sábado, 30 de agosto de 2008

El aullido de las hormigas. Héctor D’Alessandro

El aullido de las hormigas. Héctor D’Alessandro

Cuando yo era un niño, mataron a mi primer amor. Se la llevaron un día, la torturaron y la violaron y luego la enviaron lejos, muy lejos. A un lugar de donde ya no se vuelve jamás. Yo tenía ocho años y ella ventiocho, pero me había enseñado a jugar al ajedrez y era mucho más divertida que mi familia. Decía que había que escuchar al propio corazón, a las cosas y a las plantas y animales. Mi amor por ella era fervoroso y sexual, se saciaba con diálogos a solas en mi habitación, practicando con la almohada qué cosas le diría para que al fin se diera cuenta cuánto la quería. Se saciaba en un restregarse fervoroso contra la almohada, con tensión, sin descarga y al fin con una larga meada de facundia tropical.
Yo aprendí que mi país era un terreno apto para la infamia, que mi país era horrible y mortal, que no hay otro igual.
Luego un día se llevaron de noche a mi dentista, lo lanzaron por el balcón de la cuarta planta donde vivía, metida su cabeza en una bolsa de arpillera, ese detalle tuvieron, para que no se mareara al caer.
Qué les voy a contar que no sepan, que les voy a contar que no hayan visto suceder en las calles más civilizadas de Montevideo.
En la tele salía un perro facineroso que vociferaba con el movimiento de sus cejas y proponía con enorme educación meter más gente presa, a los niños, a los padres de los niños, por sus ideas, por ser padres de esos niños con esas ideas. Con el tiempo se hizo presidente de la renovada democracia. Como un premio por sus innovadores proyectos. Yo no lo voté, pero el ganó y nos volvió a joder a todos.
Un vecino mío, esquizofrénico de profesión, decía: “no entiendo nada, yo voto a tal pero gana el otro, este país gira en círculos”.
Sí.
Durante años me dediqué a recomponer el pasado, esas imágenes y esos recuerdos. Los sacaba de noche cuando se oían la sirenas lejanas del país sin igual plagado de perros policía y los ponía todos sobre la mesa, los combinaba entre sí, intentaba sacar de ellos una respuesta o solución que me explicara todo y justificara ante mis ojos le regla de la inopia y de la maldad. Pasaba entonces de una explicación a otra y no lograba salir de la inútil cárcel que se extendía a través de todas las mentes.
Abrir la puerta para salir a la calle podía ser abrir la puerta para ir a dar directamente a la prisión.
Pero la cárcel, a veces, también venía a visitarte. Una señora que limpiaba y cocinaba en casa, está pelando unas papas y se le caen, papas y cuchillo, de las manos, se sienta en la silla, apoya la cabeza en las manos y llora. Tiene nauseas de los nervios que pasa desde hace una década. Su hijo está preso. Todo el mundo está preso. A todos se les cae el cuchillo y las papas de las manos.
Vuelvo a mi cuarto y meto todos los recuerdos y las imágenes en su caja, no volveré a marearlas en días. Todos estamos presos.
El año que viene será presidente de mi país un señor que se pasó trece años preso, nueve de ellos en un pozo húmedo con el agua pudriéndole el cuerpo. A veces durante el día miraba las hormigas, las oía trajinar, las oyó, en medio de aquella inmensa desolación, aullar. Las hormigas gritan, dice. Yo le creo. En las noches montevideanas la soledad es ancha y el horror puede ser inmenso, las hormigas pasan en fila aullando.
Quiero saber porqué lo hacen.

Sincronicidad: una de Nabokov y Kubrik. Héctor D'Alessandro

Sincronicidad: una de Nabokov y Kubrik. Héctor D'Alessandro

Los narradores que se inventa Nabokov suelen ser gruñones antifreudianos. Un recurso, Borges, más positivo, fingía la creencia, por parte de sus narradores, en la teoría de la voluntad como representación, de Schopenhauer. La filosofía, así como la ciencia, funcionan como variedades narrativas, resultan muy próbidas a la hora de nutrir el discurso de un narrador o de un personaje.

Los narradores que se inventa Nabokov nunca son, por ejemplo, antijunguianos, “ser” eso requiere un lector de elevadas miras y además muy entrenado. Sin embargo, la sincronicidad, o teoría acausal del universo, nutre buena parte de sus ficciones y de su vida.

