerzas compulsivas como para dedicarlas al desarrollo personal. Si su camino es literario u otro arte, desgastará tanta energía en vida social que le quedará poca energía para levantar la pluma o apretar las teclas ante el ordenador.
Su tarea es entonces, trabajar con esos “personajes”, que muy rápidamente se le han de hacer conscientes. Las eminencias grises de Aldous Huxley. El propio Huxley como seguidor a la sombra de D.H. Lawrence. La fuerza de represión empleada en la tarea de ocultar este ego secundario que amenaza con tomar todo el escenario hace que la propia literatura se vuelva fría e intelectual, lo que le pasaba a Huxley. Sólo podía definir a las personas por las ideas que profesaban.

El segundo tipo de alumno es el llamado “devoto”. También quiere estar en presencia del maestro y aspira al amor antes que al poder. Con gusto se sacrifica por amor y vive para los momentos de fusión. Espera obtener algo a cambio de nada y cuando está solo se siente vacío. Espera la plenitud por la mera presencia del maestro y a cambio ofrece devoción, gratitud y dependencia.

Este camino se sana empezando porque la persona “de” algo y que comience a trabajar su soledad. En el camino de la escritura creativa está junto a autores como Clarice Lispector, Celine, Miller, Bellow y otros autores que no cesan de hablarse a sí mismos y recetarse todas las terapias posibles para la vida que llevan. El arquetipo de este tipo de personalidad, desarrollada creativamente es “Herzog” o “Humboldt” los personajes de Bellow.

Para que un alumno de este tipo desarrolle las virtudes propias de su maestría personal debería sugerírsele que desarrolle un narrador en segunda persona en y con el cual pueda forjar la calidez que por motivos desconocidos se ausentó de su vida en algún momento de su pasado.

(Aclaración: este método de sugerencias tiene el objetivo de desarrollar en el alumno una disponibilidad total, un dominio total de todos los registros, no son fórmulas cerradas sino herramientas o puentes que abren nuevas puertas y conducen a nuevos caminos para que el eventual artista adquiera todos los dones que ya posee y yacen dormidos en su interior.)

El tercer tipo de alumno es el llamado en el camino espiritual el “estudiante”. Es alguien que anhela saber y ansía demostrar lo que ha aprendido. Arde en deseos de conversar con el maestro en el nivel mental. Usualmente descontento, ávido de información. Encarna mentalmente al buscador de caminos y hace todo tipo de preguntas al maestro para atraer su atención. Trabaja para satisfacer su curiosidad y aumentar su comprensión.

En el camino creativo literario este personaje, si no se trabaja a fondo con él para que no sabotee todo, es el de un insaciable que devora la totalidad de la energía en los grupos y agota al maestro si este no estuviera trabajado interiormente. Cuando se abre a su maestro interior y lo trabaja, surge un sinfín de paisajes y personajes multicolores con los que da gusto relacionarse. Lawrence Durrell sería un arquetipo de este creador y nos viene al pelo porque el carácter pedagógico y analítico de este arquetipo es inevitable a menos que esté bien trabajado y eso en Durrell se ve muy claramente. Habla del amor, el sexo y la pasión y por momentos no puede evitar hablar como el autor de un informe científico. En tanto Proust, en las antípodas, utiliza de modo claro, consciente y directo, tipos de análisis científicos que quedan totalmente encubiertos bajo la marea lírica con que los envuelve de un modo incontenible.

El “estudiante” a la hora de desarrollar su maestro interior con el objetivo de escribir, necesita urgentemente una actividad física. Una desconexión radical con su mente que, al retornar a ella, le haga volver desde la pasión del cuerpo o desde la emoción del cuerpo o desde la sensación del cuerpo. Y esto hay que verlo a primeras de cambio, porque el “estudiante” si no, con su energía escindida y compulsivamente potenciada, nos puede marear un buen rato. Cuando logra conectar con su cuerpo, el único lugar donde se desarrollan las emociones, las sensaciones y las grandes pasiones, con el fuerte desarrollo mental que ya posee, da lo mejor de sí. Tolstoi o Nabokov son cimas imperecederas de este tipo de desarrollo del arquetipo de maestro interior conocido como “estudiante”.

El cuarto es el “buscador”. Una auténtica “esponja flotante”, dice Frances Vaughan en su trabajo, valora mas su juicio que el de cualquier otro, busca su “propio” camino pero absorbe todo lo que se encuentra en el camino, no quiere compromisos y está ávido de información y experiencias nuevas.

Este es el arquetipo del que abandona los cursos de creatividad y cualquier otro curso. Disperso, tiene tantas ideas que sólo puede escribir libros sencillos (como guías de viaje o manuales) que le permitan manejar el ingente material que puebla su imaginación.
Cuando el alumno que encarna este arquetipo sufre bloqueos conviene entrenarlos en estilos sencillos y despojados, como el de Raymond Carver, para que voluntariamente pueda arrancar desde modelos claros que anclen sus prolíficos conocimientos en esquemas diáfanos que sirvan de base de despegue para vuelos transoceánicos.

El quinto es el llamado “discípulo”, este realmente desea la realización espiritual y esta dispuesto a alcanzarla siguiendo las indicaciones de un maestro. No tiene grandes dificultades para seguir las indicaciones del maestro para progresar en el camino espiritual.

En este caso lo único que resta hacer es aportar el mayor número de conocimientos posible y ampliar el uso de los recursos así como facilitar el acceso a los diferentes registros. Este maestro interior es campo abonado para el crecimiento de la creatividad. Quizás en una etapa posterior se deba guiar al alumno en la adquisición de un modelo de visión personal.

En tanto alumno del aprendizaje literario quizás lo que daba insistirse sea en no apalancarse en una actitud de actividad mecánica y hacerle degustar, sí, el sabor del riesgo creativo y el riesgo formal que todo creador verdadero busca como motivación, a veces, principal.

Bien, ahora ya tenemos el mapa de los posibles alumnos y por ende de los posibles maestros interiores. Estos son los arquetipos con los que trabajaremos y son los que nos informarán sobre qué tipo de bloqueo se hará presente a lo largo de las distintas etapas del camino creativo.

Tipos de bloqueo a la creatividad.

El alumno que se mueve bajo la órbita del arquetipo de sicofante tendrá un problema de de bloqueo por falta de profundidad. Su camino neurótico de encuentro consigo mismo contribuirá a que cree personajes y tramas vacíos detrás de los que se escuda. El ejemplo de la historia literaria mes próximo a este tipo de artista es Hemingway, que crea un personaje que se moviliza, en “El viejo y el mar”, por valores socialmente aceptables: lucha a brazo partido para alcanzar sus objetivos, lucha en soledad, la inocencia (en este caso un niño) lo apoya y es en cierto modo su mayor premio, etc. En definitiva: un argumento como para que lo filmara Disney y que los niños que sólo íbamos al cine para fiscalizar el crecimiento de los pechos de nuestras amiguitas soportáramos unos bostezos asesinos. Claro que luego en el colegio cuando nos preguntaban sobre tal tipo de producciones nos llenábamos la boca con la alabanza de valores abstractos e idiotas. No es de extrañarse que Truman Capote, quien tenía una lengua afiladísima y certera, definiera a Hemingway como el mayor impostor. Es evidente si nos atenemos a los argumentos que luego lo conducen a su suicidio, un hombre con valores tan cojonudos, descubrimos que se había vuelto impotente. El héroe del canto a la vida mira su pito lacio una mañana y decide meterse un tiro. La propaganda americana de la guerra fría nos vendió muchos autores. Autores con hiatos creativos bastante desilusionadores.

El sicofante puede desarrollarse como escritor y obtener éxito, pero la persona del escritor sufre la acción de todos los demonios y no acaba de “sanar”. Un grandísimo poeta norteamericano Robertson Jeffers dijo en un verso maravilloso y conciso:
“¡Imagina víctimas o tu propia carne sufrirá las agonías!”

Creo que nadie pudo haber dado tanto pero tanto en el clavo acerca de la labor del escritor en el mundo. La labor de un despolucionador universal, el que sueña las pesadillas de los otros porque alguien tiene que cumplir la labor de la parte “maudite”, alguien tiene que barrer las calles.

El sicofante, cuando logra desarrollar su creatividad interna más rica y escondida reverbera como una floración miasmática de las más fétidas ciénagas. De la mierda y de la sangre de los abortos absorbe un sustancioso limo que convierte en el soma que alimenta a las bestias luminosas. Detrás de las lúcidas pesadillas kafkianas hay infinitos cuellos sucios de camisa y mucho mal aliento matutino.

Seguramente Disney nunca hará una película basada en un relato de Kafka, pero sus narraciones llenas de inquietante luz balizan el viaje hacia el fondo de sí mismo que, sin piedad, realizó este autor. Viaje en el cual tuvo éxito, rompió su cáscara primera y suscitó la risa a costa de su dramatis personae.