Una anécdota acausal nabokoviana.

1916. Vladimir Naboov hereda de su tío Vasili Rukavíshnikov una enorme fortuna que lo libera de por vida. Fortuna que pierde al año siguiente a manos de la revolución bolchevique.

Entonces tiene un sueño que anota en su cuaderno: El tio Vasya, su voz, le dice “Volveré a ti con el nombre de Harry y Kuvyrkin”. Harry y Kuvyrkin son, en el sueño, dos payasos, inexistentes, aludidos por las palabras del tío pero nunca vistos por el soñador.

En 1959, ya ha salido “Lolita” y él se encamina hacia la fama y la prosperidad definitivas, no obstante, aún le falta “aquel” cheque definitivo que lo saque de la monotonía absurda de sus días como profesor. Un día lo están entrevistando para la ñoña revista “Life” cuando recibe una llamada de un amigo que le dice si ha leído el New York Times. Casualmente aquella mañana no lo había leído aún y eso que a diario lo hacía, debido a que seguía con interés y pasión el caso del niño Nimer que muy probablemente había asesinado a su familia.

La noticia, aquella mañana, de interés para Nabokov, era que Harris y Kubrik habían comprado los derechos de “Lolita” por 150.000 dólares, más 15 % de la recaudación.

El tió Vasili había cumplido, volvía y lo hacía con vibrante fuerza monetaria.

(*) La anécdota que nutre a este texto está narrada por Brian Boyd en su excelente biografía "Vladimir Nabokov", en el segundo tomo ("Los años americanos" , pagina 449. Editorial Anagrama, 2006)


sábado, 23 de agosto de 2008

Se llama Héctor. Por Héctor D'Alessandro

Héctor, se llama Héctor, y su pie avanza, consolidado sobre la caliente arena, en medio de la bruma.
Aterido está, estruja el manto entre sus manos. Su gesto mecánico habla de intensidad, de ese momento, previo a la batalla, a la matanza infinita.
Aterido está de muerte, estruja el manto entre sus manos. Muchos muertos hay en su pasado.
Se llama Héctor, hombre totalmente formado, acabado, concluido.
El dolor lo circunda, las voces de sus muertos más queridos parecen alzarse del suelo y susurrar en su oído el rumor elegíaco de la profecía.
Héctor, hombre formado para la guerra y el discurso, verá más muertes esa tarde.
Da un paso y cae un rayo, tres pasos serán, serán tres rayos.
Es la señal esperada, la matanza es segura.
Avanza sobre la tierra caliente, llega hasta las cóncavas naves.
Fuego quiere ver, quiere ver fuego.
Héctor, se llama Héctor, y su firme pie avanza entre una neblina de sueños caldeados en brasas de dolor. Despedazada por momentos, hecha jirones por la luz que aprieta.

jueves, 14 de agosto de 2008

Razones del escritor. Héctor D'Alessandro

Razones del escritor. Héctor D’Alessandro

Le preguntaron al escritor porqué casi todas sus ficciones estaban protagonizadas sospechosamente por un hombre cuarentón que de manera invariable está casado y tiene una hija de unos once años.
El escritor, bien dispuesto para la sinceridad, se acarició la barbilla, se mesó los cabellos, calculador, pensó cómo iba a decir aquello tan importante que tenía para comunicar. Finalmente, suspiró, tomó impulso y comenzó a decir:
Uno trabaja, consciente o no de ello, en varios niveles. Hace tiempo me di cuenta que mis lectoras eran, mayoritariamente, mujeres y me dí cuenta que muchas me enviaban cartas o emails diciéndome que era yo un escritor que escribía como una mujer, con la sensibilidad de una mujer y entonces comencé a buscar una explicación. Encontré varias, todas pueden resultar igualmente repugnantes pero todas consolidarán mi público. Diré la primera que se me ocurrió y que sigo considerando la más plausible: mi éxito comenzó el día en que mi protagonista fue un hombre casado y que tenía una hija. La explicación que encuentro, al cabo de estos disparatados años, es que la mujer lectora considera como parte de la realidad obvia de mis protagonistas masculinos la presencia de una mujer. Dan por hecho que está casado, eso forma parte de su sentido de la realidad o de la verosimilitud literarias. El hecho de que tenga una hija le agrega un componente familiar probablemente tierno. La presencia de mujeres humaniza a los hombres de mis narraciones.
Cuando nuestro escritor respondió esto, la periodista que lo entrevistaba en esa ocasión se mordió el labio y la siguiente frase la planteó en un tono de objeción.
Bien, dijo, pero cómo se explica que en los últimos relatos no aparezcan mujeres e igualmente el resultado sea relativamente exitoso.
Y le lanzó a continuación una mirada de cómplice, de estar al tanto.
Es que nuestro escritor acaba de casarse y su flamante esposa estaba embarazada. La periodista, si hubiera sido estúpida, y no parecía serlo, hubiera dicho algo así como ¿No estarán esperando una niña?
Pero a esta pregunta, nuestro escritor no respondió. Sólo aventuró el comienzo de una posible respuesta. Dijo:
La segunda posibilidad que le iba a comentar es que cuando uno escribe lanza una cartita de los reyes magos al universo y configura imaginariamente un deseo, quizás uno envía la imagen ideal de lo que quiere y esto en algún momento viene.
La periodista suspiró y no pudo evitar decir “¡ah, qué bonito!”
Y a continuación, algo alarmada, miró al cámara y le preguntó:
¿No me habrás grabado diciendo esa estupidez?
No, respondió el buen hombre. No.
Y nuestro escritor miró su Rolex y luego a la chica y movió las cejas, los párpados y la boca, como queriendo preguntar “¿Ya está?”
Y sí, ya estaba. Él nunca terminó de explicarle que un día, tras la lectura de su último libro presagio o carta al universo, una lectora se le acercó durante la firma de ejemplares en una gran tienda donde firmó subido a una tarima instalada entre la sección ferretería y la sección plantas y abonos, y le dijo:
Oye, mira, tu me dirás que estoy loca o algo así pero a mi no me importa, yo he leído todos tus libros y muy especialmente este y me ha parecido que todos estaban destinados a mi, pero en el caso concreto de este, y que conste que no estoy loca sino muy cuerda y que sé perfectamente lo que hago, lo he terminado y he pensado: “Dios mío, qué hombre, qué ganas tengo de hacerle una mamadita y que se corra en mi boca". Y no he podido evitar venir a decírtelo.
Los efectos de las lecturas en los lectores son impredecibles pero de los lectores en los autores lo son aún más.
La preciosa hija que tienen aún no llegó a los once años de edad.

El curso inevitable. Héctor D'Alessandro

En algún momento sabrías que el adjetivo orbita alrededor del sustantivo en una serie progresiva con variantes de 2 a 12, 18 o más.

Sabias que, lo quieras o no, el adjetivo vuelve a orbitar al sustantivo con una recurrencia matemática exacta.

El éxito, entonces, es cosa de un momento (momento de órbita) que nada tiene que ver con todo eso de ahí fuera.

El adjetivo nada tiene que ver con el show ni con el tell; de hecho ese mundo tan show de los cien años de soledad es un mundo muy tell. Cuenta si no: los dos adjetivos más recurrentes con que García nos presenta su mundo son: asombroso y sorprendente. Luego van y le llaman mágico. García trabajó en publicidad.

Todo esto está convertido en estadísticas, en números, en recurrencias orbitales y además en sistemas de aplicación inmediata para reacondicionar tus textos. Este era uno de mis objetivos y lo estoy cumpliendo.

¿Sabías que la recurrencia de apariciones de Madame Bovary se parece al número orbital del protón del hidrógeno en su giro en torno al neutrón?

¿Sabías que desde este punto de vista de aprendizaje sistémico de la escritura llamada creativa “Rayuela” es uno de los libros más fáciles de escribir? Y que esto es así justamente porque Cortázar se basó en un sistema que ahora está discernido.

¿Sabías que la prosa de Mark Twain y sus recurrencia adjetival es la más parecida al latido del corazón humano?

¿Te han hablado ya del árbol de frases adverbiales y preguntas conceptuales que vertebra “Danubio” de Claudio Magris?

¿Que en una larga gradación que parece acabar en las comparaciones, sólo luego de estas, viene o aparece el “pensamiento” de la novela y que este es no sólo detectable sino mensurable?

Aún puedes saber más, ponte en contacto con Héctor D’Alessandro. (dalessandrosala@yahoo.es) Sesiones inolvidables. Tráete tu texto. Héctor está trabajando en su arte de modo constante e implacable y con sinceridad trabajará en el tuyo.

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