El alumno que orbita bajo la férula del arquetipo del devoto tendrá un tipo de bloqueo relacionado con los valores predominantes. Cuando no rompe este bloqueo se queda en la expresión de valores religiosos, espirituales, morales, místicos, teleológicos de carácter general. Francois Mauriac, Julien Green son ejemplos de este tipo de aburrido autor. Su drama no puede entenderse más allá de determinadas coordenadas sociales o históricas concretas. El lector pude preguntarse qué es exactamente lo que le pasa, dónde la aprieta el zapato, cuál es el núcleo duro del drama de sus personajes o sus tramas.

Cuándo rompe este velo de ilusión, pasa a otra dimensión. Graham Greene es el ejemplo arquetípico. Sus infumables novelas con drama moral de la juventud, son pedos que se los lleva el viento al lado de dramas de alcance universal como “El factor humano” o “El americano impasible”.

Nada tan importante en este caso como devolverle la humanidad al narrador. El paso de la narración en tercera persona abrumadoramente profesional de algunas novelas de juventud de Greene, como “El revés de la trama”, hacia el excepcional narrador testigo de “El americano impasible” representa un cambio de una radicalidad excepcional.
Cuando el alumno regido por el arquetipo del devoto sale de la distante tercera persona donde extrañamente se encuentra a gusto y pasa a la primera o al testigo pasa por dos crisis. La primera puede resultar demoledora y puede acallarlo durante un tiempo que puede ser infernal para él. Se da cuenta de golpe que no tiene ideas, que su ideología o filosofía general sobre la vida no vale lo que un zurullo en la punta de un palo, que sus ideas son un reciclaje astroso de ideas manidas y bien ponderadas entre los miembros de su familia o en la familias de su pareja. Si sobrevive a esta crisis entonces puede que se lo pueda hacer entender que hay más filosofía en la uña pintada de su novia o en el afeitado de su novio que en todas las paparruchas con que adorna sus escritos, puede que se de cuenta incluso que una magdalena remojada en té puede dar más como motor literario que la filosofía completa y compendiada del grupo político al que toda su familia pertenece desde tiempos inmemoriales.

El bloqueo propio del alumno regido por el arquetipo del estudiante es un bloqueo de inexperiencia y acción. El estudiante tiene dentro de su cabeza tal cantidad de información que le resulta imposible sentir o dejar fluir sensaciones. Si tiene una sensación no podrá verla sino bajo la óptica del conjunto de ideas que posee acerca de las sensaciones. A tal grado que el día en que tenga una sensación y sea capaz de sentirla no tendrá palabras para describirla. Las palabras procedentes del mundo mental se ordenan en secuencias. Las sensaciones convocan conceptos e imaginería preverbal simultáneos. Para traducir estos, el “estudiante” se las ve canutas. Es como si un escritor exclusivamente visual o auditivo intentara escribir acerca de percepciones cinestesicas, claro que puede hacerlo, pero ha de romper otro velo. Cuando no lo logra se vuele artificial y cambia de tono o de estilo para hacerlo, no siempre con un feliz resultado. Imaginen a un autor como Tom Sharpe que cuando le toque describir escenas escabrosas de carácter sexual no pudiera recurrir a la ironía ni al humor, a los chistes, a los retruécanos ni a la digresión intelectual con propósito humorístico, sería un mamarracho. Pensaríamos literalmente que estamos en presencia de un carcamal de autor, con unos valores caducos y conservadores. Esto da qué pensar: los valores de los conservadores sólo cuelan en la obra de arte bajo la fórmula del humor legitimador. Independientemente de esto, en el plano estético, un autor que describiera seriamente algunas de las cosas que le suceden a Wilt, sería aburridísimo.

Ahora vamos al ejemplo logrado de autor que traduce las sensaciones cinestésicas o “propiocepciones” (percepciones interiores por oposición a percepción, que es meramente exterior). Es William Burroughs. En “El almuerzo desnudo” traduce en palabras un mundo propioceptivo, imaginería simbólica, sensaciones, ideas derivadas directamente de la participación de la propiocepcion o en la percepción inmediata e incluso socio política. Necesariamente violentó el lenguaje hasta extremos feéricos.

Burroughs estaba regido por el arquetipo del estudiante, de hecho fue un extraordinario estudiante díscolo. Y se reconectó con sus propiocepciones de un modo salvaje y por la vía expeditiva de la heroína y otras mancias químicas.

Su extraordinario poder verbal de estudiante se derramó como un corrosivo líquido por sobre el mundo de experiencias interiores y exteriores que logró captar sentado dentro de su cerebro.


El bloqueo del buscador es el bloqueo de Stendhal, es aquel que le llevó a profetizar que nació póstumo. Se trata, en este caso, de un exceso de conciencia sobre las propias posibilidades, capacidades y sobre todo el gran problema a la hora de arrancar es el de por dónde coger al toro. Siempre se le está ocurriendo, en una constante fuga hacia adelante, una nueva idea que puede hacer más completo al conjunto.

La receta para él es la sencillez y el comienzo axiomático. Algo que le impida bandearse, algo que lo deje fajado desde el comienzo como por ejemplo: “Una mañana tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa despertó convertido en un monstruoso insecto”. Un planteamiento de la trama desde la primera línea, un planteamiento de la metáfora central desde el arranque abrasa cualquier intento de fuga bajo el impacto de una línea trazada con fuego.

El alumno regido por el arquetipo del discípulo está en su casa a las órdenes de cualquier maestro. Sólo hay que contribuir a que busque su maestro interior, a que busque su momento. Si posee, además, una imaginación ardiente, se guiará de modo natural hacia la sabiduría. Esa es su casa, la casa de los siglos. Del tiempo vencido por obra del presente continuo que representa cualquier obra de arte verdadera.
Poco hay que hacer de antemano en este caso, casi todo viene luego, cuando rompe la cáscara de nacimiento de su difusión pública, en ese momento hay que cuidarlo para que observe vigilante el riesgo verdadero de banalización a que está sometido, pero sobre todo vigilante ante las constantes solicitaciones, veladas unas descaradas otras, a que como dice Sloterdijk, no trabaje ya más con “materiales peligrosos”.

Sloterdijk dice sobre el autor que es “un laboratorio para piezas complejas, para ideas poco practicadas. Su interior sirve como un espacio experimental en el que se testan y malean temáticas especialmente virulentas, entre ellas, sustancias de alto contenido tóxico”. (**)

Bien, vamos ahora a decir cuatro palabras acerca de los métodos que, entre todos aquellos que he conocido y practicado, mas me han impactado por sus magníficos resultados.

Empiezo por el que más me gusta.


Lo llamo el método doctor Mishagui. Y explico porqué: está basado en la pegunta zen

sobre ¿quién habla?

Vamos paso a paso. Uno de los objetivos del método zen de meditación es la desidentificación del sujeto con la totalidad de sus pensamientos, a tal grado que no gastando ya energía en mantenerlos vivos dentro de sí, se disuelvan y den paso a una energía física y mental de grados bastante superiores. Este es el propósito de otras técnicas y métodos, no mencionado quizás como el objetivo central, pero muy importante en definitiva. De hecho en Rebirthing, bajo otras formas fue como lo experimenté por primera vez.

En rebirthing se identifica una pauta habitual de pensamiento del practicante y se hace que la formule en voz alta, cuando lo hace se evalúa el grado de alteración psicosomática que le produce sólo verbalizándola. Si se identifica que es una pauta con efectos particularmente anormales: sudoración involuntaria, temblequeo, fallos en la voz, alteración de la respiración, etc, entonces se le pide al practicante que la “abandone” y esto lo hace escribiéndola en un papel declarando que ya no la necesita. De un modo asaz interesante, al hacerlo, el alumno se serena. Como si hubiera transmitido a la agenda sus preocupaciones sociales para mañana y se encontrara liberado. Entonces, en un segundo paso, se invita al alumno a respirar hondamente siguiendo una pauta muy concreta que se le enseña y que es la conocida como “respiración consciente y conectada” propia del rebirthing y se le alienta a verbalizar la idea contraria hasta que esta nueva versión sea creíble, es decir que al decirle parezca una aserción natural de la persona. De este modo se comienza a trabajar con pautas mentales que le están provocando al alumno auténticos sustos en su vida diaria, sin que necesariamente se trate de un neurótico. Cuando ya lleva mucho trabajo hecho, el alumno se percata que lo que de verdad importa no es el nuevo pensamiento sustituto de la pauta antigua sino el aprendizaje de la modificación dinámica mediante las tres vías de entrada: respiración, pensamiento y emoción. El rebirthing comienza modificando el pensamiento modificando simultáneamente las pautas respiratorias, pasado un tiempo la pauta respiratoria se ve modificada definitivamente y el paso a modificar la calidad de las propias emociones es entonces mínimo.

A veces la modificación de las pautas de pensamiento ha de modificarse según de dónde proceda. El practicante dice que es algo que le “inculcó” su padre, entonces se hace que la persona trabaje afirmando que él cambia ahora esa pauta, pero lo hace en segunda persona puesto que en la infancia se habló mucho delante de él como si estuviera ausente, algo que todos vivimos y que en sociedades muy tradicionales continúa vivo, se habla delante de las personas como si no estuvieran presentes para dirigir, modificar o manipular su accionar.

En algunos casos se acaba comprobando que el cliente por algún motivo de economía psíquica prefería volcar en su padre o quien fuera el origen de la autoría de aquel pensamiento. En realidad el pensamiento es suyo. Pero fue beneficioso comenzar diciendo y aceptando que lo decía o proponía otro, como un método de familiarización con el pensamiento temido.

Cuando yo mismo comencé a trabajar con grupos de crecimiento en labor de líder, descubrí la técnica zen de peguntar quién habla. Es muy fácil. Un alumno dice que tiene un bloqueo porque le duele la columna. Entonces el maestro, por toda respuesta, pregunta: ¿Quién habla? El alumno de un modo, premeditadamente, ritual ha de responder: “Yo”. El maestro: “¿Quién es “yo”?” Y el alumno responde: “El yo que dice estar bloqueado por un dolor en la columna”.

De este modo prístino se procede a desmontar sucesivamente las capas de estupidez y locura mental que aparece invariablemente en el ser humano cuando se cree amenazado y desea bloquearse por algún motivo con origen en la economía psíquica de la persona.
Bien, cuando comencé a trabajar con grupos me di cuenta que la gente podía hablar con mayor facilidad de aquello que veía como amenazante si lo hacía con humor y en cierto modo distanciándose de ello. Esto me llevó a inventarme el llamado método “Dr. Mishagui”.
Yo decía: “¿Recordáis la película “Kárate Kid”? Bien, si recordáis bien, os vendrá a la memoria el hecho de que el Dr. Mishagui cuando quiere decir algo escabroso o que va a dejar la sensibilidad de su alumno algo tocada, habla de sí mismo en tercera persona, con lo cual vuelve inapelable cualquier crítica u objeción, la opinión procede de un orden abstracto, emocionalmente neutro contra el cual no se puede luchar”.
De este modo se propiciaban abiertas declaraciones sinceras del tipo de “La doctora Mishagui Susana (era absolutamente necesario poner el propio nombre a continuación del nombre del maestro japonés) entiende ahora que durante buena parte de su vida vivió apegada a sentimientos dolorosos relacionados con un episodio de violación”.
De este modo se soltaba una primera capa. He íbamos accediendo al rico mundo interior y de experiencias que las personas traen a un grupo de tales características, con facilidad, humor y cierta distancia al comienzo que permitía manejar aquellas sustancias, que Sloterdijk llamaría peligrosas.

Con el paso del tiempo, y como siempre he sido un animal escritor, pasé a utilizar todo lo aprendido en la tarea central que siempre ha ocupado mi vida: la escritura creativa, en concreto la narrativa. Y he descubierto que le método de preguntar quien habla o método Mishagui es el método ideal para la creación de personajes. Porque al comienzo un alumno de escritura no sabe o no entiende cómo se crean y puede acabar confuso si piensa que lo que tiene que hacer es conocer a mucha, mucha gente muy variada entre sí para confeccionar personajes interesantes o volverse interesante él mismo o saber juntar palabras de tal manera que creen el efecto de un personaje extraordinario. Todo esto es posible como verdad pero no es necesario. Con la guía adecuada en el método Mishagui de autoexploración se puede comenzar a extraer del “propio interior misterioso” (Antonin Artaud) un conjunto supernumerario de personajes.
Si a esto le sumamos la respiración absolutamente desbloqueante del rebirthing, puede resultar en una bomba narrativa.

El camino de acceso al propio interior rico en imaginaciones, igual que en el dicho taoísta, comienza con un sólo paso, pero hay que darlo. Si alguien te guía es mucho más placentero y es lo que deseo compartir y hacer.

Yo ese paso ya lo di, hace muchos años, en un lugar y época tan lejanos que me parecen otra era geológica. Di ese paso siendo adolescente, y me trajo hasta aquí.
Este texto forma parte de ese camino recorrido y posee la poca ortodoxia y el desparpajo de aquel chico que con quince años le dijo a su padre que se iba a dedicar a escribir. Aquí he mencionado algunos hechos durante los cuales pude mantener vivo como una llama dentro de mi a ese amoroso chico y enseño las técnicas que ese maravilloso estudiante curioso que era aquel adolescente pudo discernir durante ese viaje fulgurante y emotivo que es la creación de nuevos mundos, paralelos a este y que vibran a toda hora en la imaginación.

Barcelona y diciembre y 2008.

(*) Frances Vaughan, "El Arco interno", Editorial Kairós, 1990.
(**) Peter Sloterdijk, “Experimentos con uno mismo”, Pre-Textos, noviembre de 2003.

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